Fernando Navarro-El Español

Pues al final parece que la serie de Sánchez sí era interesante y cumplía los estándares cinematográficos más estrictos. No la moñada esa que exhibe El País en su web, en la que Pedro desayunaba tostadas mientras consultaba la prensa internacional, o hablaba con Begoña desde el coche oficial para mostrar la sencillez con la que afrontaba sus elevadas responsabilidades:

«¿Qué tal el día cariño?; bien, tengo Biden; pues yo ingles brasileñas».

El caso es que la serie real no ha resultado ser familiar, sino de cine negro. La imagen de Aldama cantando en el juzgado es bastante habitual en el género, y también hemos sabido que el día anterior un recluso amenazó en prisión al ubicuo intermediario gubernamental (antes de entrar en ella su coche ya había sido tiroteado).

En fin, que la trama cuenta con todos los elementos clásicos, y eso ha debido llevar a Aldama (que también habrá visto unas cuantas películas de este tipo) a considerar que la cárcel no es el lugar más seguro.

Unas horas después de la declaración supimos que la Fiscalía ha pedido que sea puesto en libertad, lo que nos permite suponer la existencia de un pacto.

También los políticos socialistas, medios y opinadores se han ajustado a un guion bastante convencional: es todo mentira. ¿Va usted a creer a un delincuente que está siendo juzgado?

Desde luego las palabras de Aldama no constituyen una prueba, pero ¿por qué tendría que inventarse una historia así? ¿Por qué incriminarse a sí mismo creándose, de paso, enemigos tan poderosos?

Las declaraciones aportan nuevas piezas para resolver el rompecabezas que ya estábamos montando. En él ya aparecían claramente Ábalos (cada vez más rodeado de chicas) y Koldo pringados de corrupción por un lado, y Zapatero y la vicepresidenta de una narcodictadura por otro. También podía verse una compañía aérea rescatada con dinero público, y a Begoña Gómez revoloteando por ahí.

El hilo conductor de todas las escenas era Aldama, que ahora ha proporcionado nuevas piezas. ¿Pueden ser falsas?

Bueno, en realidad el rompecabezas incompleto que teníamos hasta ahora ya se podía resolver sin ellas, y lo que mostraba incapacitaba al Gobierno para seguir gobernando. Y conviene entender que ni siquiera esta realidad desoladora que muestra el puzle es tan grave como otras cosas que ha hecho Sánchez: mercadear con el Código Penal, y comprar la presidencia a cambo de impunidad.

En el camino se ha cargado el Estado de derecho, ha hecho todo lo posible por destruir la independencia judicial, y ha enfrentado a los españoles. Si las acusaciones de Aldama vienen acompañadas de pruebas, los señalados tendrán que responder en los tribunales. Pero en cuanto a la responsabilidad política, tendrían que haber respondido ya hace mucho tiempo.

Al final es todo muy cutre. A uno le gustaría pensar que nos han gobernado supervillanos de Spectra, que acariciaban gatos mientras tramaban planes incomprensibles para los simples mortales. Pero son todos de una vulgaridad devastadora.

No hay nada de grandeza o sofisticación: sencillamente, parecen incapaces de resistirse a la tentación del dinero. Y en el caso de Ábalos, a la del sexo.

No voy a negar que ambas cosas, sexo y dinero, son bastante interesantes. Pero cuando alguien se convierte en esclavo de cualquiera de las dos se vuelve muy vulnerable. El deseo de mantener un sueldo ha llevado a los diputados del Congreso a renunciar a toda dignidad, y hoy aplaudían a Sánchez como focas. Hicieron lo mismo con Ábalos en su momento.

Si su dignidad les importa tan poco, ¿por qué habría de importarles la del país que representan?

La estructura actual de los partidos ejerce una selección negativa en la que prosperan los más dóciles. Sin duda la peculiar psicología de Pedro Sánchez, a todas luces un discapacitado moral, ha contribuido a que todo se pudra muy rápidamente.