Kepa Aulestia-El Correo
La política parece ejercerse por momentos con el mismo descaro que muestra Víctor de Aldama para recuperar la libertad a cambio de poner en la picota a los políticos que se jacta de haber corrompido. Los episodios que se suceden sin interrupción en la pugna que mantienen los dos principales partidos, PP y PSOE, preludian siempre un nuevo giro de guion. Con el que quienes se frotaban las manos en el capítulo anterior acaban de perdedores en éste, y así hasta el infinito. Las declaraciones ante el juez del empresario Víctor de Aldama no serán la última peripecia susceptible de caldear la bronca. Aunque los errores propios seguirán animándola más que las jugadas ajenas. La guerra híbrida en la que vale todo lo que sirva para que el adversario se desgaste -corruptelas, desidias, excesos, descuidos, y hasta lo inimaginable- amplía cada día su repertorio. Ahondando y ensanchando deliberadamente el foso de separación entre las izquierdas y las derechas. De manera que ni unas ni otras se sienten concernidas por la antipolítica que segrega el conflicto partidista permanente. Aunque, instintivamente, PP y PSOE tratan de mantenerse en el empate por miedo a perder si de verdad intentan ganar.
El empeño en vetar a la vicepresidenta Teresa Ribera para que no lo fuese de la Comisión Europea ha constituido la anteúltima escaramuza de la confrontación entre el primer partido en España, el PP, y el segundo, el PSOE. El jueves asomó la propuesta de Alberto Núñez Feijóo, a raíz de las declaraciones de Víctor de Aldama, para someter a Pedro Sánchez a una moción de censura. Un día antes Génova trataba de achicar, sin ninguna convicción, los efectos políticos de la dana. Sosteniendo a Carlos Mazón en el alambre de destituciones tardías y nombramientos providenciales -la vicepresidencia para un teniente general en la reserva que no podrá eludir sus responsabilidades políticas- mientras un presidente autonómico carente de respuestas trata de salir a flote frente a una vicepresidenta ya europea que no quiere saber nada.
Hace unos pocos años se hablaba de un bipartidismo imperfecto, porque no daba para asegurar una alternancia ordenada. Hoy el bipartidismo parece haberse recuperado, pero en la tónica en que se mantuvo tras el 11-M de 2004. Sin concesiones. Más de veinte años después afloran todas las teorías de la conspiración. Y sobre todo una inquina partidista que llama a la eliminación del contendiente. Al tiempo que las formaciones que ocupan el centro del tablero, PSOE y PP, tienden a avergonzarse de sus vergüenzas de manera intermitente o tímida. A rehuir el propio bipartidismo apelando unos a que el país entero es de izquierdas, y los otros alegando que eso está por ver.
PSOE y PP actúan necesitados de demostrar que no se tienen miedo, y que mucho menos les inquieta el abstencionismo antipolítico. Vendrían a decir que la política sólo puede ejercerse con descaro. Con el mismo descaro mostrado por Víctor de Aldama para recuperar la libertad a cambio de poner en la picota a los políticos que se jacta de haber corrompido. En el peor de los casos, Pedro Sánchez será reelegido por aclamación en el congreso socialista de Sevilla la semana entrante. Y encontrará media docena de fusibles para fundir, en el partido y en el gobierno, sin mentar siquiera a Aldama.