Manuel Marín – Vozpópuli
Suena raro en Sánchez este desprecio por un delincuente delator cuando la querencia por los delincuentes forma parte de su dogma político
“Menuda inventada; la estrategia de la defensa de este personaje es la mentira”. Estas palabras de Pedro Sánchez en el Congreso refiriéndose al aluvión de acusaciones hechas por Víctor de Aldama ante el juez son mucho más que esa simple paradoja que retrata la mentira compulsiva de uno, el presidente del Gobierno, solapándose con la presunta mentira del otro, el ‘arrepentido’ conseguidor del sanchismo. Un mentiroso censurando a otro sus mentiras. La diferencia radica en que cuando Sánchez miente lo hace ya tan convencido, tan acostumbrado, que hasta él termina creyendo que es verdad; y en que cuando otro, Aldama, relata “su verdad” se convierte en mentira sólo porque Sánchez dice que es mentira.
La cuestión aboca a un dilema ético, el de a quién creer: a todo un presidente del Gobierno legítimo de una potencia democrática, o a un listillo de arrabal, a un buscavidas sin moral que decidió prosperar viviendo del cohecho y repartiendo dinero como si fuera el Banco de España a cambio de favores políticos. De momento, Aldama tiene un mérito, el de haberse atrevido a dirigirse a Sánchez como si no fuese ese ‘killer’ arrogante de la política al que nadie osa discutir. Le ha amenazado directamente, sin matices ni cobardía. Al salir de la cárcel, entró en su coche, dejó pasar sentado unos segundos, pensó, dijo a sus acompañantes que le sujetaran el cubata, y con un impulso de aversión evidente lo retó a pecho descubierto. Nadie se ha atrevido en siete años a hablar así a Sánchez, lo que supone un punto de inflexión relevante frente a su intocabilidad.
La cuestión no es si dar crédito a un comisionista con vida de lujo apegada al delito o a un corrupto de libro con sus mordidas, su Porsche y demás. La cuestión es si dice o no la verdad, si su versión es creíble, si lo que sostiene es verosímil. Cuestionar si merece la pena indultar moralmente a un delincuente que decide convertirse dos horas en Diego ‘el Cigala’ a cambio de su libertad es un debate interesante. Habrá quien opine una cosa y su contraria. Pero esa no es la cuestión relevante hoy. El PP nunca dio crédito a Luis Bárcenas y el PSOE, sí. Y lo usó, naturalmente. Igual que el PSOE creyó a José Luis Peñas, un concejal de Majadahonda que dio origen al desmantelamiento de la trama Gürtel y que acaba de ser indultado. Suena raro en Sánchez este desprecio por un delincuente delator cuando la querencia por los delincuentes forma parte de su dogma político. Cuando ha querido, selectivamente, los ha creído, justificado, indultado y amnistiado. Otegi, Puigdemont, Junqueras, Chaves, Griñán…
La clave no es el reproche social, la simpatía o la mala fama que merezca un delincuente, sino si dice o no la verdad. Van Schouwen, semilla del caso Filesa, era un simple contable al que dejaron fuera del reparto de la tarta. Y cantó. Y era verdad. Y Amedo y Domínguez reventaron al felipismo por la cuaderna. Esto no va de deslegitimar a los golfos, que lo suyo llevan encima, sino de determinar si mienten o no.
Cuando uno negocia su libertad lo hace a conciencia, y su retrato es el de una Moncloa fácilmente corruptible con un diseño preconcebido de enriquecimientos personales con conductas aparentemente honorables».
Ahora se abre un periodo incierto para el sanchismo en el que ha perdido el control de los tiempos, el dominio del hecho y la certidumbre de unos procesos judiciales que en el relato oficialista al fin han dejado de llamarse “no casos” porque ya era sonrojante el argumento. Ahora toca aclarar si en las afirmaciones de Aldama hay base indiciaria o pruebas, y si en efecto, como parece haber asumido, era el “nexo corruptor” de un entramado que ya no salpica a Sánchez, sino que lo señala directamente. Lingotes de oro, chalets para Delcy, sobres con miles de euros en metálico en el PSOE, fraude con una pandemia de muerte… La sacudida apunta a ser descomunal.
Las preguntas determinantes que deberá hacerse el juez y que, es de suponer, alguien con un mínimo de criterio se hará en La Moncloa: ¿es posible inventar todo esto? ¿Es Aldama un espontáneo que se presenta en el juzgado con una carpeta de sofismas bajo el brazo, o es un cualificado miembro de una organización diseñada para delinquir a base de influencias políticas que entró hasta la misma cocina de La Moncloa? ¿Es creíble que alguien, por pura desesperación, abatimiento personal y familiar, alejado en prisión de las marisquerías y el ‘luxury’, decida inculpar a otras personas sin conservar pruebas suficientes que acrediten lo que dice? ¿El PSOE piensa que Aldama o su abogado son un poco imbéciles, muy imbéciles o imbéciles del todo?
González negó los GAL, Rajoy la Gürtel, y en la versión oficial siempre resultan ser elementos aislados, bárcenas de la vida ligeros de bolsillo y moral, gentucilla aprovechada ajena al sistema. Pero nadie aparca junto a la plaza de un ministro si no lo ordena el ministro, ni se gana una cátedra por la cara».
Más interrogantes. ¿Por qué alguien se iba a autoinculpar inmolándose como autor de múltiples delitos asumiendo una cuota voluntaria de cárcel si fuese mentira? ¿Qué sentido tiene este movimiento de Aldama si el juez no le creyese, o si fuese inviable demostrar sus acusaciones, o exponiéndose a más querellas y a una situación procesal inestable con la que el juez puede revertir en cualquier momento su libertad? ¿Por qué los argumentos que relata Aldama cuadran a la perfección con pruebas, conversaciones, informes y contratos que la UCO de la Guardia Civil ha destripado con solvencia? ¿Por qué queda en libertad ocho horas después de declarar si todo es una burda manipulación? ¿Es Aldama un ultraderechista converso? ¿Es la UCO otra ‘inventada’? ¿Qué coño es la UCO?
Aldama estaba en todos los fregados, desde una innegable relación de negocios con Begoña Gómez, hasta la indecencia traficante de mascarillas, pasando por Delcy y sus lingotes, el rescate de Globalia o los sobres a responsables de Ferraz con dinero para sepa Dios qué caprichos financiar. Sabe mucho, es potencialmente verosímil y nadie conoce qué documentación guarda. Mal enemigo. A nadie se le ocurriría el disparate de someter a engaño a un juez a cambio de más años de cárcel. Cuando uno negocia su libertad lo hace a conciencia, y su retrato es el de una Moncloa fácilmente corruptible con un diseño preconcebido de enriquecimientos personales con conductas aparentemente honorables.
La capacidad de invención, e incluso de venganza, tiene un límite. González negó los GAL, Rajoy la Gürtel, y en la versión oficial siempre resultan ser elementos aislados, bárcenas de la vida ligeros de bolsillo y moral, gentucilla aprovechada ajena al sistema. Pero nadie aparca junto a la plaza de un ministro si no lo ordena el ministro, ni se gana una cátedra por la cara. Primero hay que negar y negar. En diferido si hace falta. Es lo que dice el librillo de primero de político. Después, gestionar el shock. Y al final, asumir que no tiene remedio, que estás hasta las trancas sentado y con cara de panoli ante un tipo con toga y cara de pocos amigos que te hace preguntas incriminatorias. Que cuando uno canta ante un juez, todo se vuelve irrespirable, inmanejable e incierto.
A una convulsión jurídica sigue siempre una dinamitación política. Lo hemos vivido ya en democracia. Un corrupto, por el hecho de ser corrupto, no deja de tener credibilidad. Nadie tiene por qué demostrar su inocencia. Son los demás quienes tienen que acreditar tu culpabilidad. Pero se demuestre lo que se demuestre, este seísmo es el primer paso de un estigma, se ponga como se ponga Sánchez, que ya le ocasiona un deterioro político tan irreversible como la sombra sucia de una sospecha que ya nunca podrá sacudirse de encima. Es mucho lo que huele a podrido. El sanchismo no lo admite, pero hasta los sanchistas ya lo creen. Por mucho que aplaudan.