Cuando en 1992 descubrimos que el gobernador del Banco de España Mariano Rubio estaba implicado en el caso Ibercorp, publiqué un artículo basado en la anécdota que una vez le contó Lincoln a su rival, el gobernador de Pensilvania. Trataba del hijo de un granjero al que le mordió un cerdo con malas pulgas, pero era una gran metáfora sobre el apego al poder y la dificultad de dejarlo.
El chico se agarró, tan furioso como asustado, a la cola del animal y, enganchados de esa manera, empezaron a dar vueltas frenéticas alrededor de un árbol, hasta que pidió ayuda a su hermano. Sin perder la dignidad le dijo: «Ven pronto, John, y ayúdame a que este cerdo se suelte».
En uno de esos arranques de melancolía con los que afrontaba sus responsabilidades, Lincoln se sinceró entonces: «Pues bien, gobernador: ese es exactamente mi caso. Quiero que alguien me ayude a que este cerdo se suelte«. Sólo la bala de un asesino lo conseguiría.
Hoy quiero dejar patente que, aunque aquel artículo se tituló «El cerdo del gobernador», yo no trataba de ningún modo de insultar a la autoridad monetaria. Tampoco lo haré ahora con el presidente del Gobierno.
Veintidós años después, me tocó publicar «Cuatro horas con Bárcenas«, entregar en la Audiencia Nacional el primer original de la Caja B del PP y ratificar ante el juez Ruz el relato en el que el extesorero lanzaba gravísimas acusaciones sobre la financiación delictiva del partido y los sobresueldos ilegales de sus líderes.
El propio día de mi declaración, el portavoz del PP en el Congreso, Alfonso Alonso, perdió los nervios en la Diputación Permanente y acusó furibundo al PSOE: «Están ustedes apadrinando a un delincuente«.
Cuando el presidente Rajoy en persona hizo suya la línea argumental de su portavoz y volvió a llamar «delincuente» a Bárcenas, el todavía líder socialista Alfredo Pérez Rubalcaba le contestó: «De acuerdo. Bárcenas es un delincuente, pero es «su» delincuente».
Otro tanto le había pasado a Felipe González con Amedo, Domínguez o Luis Roldán. Todos ellos eran delincuentes, pero eran «sus» delincuentes. Sobre todo, una vez que el «no hay pruebas ni las habrá» quedó pulverizado por la acción de la Justicia.
Es obvio que Feijóo hará también ahora esa atribución, una vez que el ministro Torres le ha acusado de «rebajarse a convertirse en portavoz de un delincuente confeso«. Confeso o no, será en todo caso «su» delincuente.
Nadie contaba con que Aldama plantaría cara a Sánchez, al quedar en libertad: «Que no se preocupe, que va a tener pruebas de lo que se ha dicho»
Podría alegarse que antes de que llegara Aldama, Sánchez ya tenía a sus propios delincuentes, al menos en grado de presunción, en las figuras de Koldo y Ábalos. Pero el presidente no les había caracterizado así a ninguno de ellos. Sin embargo, el jueves sí lo hizo con Aldama.
Que Sánchez le llamara «personaje» en tono despectivo y «delincuente» de forma inequívoca, era en cierto modo previsible. ¿Cómo podía responder a quien, al margen de todo lo demás, acababa de dejarle por mentiroso en algo tan fácil de entender como el contexto de una foto?
Con lo que nadie contaba es con que Aldama le plantaría cara, tan flamenco, al quedar en libertad. «Que no se preocupe, que va a tener pruebas de lo que se ha dicho». He aquí el desafío sin precedentes. Desde luego este hombre no tiene bajo el butirato.
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Yo estuve presente durante la confesión de Amedo y Domínguez ante el micrófono de Melchor Miralles en una suite del Hotel Eurobuilding.
Yo acompañé al coronel Perote a ver a Adolfo Suárez cuando quiso contarle que le habían grabado subrepticiamente en una visita al CESID y que aquello fue el embrión de la cintateca.
Yo me reuní con Roldán en el Villamagna poco antes de que se fugara y concediera su explosiva entrevista a Cerdán y Rubio en París.
Lo que dijo sobre Sánchez a las puertas de Soto del Real –»es un mitómano y tiene alzhéimer»– indica que estamos ante un personaje menos burdo
Yo fui, como he dicho, el prisionero de la confesión de Bárcenas, obligado a transmitirla al público y al juez, a sabiendas de que estaba jugándome la dirección del periódico que había fundado un cuarto de siglo antes.
He tratado muy de cerca a todos estos cantantes de ópera, a todos estos miembros de la cofradía de los tiradores de manta. Y en ninguno he visto la determinación y agallas que requiere mirar a los ojos a un presidente del Gobierno e interpelarle como acaba de hacer Aldama.
Menuda perogrullada sería que el presidente del Zamora desplegara la mejor manta zamorana. De momento sólo ha levantado una punta y aún no sabemos ni remotamente lo que sigue habiendo debajo.
Pero hay un detalle en lo que dijo sobre Sánchez a las puertas de Soto del Real –»es un mitómano y tiene alzhéimer«– que indica que estamos ante un personaje menos burdo que sus antecesores. Al margen de que no tenía por qué haber mencionado esa cruel enfermedad para referirse a la amnesia fingida del presidente, muchos ciudadanos pensaron que lo que no venía a cuenta era lo de «mitómano».
Que alguien con sus hechos a cuestas se ponga a la altura del presidente del Gobierno, como si se tratara del duelo en ‘OK Corral’, es muy elocuente sobre la consideración pública de ambos
En el uso habitual del término, un «mitómano» es el que se encandila con las grandes figuras del deporte, el cine o la canción, y nada de eso se le conoce a Sánchez. Que Aldama se lo achacara, debía ser fruto del aturullamiento natural de quien se topa con un micrófono tras una larguísima jornada de singular tensión.
Qué va. La primera acepción del Diccionario de la RAE dice que la mitomanía es la «tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice». Y si le preguntas a Google, la respuesta es que «los mitómanos son personas que mienten y manipulan de forma obsesiva y constante, hasta el punto de llegar a creerse sus propias mentiras».
Siempre me llama la atención que alguien use con propiedad el lenguaje. Y al margen de su grado de veracidad, cuando hablaba de Sánchez, Aldama sabía bien lo que se decía.
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Que alguien con sus hechos a cuestas se ponga en una noche a la altura del presidente del Gobierno, como si se tratara del duelo en OK Corral, es muy elocuente sobre la consideración pública de ambos. Pero lo relevante no son sus dimes y diretes, sino la referencia del entorno jurídico de Aldama a la «exceptio veritatis«.
Hay cosas que declaró el jueves ante la Audiencia que son indemostrables: lo que le dijo Sánchez tras el mitin de La Latina, los que iban a haber cenado con Delcy en el chalet de Oquendo alquilado por él mismo o si fue el propio presidente quién enchufó a Koldo en el ministerio.
Tampoco importa demasiado porque en ninguno de esos episodios hay el menor atisbo de materia criminal, por mucho que de forma extravagante se incluya en la demanda del PSOE por injurias y calumnias.
Así era el día a día en el primer gobierno de coalición «progresista». Hay que ver lo que «progresaban» el lugarteniente del jefe y ese asesor aizkolari, tan noblote y entrañable
Cuestión distinta son las acusaciones de cohecho en las que Aldama se autoinculpa. O sea, los detalles de los pagos a «El Gran» (Ábalos) y a «Goblin» (Koldo), tanto en Dominicana como en el propio Ministerio, tanto en metálico como en especies. Son tan explícitos y encajan tan coherentemente con los informes de la UCO y la propia auditoría de Óscar Puente, que será cuestión de tiempo que el primer factótum de Sánchez y su asesor afronten largas temporadas en prisión.
«El señor Ábalos tenía una serie de gastos que con su sueldo no le llegaba», declaró literalmente Aldama. O sea, como todos los españoles que no meten la mano en la caja.
El ‘cantante’ explicó a continuación que a veces Koldo repartía el botín con el ministro en su presencia «para que me fiara de que ese dinero se estaba entregando a quien se tenía que entregar». Y con el apartamento de Jessica, la inseminación artificial de la mujer de Koldo y la moto del hermano como remate. Así era el día a día en el primer gobierno de coalición «progresista» de la democracia.
Hay que ver lo que «progresaban» el lugarteniente del jefe y ese asesor aizkolari, tan noblote y entrañable.
«Ábalos recibía cinco o seis llamadas del presidente todos los días. Era su todo, era el ministro más importante de este país… era su consultor»
Sólo esto es tan aterrador y obsceno que genera una responsabilidad política que acompañará de por vida a Sánchez. Eligió por escudero a un sinvergüenza, lo encumbró hasta lo más alto y no le vigiló ni en el Gobierno ni en el partido, permitiéndole que se corrompiera. El año pasado volvió a ponerle en las listas.
Recurro de nuevo a la literalidad de Aldama, hablando de la etapa del rescate de Air Europa: «El señor Ábalos recibía cinco o seis llamadas del presidente todos los días. Era su todo, era todo, jefe de campaña, era secretario de Organización, era el ministro más importante de este país… era su consultor».
Es imposible que Sánchez decapitara y defenestrara a Ábalos pocos meses después sin enterarse de lo que había estado haciendo. A menos que su arrogancia encubriera una estulticia y falta de aptitud para gobernar hasta hoy desconocidas. ¿Qué prefieren los compañeros socialistas? ¿Que su jefe decidió meter la mierda bajo la alfombra o que, con todas sus redes de información públicas y privadas, nunca se enteró de nada?
También Rajoy encubrió durante años a Bárcenas, pero al menos terminó pidiendo perdón por haberle elegido. ¿Hará lo mismo el líder máximo el próximo fin de semana durante el Congreso del PSOE? ¿O más bien Ábalos, Aldama y Koldo completarán con Puigdemont y Otegi el repóquer de los innombrables en Sevilla?
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Sánchez ya no defiende su pasado. Sánchez ya no podría volver a decirle a Rajoy, a Feijóo o a nadie «yo soy un político limpio«, porque la suciedad de sus subordinados directos embadurna a los gobernantes.
Sin embargo, se aferra al presente y no quiere soltar de ninguna manera el poder que tiene agarrado por el rabo, por mal que huela y muy estridentes que sean sus gruñidos.
¡Ay, Santos Cerdán! A este hombre le quedan todavía unas cuantas tardes de gloria, un puñado de portadas por llenar
Por eso ya sólo defiende la «gestión actual», como si el que hablaba todas las veces, todos los días, sobre todos los asuntos con Ábalos, en plena ‘Grande Bouffe’ de la corrupción, hubiera sido un antecesor de gran parecido físico y parentesco remoto.
Su posición es éticamente tan insostenible que no me extraña que en su estrategia de defensa todo esté ya descontrolado por la paranoia. La demanda alega que Aldama atenta contra el «honor» de Begoña Gómez. Algo incomprensible si no es de manera preventiva porque en dos horas de declaración sólo se la menciona como asistente a una reunión con Teresa Ribera sobre la España vaciada.
Es cierto que, a la vista de su conducta antes, durante y después de la riada, el prestigio de la ya casi vicepresidenta de la UE no está en su mejor momento, pero de ahí a considerar «deshonroso» mantener una reunión con ella hay un trecho casi surrealista.
Otro tanto cabe decir de la excusatio non petita que el desmadejado Santos Cerdán farfulló en nombre de Sánchez, incluyéndole en la carreta de los sospechosos: «Yo no he recibido dinero, el presidente no ha recibido dinero, ni Ángel Víctor, ni Carlos Moreno«.
¿Por qué se reunían en bares el Koldo de Ábalos y el ‘Koldo’ de María Jesús Montero? Ah, claro, que probablemente fueran amigos. Ah, claro, que entre bomberos no hay que pisarse la manguera
¡Ay, Santos Cerdán! A este hombre le quedan todavía unas cuantas tardes de gloria, un puñado de portadas por llenar.
¿Intenta el tosco camaleón navarro camuflarse entre la maleza, aun a costa de meter en el saco al presidente y aprestarse a defenderle de lo que nadie le ha acusado?
¿Aprovecha la circunstancia de que Aldama aclaró que a Ángel Víctor Torres no le llegó a pagar lo que -según Koldo- pedía, para que el público crea que en su caso y en el del sempiterno jefe de Gabinete de María Jesús Montero ocurrió lo mismo?
La cuestión no es baladí porque Cerdán y Moreno forman parte indiscutible de lo que Sánchez llama la «gestión actual», y si Aldama llegara a probar las acusaciones de cohecho contra ambos, los infiernos se abrirían tan inexorablemente para el presidente como lo hacen para Don Giovanni al final de la ópera de Mozart. Así acaba un embaucador profesional, siempre al filo de lo imposible, al que muchos creían inmortal.
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Lo primero que cabe preguntarse al asomarnos al doble precipicio de Moreno y Cerdán es qué motivo iba a tener Aldama para autoinculparse de dos nuevos delitos. A mí sólo se me ocurre el de demostrar la sinceridad de su disposición a colaborar con la Justicia para poder negociar una condena a la baja. Con Moreno y Cerdán el dueño de la manta se juega mucho. Son dos acusaciones tan concretas que, si estuviera pinchando en hueso, su credibilidad se desmoronaría.
En ambos casos EL ESPAÑOL tiene algo que aportar. Respecto a Carlos Moreno, ayer mismo Jorge Calabrés -probablemente el periodista que más esté contribuyendo al descubrimiento de la trama– desvelaba que en la agenda personal de Koldo hay al menos cinco citas con este señor, concordantes con la descripción de la entrega de los 25.000 euros en presencia de Aldama.
¿’Quo Vadis’, Pedro, amarrado a esta Santa Compaña de ánimas en pena sin saber ya que hacer con tu cruz y tu caldero?
¿Por qué se reunían recurrentemente en bares, fuera de sus despachos, el Koldo de Ábalos y el ‘Koldo’ de María Jesús Montero, o sea, el ‘Koldo’ del ministerio que reparte la pasta y el ‘Koldo’ del ministerio que te la quita o no según las circunstancias?
Ah, claro, que probablemente fueran amigos. Ah, claro, que entre bomberos no hay que pisarse la manguera.
Y por lo que se refiere a Santos Cerdán, el ‘Ábalos’ de la «gestión actual» (en su doble condición de nuevo zar de Ferraz y ministro plenipotenciario sin cartera para la investidura, la amnistía, los presupuestos y la legislatura completa), yo tengo una prueba del algodón.
Como lo de que no recibió los 15.000 euros de Aldama en un bar frente a Ferraz sea tan verdad como que no llamó por teléfono a Koldo el pasado 28 de agosto desde Ciudad de México, ya puede Sánchez empezar a preparar su pasaporte hacia el infierno.
Y no debería darle buena espina que el mismo Alberto Cachinero Capitán que, como apoderado del PSOE, me amenazó con presentar una acción judicial de rectificación sobre esos contactos entre los dos camisas viejas del sanchismo, dejando luego vencer los plazos sin hacerlo, sea quien haya presentado ahora la absurda demanda de conciliación contra Aldama.
¿Quo Vadis, Pedro, amarrado a esta Santa Compaña de ánimas en pena sin saber ya qué hacer con tu cruz y tu caldero? «Cada difunto lleva una luz que no se ve, pero se percibe claramente el olor de la cera que arde«, dicen las ‘Supersticiones Gallegas’.
La peregrinación, la agonía, la resistencia pueden ser largas. De momento, menos de un tercio de los españoles cree al excelentísimo señor jefe del Gobierno, secretario general del PSOE y presidente de la Internacional Socialista y dos tercios o más creen a su «delincuente».