- Sánchez ha optado por una idea pésima: ideologizar a los uniformados cada vez que escoge portavoz con motivo de una tragedia. Sea en la pandemia persiguiendo críticas al gobierno, sea en las inundaciones mintiendo a la cara a los españoles
Estos días he recordado una frase de Sánchez: «Sobra el Ministerio de Defensa». Diez años después de pronunciarla, y seis después de hacerse con el poder denunciando la corrupción (ja, je, ji, jo, ju), hay que echar el exabrupto al saco de frasecitas demagógicas con el que carga desde siempre. Creciendo creciendo, el saco lo ha absorbido ónticamente. De tal modo que hoy Sánchez es ese saco de mentiras y ninguna otra cosa. Su aspecto podría ser cualquier otro sin afectar al ente. El azar y la necesidad, en su eterno entrelazamiento, lo han modelado como maniquí de El Corte Inglés. Ventajosa encarnación. O, mejor, encartonización, por el cartón piedra. «Encartonar» es palabra inexistente pero resulta necesaria, pues «acartonar» remite a un proceso, en tanto que aquí hay una súbita asunción. La de un destino (anti)nacional: la destrucción de España. Algo similar confesó Azaña a finales de 1930 con su «empresa de demoliciones», su denuncia de la enfermedad «heredo-histórica» de nuestra Nación, su insistencia en señalar como enemigos principales a la Iglesia y a la Monarquía.
Como Azaña ere hombre leído y escrito (sin negra), nada parece unirle a Sánchez. Discrepo: está su mala fe hasta 1937, está su resentimiento, y está su disposición a pactar con cualquiera, por despreciable que fuere, con tal de impulsar sus deletéreos planes. Azaña fue muy pronto ministro de la Guerra, y su reforma no iba desencaminada. Sánchez quiere borrar el departamento. Azaña defendió el Estatuto catalán con un largo y persuasiva discurso en el Congreso (luego se arrepentiría). Sánchez es zurupeto, ignora la distribución del poder tanto en lo funcional como en lo territorial. De ahí su amarga sorpresa al enterarse de que no mandaba en la fiscalía; tan amarga fue que, no pudiendo asimilar la verdad, continuó como si nada, jugando con el imputado fiscal general cual si fuera un madelman. Podríamos seguir con la broma y atribuir también a su naturaleza de tábula rasa la creencia de que Mazón era el único que podía hacer algo cuando empezaron las inundaciones, pero ya no tiene gracia.
No sabiendo eliminar el Ministerio de Defensa, como quería, Sánchez ha optado por una idea pésima: ideologizar a los uniformados cada vez que escoge portavoz con motivo de una tragedia. Sea en la pandemia persiguiendo críticas al gobierno, sea en las inundaciones mintiendo a la cara a los españoles. Del mismo modo, no puede hacer que su bastardo cálculo político en plena tragedia no haya sucedido. Pero si puede azuzar a su jauría mediática, rehala cuya manutención y cuya hambre él administra. Y ahora que perro como perro, insta a los suyos a acusar de desinformación a quien se atreva a desafiarlo. España no se la cargará porque se lo impediremos (nadie lo dude), pero el periodismo lo ha destrozado. La única prensa libre que queda es la que no necesita arrodillarse para pagar las nóminas. Use el lector este baremo cuando le vengan con la martingala de los pseudomedios.