Antonio Elorza-El Correo

  • La crisis de Occidente, en especial desde 2008, se revela en la impotencia de EE UU para frenar la resurrección de monstruos encarnados en Putin y Xi Jinping

Hay una interpretación generalizada sobre el famoso capricho de Goya a pesar del interés del pintor por evitar confusiones. De acuerdo con la misma, es la razón la que en su sueño genera los monstruos. Una mirada atenta permite, en cambio, apreciar que el ser humano protagonista de la escena, verosímilmente un ilustrado, duerme y que un monstruo está apoderándose de la pluma que se encuentra a su lado. Cuando la razón duerme se inicia el imperio de la irracionalidad.

La enseñanza es aplicable a la crisis que arrastra el mundo occidental desde fines del pasado siglo y especialmente a partir de la conmoción económica de 2008. Como asimismo hizo notar Goya, de nuevo oponiéndose al tópico, los monstruos no son fruto de la imaginación. Encarnan amenazas demasiado reales. La fantasía y la creatividad están puestas al servicio de la vocación crítica: «Ni temo a brujas, duendes, valentones, gigantes, follones, malandrines, etcétera. Ni ninguna clase de cuerpos temo, sino a los humanos».

En efecto, será la trágica exhibición de impotencia de la política y del pensamiento occidentales, con la sucesión de gravísimos errores, lo que condujo a la situación actual donde la única seguridad es que todo es inseguro, reproduciendo el dictamen de un brillante renacentista judío-alemán, Félix Gilbert, sobre los años 1930.

Puestos a elegir un punto de origen, este se encontraría en otro sueño, el de la feliz e indiscutida hegemonía del imperialismo americano, una vez que con el desplome del bloque soviético habría sido alcanzado el ‘happy end’, el fin de la historia. La delirante invasión de Irak, punto de llegada de la sucesión de despropósitos iniciada décadas atrás en Irán sobre el mundo islámico, puso de relieve el vacío del proyecto de dominación imperial, que pasó a la defensiva, dando tumbos después del fracaso de la ‘primavera árabe’ y en particular sin capacidad de oponerse frente al Estado Islámico, ya con Obama en la Casa Blanca.

En la propia Norteamérica, desde 2008, el repliegue afectó a la mentalidad social hasta el punto de sofocar los pasajeros vientos de renovación de la presidencia de Barack Obama para contemplar la vuelta a la superficie de la América profunda, con una exaltación nacionalista y xenófoba, la cobertura de la religión evangélica y la promoción de un capitalismo desregulado, aglutinadas en torno a un caudillo dispuesto a encabezar una cruzada neofascista. Sin límites morales ni la mínima atención a la solidaridad con causas justas. MAGA ha querido decir ‘América solo para sí misma’, y esto ha sonado bien a una mayoría. El monstruo ha cogido el timón, a favor de la pendiente degenerativa, trazada a partir de la presidencia de George Bush Jr.

La impotencia americana se reflejó asimismo en la incapacidad para frenar la resurrección de dos monstruos, aparentemente condenados por la historia, junto a los regímenes comunistas que profesaron en el siglo XX. Hoy, mientras el campo democrático se achica en el mundo como una piel de zapa, Putin consolida su dictadura con acentos criminales y Xi da vida a la distopía orwelliana de un control político absoluto, marco de una pujante economía capitalista.

El ascenso de China, desde Deng Xiaoping a Xi Jinping, fue en gran medida imparable, dado que se apoyó en la eficacia de su sistema productivo bajo un estricto control de la sociedad, pero en la reconstrucción soviética el hombre de la KGB contó con márgenes amplios de tolerancia para su política agresiva hasta el clímax de la invasión de Ucrania. Incluso ahora, cuando la situación militar es sumamente grave, la impresión es que la economía rusa ha superado el golpe y sobre todo su capitalismo mafioso sigue tolerado en Occidente. Con Trump presidente, la suerte ahí está echada.

El error sería suponer que son vías separadas y que han alcanzado ya sus objetivos. La alianza entre Putin y Xi del 4 de febrero de 2022 abrió la puerta a la invasión de Ucrania, en nombre de un enfrentamiento con el unilateralismo de Estados Unidos (es decir, con todo Occidente). Ahora sigue en dos direcciones: hacia la recuperación por Putin del entorno soviético (Georgia, Moldavia) y hacia el asalto final a Taiwán por Xi, ensayado ya con todo rigor en las maniobras de cerco de la isla, emprendidas el 14 de octubre. Aquí sí la llegada de Trump al poder sería un obstáculo.

Tiempos sumamente inseguros, que diría el ya citado Felix Gilbert. En el caso de Europa, el cerco de los monstruos es exterior, abocada a la exigencia de superar su inferioridad económica y militar, pero también opera desde dentro, con la fractura del eje rector francoalemán, el auge de una extrema derecha inclinada a aliarse con Putin y sectores de la izquierda -Melenchón en Francia, Sánchez aquí- que se dedican a su propio juego ignorando la necesidad de aferrarse a la convivencia de socialistas y conservadores que hizo posible la larga onda de democracia y bienestar desde 1945.