Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Los que leen, estudian, se esfuerzan y mantienen la disciplina suelen ir a parar a la derecha, lo que no significa que no coincidan con bastantes cafres. Como regla general, no es amigo de acabar con la meritocracia el que acumula méritos

El ‘wokismo’ empieza como una tontuna. Al poco, el afectado vislumbra la cantidad de ventajas de la plural chorrada. Algunas le deslumbran: el cómodo mando del inquisidor, las fórmulas mágicas, las palabras fetiche o el aplauso asegurado. Todo gratis, sin esfuerzo, sin estudio, sin experiencia, sin lecturas, sin ideas, sin argumentos, sin reflexión. Invisibles patrones espontáneos reordenan las inclinaciones ideológicas colectivas. Su señal es el lenguaje. El mecanismo recuerda a aquellas máquinas que clasificaban las monedas cuando la peseta: bastaban unos desviadores fijos y la fuerza de la gravedad. Aquí los diez céntimos gordos, al lado los pequeños, luego los reales, allá los cincuenta céntimos, acullá las pesetas, antes de los duros.

Del mismo modo, cayendo siempre, como las mónadas, pero sin desviación, el destino de cada cual va floreciendo, madurando y marchitándose. Veamos algunas tendencias. Los que leen, estudian, se esfuerzan y mantienen la disciplina suelen ir a parar a la derecha, lo que no significa que no coincidan con bastantes cafres. Como regla general, no es amigo de acabar con la meritocracia el que acumula méritos. Quien no sepa o no soporte discutir, caerá en la parcela para inquisidores. Escupirá: ¡Negacionista! ¡Marichulo! ¡Tránsfoba! ¡Ejtremaderecha! Etc. A su lado habita un grupo menos histérico, lo que no significa que deje de insultar al oponente, sino que entre injuria y calumnia coloca módulos verbales multiusos con apariencia de argumento. Los repiten de memoria y los van intercalando según las fórmulas mágicas les parezcan más o menos adecuadas a cada tema. Ahí vive Pepe Álvarez. Gentes de mérito, pero acomplejadas confunden a menudo estas morcillas precocinadas con ideas.

Otros llegan al recinto woke a través del vertiginoso Tubo de los Lerdos. El lerdo y la lerda ni siquiera alcanzan a memorizar las fórmulas mágicas; solo retienen unas cuantas palabras fetiche. Sus ensaladas verbales son indigestas e inexplicables; sin embargo, no les arredran tribunas, estrados, micrófonos ni cámaras. Flotan reconocibles en su cháchara loca las palabras clave una vez alcanzan la superficie: bla, bla, bla, resiliente, bla, bla, bla, solidaridad, bla, bla, bla, de progreso, bla, bla, bla, palestinos, bla, bla, bla, cambio climático. Utilicen a Yolanda como recordatorio del Tubo de los Lerdos. Existe el lerdo chistoso, enriquecido en ocasiones a base de excretar blasfemias de matacuras. Al no ser usted woke (espero), podría llegar a creer que los casos Yolanda y Chistosos Tristes son excepcionales. En modo alguno. Operan fuerzas que debe conocer y tener presentes, por su bien: la meritocracia inversa en ciertas organizaciones, fenómeno estudiado a fondo por Hayek mucho antes de las leyes de Peters y de Mengano y de Manolita Chen. Segunda fuerza: la vanidad. Si la meritocracia inversa les empuja hacia arriba siendo lerdos y lerdas, acabarán olvidando el tubo por el que cayeron merced al halago de los subordinados y la pompa del cargo. O por el contrato televisivo, las risas enlatadas y el tratamiento de la prensa convencional, que recogerá sus sinsentidos como si no fueran malintencionada chatarra verbal.