Tonia Etxarri-El Correo

El desvío del foco, cuando un Gobierno está en apuros y se ve acorralado, es un arte que dominan con habilidad en la Moncloa. No tienen rival, aunque a veces no logren su propósito. Ayer compareció Pedro Sánchez, en una declaración institucional sin preguntas, para reivindicar su defensa de la exministra Teresa Ribera. Pero, ¿dónde debía estar dirigida la atención? ¿En el relevo ministerial o en las ramificaciones de las explosivas declaraciones de Víctor de Aldama que ha dejado al descubierto, pendiente de las actuaciones probatorias, una maraña de nepotismo y corrupción en buena parte del Gobierno y la cúpula del partido? ¿Dónde estaba la almendra mediática, ayer? ¿En la crisis climática o en los trucos gubernamentales para utilizar todos los resortes del Estado para destruir al adversario? ¿En la paridad en puestos de alta responsabilidad o en el fiscal general del Estado, actualmente imputado por un presunto delito de revelación de secretos, a quien la UCO le otorga un papel de «participación preeminente» en el oscuro episodio de la filtración de los datos reservados del novio de la presidenta de Madrid?

Lo cierto es que el nombre de Teresa Ribera se difuminaba en el panel de los nombres de algunos de los allegados al presidente. Quienes fueron su mano derecha y colaboradores y están imputados, quienes siguen al mando en el partido, como Santos Cerdán. Y, el penúltimo de la fila en incorporarse a la escena, el dirigente socialista madrileño, Juan Lobato, que se lio tanto al explicar por qué acudió a la notaría, a espaldas de su partido, para protegerse ante posibles dificultades con la información filtrada sobre el novio de Díaz Ayuso, que el Tribunal Supremo ha decidido citarlo como testigo para el viernes. Su silla peligra.

Entre la persecución al adversario y la banda de corruptelas anda el juego. Pero en este país, desde hace seis años, el escándalo ya no escandaliza.

Todas las bifurcaciones del ‘caso Koldo-Ábalos’ destilan un olor tan pestilente que, a veces, algún socio entra en crisis aparente. No es el caso de Junts, que le importan un bledo las mentiras y, por supuesto, la corrupción. A Puigdemont le mueven sus intereses. La amnistía que no le llega porque todavía la Justicia sigue ejerciendo de contrapeso. Y la autodeterminación negociada por partes al margen del Parlamento. Y en el extranjero. Pero el caso del PNV, que tiene a sus bases notoriamente desmovilizadas, es algo diferente. Se ha visto en la necesidad de apartarse de la mugre. Un poquito. Que ya está bien de que se dé por hecha su vinculación inquebrantable a Pedro Sánchez. Pues no. No van a plegarse a todo. Palabra de Ortuzar, que dice que no tiene miedos ni complejos. Ya veremos.

Mientras, Sánchez espera un nuevo desvío de foco. Si se habla de delitos fiscales, ¿qué mejor que señalar ahora al rey emérito? Exfiscales, exmagistrados, filósofos, ¡incluso periodistas! se han querellado contra don Juan Carlos. Por supuestos delitos ya investigados y archivados. Los querellantes, en coral orquestada, dicen que pretenden potenciar la igualdad ante la ley. ¿Dónde está la bolita?