Benigno Pendás-ABC

  • Desde la perspectiva del humanismo social, Doña Sofía ha dado ejemplo de firmeza en las convicciones y los valores que sustentan el ámbito de la Familia y de la vocación de servir al prójimo

Con motivo de la incorporación de la Reina emérita Doña Sofía como Doctora honoris causa de la Universidad CEU San Pablo, recibo el honroso encargo de pronunciar la laudatio de la nueva Doctora en tan solemne acto académico. Quisiera compartir con los lectores de ABC algunas reflexiones acerca de una figura tan relevante y distinguida en la España contemporánea.

Sofía es nombre femenino que apela a la auténtica sabiduría. El filósofo es ‘amigo’ de la sabiduría por contraste con el sofista, que busca su propia conveniencia bajo apariencia de sabio. El pensador genuino persigue afanosamente la verdad. Desde el esfuerzo y la exigencia, transmite a los discípulos el deseo de aprender; el amor por las ciencias y las letras; la práctica de las artes; la búsqueda infatigable de la Justicia, suprema virtud de dar a cada uno lo suyo: suum quique tribuere.

Les habla un historiador de las ideas y las formas políticas formado en la escuela del maestro Díez del Corral. Una sociedad sanamente constituida admira y reconoce a los mejores. A propósito de la enseñanza de las Humanidades, escribió el referido profesor acerca del amor a Grecia, reflejado en ‘El Archipiélago’ de Hölderlin y su inquieta pregunta: «¿Di, dónde está Atenas?», ante el temor a la invasión extranjera de aquella polis deslumbrante, capaz de derrotar a las fuerzas muy superiores en número y potencia del enemigo existencial. Así lo cuenta el poeta de Tubinga, con un sentido profundamente humano: «En la orilla de Salamina, esperando el fin, están las atenienses, las vírgenes y las madres, meciendo en sus brazos al hijito salvado».

La hoja de servicios de la Corona española adquiere particular brillantez mediante el liderazgo ejercido en la Transición democrática. El ejercicio impecable de las funciones constitucionales del Rey, con o sin sobresaltos, caracteriza esa línea institucional que se enriquece desde 2014 en la persona de Don Felipe VI, en esa «Monarquía renovada para un tiempo nuevo» que proclamó ante las Cortes Generales al asumir la Jefatura del Estado.

Los españoles sentimos un orgullo legítimo por la actuación ejemplar de esta «forma política del Estado» que proclama la Constitución, en el marco de los ‘corsi e ricorsi’ de la Historia. Hemos hecho las cosas razonablemente bien, como es propio de la política, oficio noble cuando se ejerce al servicio del bien común y se orienta hacia el interés general. Porque la política es espejo de la vida, reflejo de continuidad y de cambio, depósito de principios que traen causa de la condición humana: la dignidad de la persona y el honor como fundamento del régimen monárquico, según la doctrina clásica de Montesquieu.

Quiero destacar aquí la naturaleza de la Corona como símbolo de permanencia del Estado y de la Nación española. Doña Sofía es la expresión viviente de la idea de continuidad: nieta, hija, hermana, esposa, madre y (en su día) abuela de reyes y de reinas. Ha cumplido tan exigente responsabilidad con firmeza, con elegancia, con esa pulcritud que reconoce la sabiduría popular en forma de respeto y afecto. «No es el Rey quien hereda la Corona, sino la Corona la que hereda al Rey», escribió Georg Jellinek, uno de los más grandes juristas de la Historia. La nueva doctora que se incorpora al claustro de la Universidad CEU San Pablo es el arquetipo de una línea dinástica que recorre la Historia aportando estabilidad y sosiego al conflicto inherente a la pluralidad social y política.

Todo ello se refuerza en el confuso y convulso, pero apasionante tiempo que nos toca vivir, acaso un umbral de épocas que escapa a la comprensión de los intelectuales. La Monarquía ha sabido evolucionar desde forma de Estado a forma de gobierno, ahora en calidad de Monarquía parlamentaria, plenamente congruente con la soberanía nacional que reside en el pueblo español. Puede la nueva doctora estar satisfecha con su aportación a la Historia de España, y así lo proclaman los historiadores más rigurosos, aquellos que cumplen los requisitos que impone Don Quijote: «Puntuales, verdaderos y no nada apasionados».

Son bien conocidas y valoradas por la sociedad española las actividades que Doña Sofía ha desarrollado al servicio de las personas que precisan de mayor cuidado y atención, actuando siempre con una delicadeza que imprime carácter a su comportamiento. En el ámbito social, es conocida y valorada como merece su labor infatigable a favor de los grupos sociales menos favorecidos, en temas relativos –entre otros– a personas con discapacidad, la mujer en el entorno rural o la lucha contra la drogadicción. Una vez más, los españoles contemplamos con orgullo su reacción inmediata ante los luctuosos acontecimientos recientes que afectaron en particular a la Comunidad Valenciana. Lo mismo cabe decir respecto de la cooperación al desarrollo, en materias como la salud y la educación de la infancia, especialmente sensibles para una visión de honda raíz humanista, ya que tiene su fundamento en la citada dignidad de la persona. En fin, sus viajes alrededor del mundo aportan siempre valor positivo a la imagen de España, eso que hoy día se llama «poder blando» en relaciones internacionales. Un solo ejemplo, a título personal. En 2012, bicentenario de las Cortes de Cádiz, una delegación de profesores españoles viajó a la ciudad de Manila y la encontró engalanada con banderas nacionales y fotografías de nuestra Reina. Percibimos entonces, al otro lado del mundo, el reconocimiento al trabajo bien hecho.

Volcada en la Cultura, Doña Sofía es presidenta ejecutiva de la fundación que lleva su nombre y presidenta de honor de varias instituciones culturales, especialmente en el ámbito de la música, como la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Melómana exquisita, la nueva Doctora asiste con frecuencia a las funciones más destacadas, ya sean de ópera, ballet o música sinfónica. ¡Cuántos jóvenes aspirantes al éxito en esa difícil carrera se sienten reconfortados al percibir esa sensibilidad! Entre sus favoritos, Johann Sebastian Bach, prueba de su gusto refinado, así como el cuidado de los Stradivarius que guarda el Palacio Real. Merece un recuerdo especial su cordial relación con Mstilav Rostropóvich, el mejor violonchelista de su generación, a cuyo funeral asistió en Moscú: «El arte y la moral son inseparables», dijo alguna vez. También con Yehudi Menuhin, violinista de referencia. Permanece en la memoria de quienes lo vivimos la entrega a los dos genios musicales del Premio (entonces) Príncipe de Asturias de la Concordia en el siempre emotivo acto del teatro Campoamor de Oviedo.

En fin, desde la perspectiva del humanismo social ha dado ejemplo de firmeza en las convicciones y los valores que sustentan el ámbito de la Familia y de la vocación de servir al prójimo. Son razones todas ellas que justifican se haga entrega a Su Majestad la Reina Doña Sofía de los símbolos y diplomas que acreditan la condición de doctora Honoris causa.