Ignacio Camacho-ABC
- El Gobierno ha perdido el control del relato bajo una riada de escándalos que desbordan todos sus frágiles argumentarios
Lobato es el dedo. El dedo de una denuncia cuya inicial dignidad acabó volviéndose retráctil para acabar finalmente avasallada ante la implacable ‘omertà’ de Sánchez. El dedo de un peso mosca incapaz de tenerse en pie durante el primer asalto del combate. Lo que importa es la luna que señalaba sin que en el Gobierno ni en el Partido Socialista la quisiera mirar nadie; la luna de la evidencia de que Moncloa tenía un documento confidencial con datos de un ciudadano cuya custodia corresponde a los fiscales. La luna donde el Supremo sí ve materia investigable. El resto es sólo una polémica orgánica que se ha llevado al dirigente madrileño por delante.
Esa luna de problemas en cuarto creciente brilla en el otoño del sanchismo. Y le arrebata al Gobierno el liderazgo comunicativo, el control de la conversación pública, el discurso propagandístico que siempre ha sido su principal herramienta de dominio. No hay modo de fingir normalidad ni vender logros del Ejecutivo en una escena política donde los escándalos se suceden sin respiro. El laboratorio de la Moncloa ha colapsado bajo un aluvión de revelaciones que desbordan todos sus argumentarios. Esas consignas huecas que los ministros repiten como papagayos, sin poder ocultar la cara de pánico, apenas duran unas horas antes de disolverse en la atmósfera tensa, eléctrica de los juzgados.
Ayer pintaba un buen día para el presidente, o eso parecía prometer su agenda. Se disponía a comparecer en el Congreso con un paquete de medidas para la tragedia de la DANA y Teresa Ribera iba a salir al fin elegida comisaria europea. Pero la jornada amaneció con Aldama cantando arias ante Carlos Herrera. Y antes del almuerzo su hermano músico quedó imputado por corruptelas diversas –prevaricación, enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias– y sospechas de fraude a Hacienda. Aldama se cuidó de achacarle delito alguno pero apuntó responsabilidades políticas directas, deslizó su trato cercano con Begoña y volvió a amenazar con más pruebas. Emitía mensajes de peligro suicida, entre la venganza y la autodefensa, como si llevara un cinturón de explosivos bajo la chaqueta.
Cuando terminó era imposible hacer hueco a las ayudas de Valencia en las portadas de las webs de noticias. Pero el chaparrón no había hecho más que empezar; quedaba la dimisión de Lobato, la imputación de David, un vídeo de la famosa foto con el comisionista, una diligencia judicial para conservar imágenes del registro en la Fiscalía. Y sobre todo quedaban flotando los detalles de la entrevista: los Falcons en Dominicana, las copas en la terraza de San Petersburgo, el viaje de Delcy, el informe del CNI sobre Ábalos, las llamadas al ministro «seis o siete veces al día». Quedaba la luna con su cara oculta vislumbrada en el relato por capítulos que va escribiendo la justicia. Justo en vísperas del congreso aclamatorio de Sevilla.