Editorial-El Español

Irónicamente, la única resolución ideológica de calado que se ha tomado en el Congreso Federal del PSOE de este fin de semana en Sevilla ha pasado más bien desapercibida. Pero promete ser un foco de controversia en las semanas venideras.

Es la votación referida a la cuestión del género. En la ponencia aprobada se ha establecido, por un lado, que «ninguna persona de sexo masculino pueda participar en las categorías destinadas a mujeres». Y, por otro, se ha fijado la nomenclatura del colectivo en «LGTBI», sin incluir la «Q» de queer, ni el «+» que hace referencia a todo el resto de vivencias del género y el sexo que exceden lo significado por el acrónimo.

Ambas decisiones transparentan que, en la disputa abierta en el seno de la izquierda entre la ideología transgénero y el feminismo clásico, el PSOE parece haberse decantado oficialmente por la segunda.

El problema es que veinticuatro horas después de la aprobación de la ponencia en el Congreso, el secretario LGTBI del PSOE, Víctor Gutiérrez, ha aseverado que este giro es un error. Y ha intentado aplacar los reproches del colectivo no binario deslizando que la votación es papel mojado, porque no comportará ningún cambio en la práctica.

La primera observación que sugiere esta autoenmienda es la constatación, una vez más, de la inanidad de las resoluciones adoptadas por los órganos supuestamente decisorios del PSOE. E invita a preguntarse cuál es el sentido de esta clase de Congresos con participación de las bases, si al día siguiente un miembro de la Ejecutiva no se considera vinculado por lo acordado.

En segundo lugar, se demuestra que el PSOE no tiene una posición clara sobre una cuestión capital en la política contemporánea.

Porque aunque pudiera parecer que se trata de una discusión ociosa y puramente nominal, la querella sobre las siglas de la lucha feminista reviste una gran trascendencia. Máxime tratándose de un movimiento que por definición atribuye un papel central al aspecto simbólico.

No en vano, Irene Montero ha rechazado la decisión como una expresión de «LGTBIfobia», porque «borrando letras no se borran esas vidas, pero sí sus derechos». También los socios de coalición de Sumar han repudiado la ponencia acordada, considerando que supone asumir el marco de la extrema derecha.

Es dudoso que la exclusión del «Q+» vaya a traducirse en alguna modificación legislativa que afecte a las personas de género fluido. Se antoja ante todo un guiño para contentar al feminismo detractor de lo queer, en un episodio más del funambulismo al que obliga la política sanchista al insisitir en integrar en un mismo bloque de alianzas a fuerzas con demandas antitéticas entre sí.

Porque técnicamente el PSOE no ha retirado el «Q+» de sus documentos, dado que nunca ha usado esa denominación. Lo que le ha permitido asegurar a Gutiérrez que «aunque no vayamos a incorporar en nuestros documentos oficiales ese +, vamos a continuar trabajando por garantizar los derechos de todas las siglas del colectivo, sin excepción».

Pero es innegable que se rechazó la enmienda que proponía incluir esas dos siglas, con lo que de facto se han excluido. Lo cual sólo puede leerse como una victoria del sector clásico del feminismo socialista.

Esta corriente quedó desplazada cuando Pedro Sánchez dejó el Ministerio de Igualdad en manos de Irene Montero. En su modus operandi acostumbrado, el presidente se aseguró los votos de sus socios de coalición a costa de hipotecarse para el futuro.

Porque al encomendar a Unidas Podemos un asunto tan vertebral para el ideario socialista, provocando que la acción feminista gubernamental pasara a estar orientada por los criterios de la ideología queer, Sánchez soliviantó a las feministas clásicas lideradas por Carmen Calvo. Tras el desaguisado de la ley del sí es sí, el PSOE quiere volver a congraciarse con ellas.

El problema es que, al dar marcha atrás hacia posturas más binarias y biologicistas, el PSOE entra en contradicción con el espíritu de la Ley Trans que su propio Gobierno votó, y que consagraba el principio de la autodeterminación de género.

El gesto aparentemente menor del PSOE en su último Congreso amenaza con abrirle al Gobierno una nueva grieta con los socios de su bloque. Y servirá para comprobar el error de haber frivolizado una cuestión tan escabrosa, permitiendo que su partido se adhiriese a unas tesis de las que será muy difícil retractarse.