Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Ignotos por inextricables son los recovecos curriculares por los que uno llega a hacerse dependiente de los extractos bancarios, de los SMS, notas que intempestivamente te comunican un gasto tuyo reciente, como si no supieras que te has dado un capricho

¿Para que te abres once cuantas corrientes, hija? Hay que ser viciosa del papeleo. A veces no os entiendo, como lo digo lo pienso. Once cuentas solo traen problemas. Con cuatro ya te despistas. ¿Para qué quieres tantas, mujer? A ver, ¿para qué? No, pero dímelo, que la pregunta no es retórica. Y encima no tienes nada ahí, que ya es rarito. Si tuvieras cantidades dignas en cada una, también sería sospechoso, porque siendo once la suma se te va. Pero para guardar cuarenta euros, once cuentas. Así que todo el mundo está con la mosca detrás de la oreja. La gente es muy criticona, ya lo sabes, y hay periodistas que no se pierden ni una, los muy meticones. Por eso no me lo explico, corazón. ¿En qué andabas pensando? ¿Tenías algo ahí y te lo has gastado? ¿En qué? ¿No tenías nada y estabas a la espera de tanta pasta que había que repartirla en once cuentas? Dime algo. Qué silencio tan terco tienes. Oye, a mí no me vengas con el derecho a no declarar, que yo soy un amigo, que no te estoy juzgando. ¡Si es por tu bien que te pregunto! Qué mujer tan reservada has sido siempre. En fin, tú verás. Si me dices que no hay nada es que no hay nada. Pero once cuentas…

Tiene que tratarse de algún trastorno nuevo. Uno de esos que van saliendo cada mes, con nombre en inglés, en las revistas de la peluquería. Yo ya no sé qué pensar. No diez, once. Será posible, anda que no, tela marinera, tiene miga la amiga. Le he ido a preguntar a mi otro yo, que es menos expansivo, y lo que me ha respondido no te lo vas a creer. Esta también va fino del tarro. Pero hija, yo me limito a reproducir sus palabras. Me dice el otro, el de arriba, el que lleva mi nombre y se encierra en la biblioteca y no sale ni a tiros, y encima fuma de noche:

Ignotos por inextricables son los recovecos curriculares por los que uno llega a hacerse dependiente de los extractos bancarios, de los SMS, notas que intempestivamente te comunican un gasto tuyo reciente, como si no supieras que te has dado un capricho, frases que podrían ser más asépticas, pero entonces no contendrían el implícito reproche, como si te llamaran manirroto. Como los empleados de la Caixa de los setenta, que hipnotizaban a las jubiladas tipo mi tía para que no tocaran el dinero de la libreta de ahorros. Sí, antes se iba por el mundo con una libreta de verdad, una libreta material, escrita a máquina. A lo que iba: algunas disfrutan incluso clasificando en una mesa camilla los resguardos que las entidades financieras se empeñan en seguir enviando en papel, como si eso no acabara con los bosques; como si no estuvieran, mientras te matan con las comisiones, insuflándote una culpa artificial por la huella de carbono, y que si patatán.