Pedro Ontoso-El Correo

  • La polémica por el ‘Sarri, Sarri’, convertido en un himno de trinchera, evidencia que la sociedad vasca todavía sigue en duelo por los años del terrorismo de ETA

El pasado 21 de noviembre paseaba por el barrio de Salamanca en espera de moderar un debate en la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) sobre el periodismo de trincheras. La sede se encuentra ubicada en un palacete que linda con las calles Juan Bravo y Claudio Coello, esta última donde ETA asesinó a Carrero Blanco, hace ahora 51 años. Me acerqué hasta la iglesia de los jesuitas de Maldonado, en cuyo tejado se incrustó el vehículo oficial del presidente del Gobierno franquista tras la violenta explosión. Una placa en un lateral recuerda el magnicidio. Luego entré en la capilla donde el almirante acostumbraba a oír misa y me senté en la bancada donde el comando etarra vigilaba los movimientos de su presa. Aquel crimen proporcionó cobertura moral a ETA.

No sé lo que me impulsó a recorrer el escenario de aquel atentado, que tanto se celebró en Euskadi. Quizás porque esos días se había avivado una polémica por el concierto de Fermín Muguruza en la prisión de Martutene en cuyo repertorio destacaba la canción ‘Sarri, Sarri’, tan icónica para el imaginario vasco. En las romerías de los pueblos se hacían volar los pañuelos y los jerséis con el estribillo ‘voló y voló y hasta el alero llegó, eeeup!’. Lo hacía gente de toda condición, pero no toda. Como es el caso de la filóloga y escritora Lourdes Oñederra, que en un discurso imprescindible en la Fundación Fernando Buesa compartió que se había criado en una familia nacionalista en la que le enseñaron que no estaba bien celebrar el asesinato de Carrero.

Un año después del atentado aterricé en Madrid para estudiar en la Complutense. Canté junto a mis amigos muchísimas canciones de protesta cuando se recurría a la metáfora para evitar la censura, la multa o la cárcel. Canciones de Víctor Jara, de Quilapayún, de Jarcha, de Llach (‘L’estaca’), de Labordeta, de Paco Ibáñez, de Amancio Prada… Eran tiempos de rebeldía en aquellos mítines históricos de Felipe González y Miterrand en el barrio de San Blas (la Fiesta de la Libertad), de Tierno Galván en el coso de Vista Alegre de Carabanchel, de Carrillo en el estadio nuevo de Vallecas, de la CNT en la plaza de toros de San Sebastián de los Reyes (sin la anunciada Federica Montseny). En ninguna había apología de la violencia o ensalzamiento de pistoleros contra gobiernos democráticos.

De regreso a Euskadi, recuerdo la canción de Barricada ‘No hay tregua’, en la que se decía: «Estás asustado, tu vida va con ello, pero alguien debe tirar de gatillo». Probablemente, los autores estaban más por el pacifismo al señalar que «nunca tendrán las armas la razón», pero el auditorio la recibía de otra manera en aquellos tiempos de plomo. Y cuando la banda, después de entonar la frase del gatillo hacía un momento de cadencia, la gente coreaba ‘¡ETA, ETA, ETA!’. Al final, se convertía en un pretexto para ensalzar a la organización terrorista. Había un seguidismo acrítico por la presión del ambiente dominante, en una atmósfera de perversión moral.

Ahora ha llegado la polémica con el ‘Sarri, Sarri’, de Kortatu. «La gente baila porque faltan dos en la cuenta general», dice la letra, inspirada en la fuga de Iñaki Pikabea ‘Piti’ y Joseba Sarrionandia ‘Sarri’, encarcelados por ser miembros de ETA. El segundo ha regresado de su retiro en Cuba y es un escritor de culto en Euskadi. El primero cumplió condena por su complicidad en un asesinato. Para muchos sigue siendo la épica de unos héroes; para no pocos, un dolor añadido al sufrimiento de las víctimas. Por ejemplo, para la familia de Julio Martínez Ezquerro, el concejal de Irún asesinado en 1977 por un comando de ETA en el que participaba Pikabea. Seguimos en duelo.

Me viene a la cabeza la película ‘Canciones para después de una guerra’, en la que Basilio Martín Patino exploraba los traumas de la posguerra dando otro sentido al cancionero de la época, despojándolo de su carga ideológica. El hermano del cineasta, José María, jesuita, fue el ‘brazo derecho’ del cardenal Tarancón, que hizo de puente entre la izquierda y la derecha, entre las familias del régimen y los partidos de la oposición, para tejer la Transición. Martín Patino, el sacerdote, estuvo junto a Tarancón en el funeral por Carrero, pese a los insultos y las amenazas de llevarles al paredón, y luego estuvo también en las labores de mediación entre el Gobierno de turno y ETA. Ese era el espíritu de entonces.

Evitemos los himnos de trinchera. En el debate de la APM, una de las ponentes defendió que no se puede ser neutral cuando está en juego la defensa de los derechos humanos. En esa trinchera sí hay que estar.