Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • Como es habitual, mi admirado Napoleonchu ha mentido flagrantemente sobre el cese del actual embajador, Ramón Santos, diciendo que deja el puesto por imperativo de su jubilación. Nada más falso. Se jubilará pronto, pero no tan pronto

El nombramiento de Álvaro Albacete como embajador en Caracas tiene una segunda vuelta a la que se ha prestado poca atención. Como es habitual, mi admirado Napoleonchu ha mentido flagrantemente sobre el cese del actual embajador, Ramón Santos, diciendo que deja el puesto por imperativo de su jubilación. Nada más falso. Se jubilará pronto, pero no tan pronto. Porque le queda casi un año y a nadie se le cesa «porque se va a jubilar», en todo caso se le cesa imperativamente porque ya ha llegado a la edad de jubilación. No es el caso. Y aunque el puesto de todos los embajadores está a disposición del ministro, Santos cumple dos años en el cargo este mes. Que no pretenda Napoleonchu hacernos creer que es normal relevar a un embajador a los dos años de llegar y a un poco menos de un año para jubilarse. Es exactamente al revés. Lo normal es dejarle terminar en ese destino último.

Creo que todos recordamos las penosas imágenes de Santos en las horas que pasó el ganador de las elecciones en la embajada de España en Caracas. Cómo consintió a los hermanos Rodríguez entrar en la residencia y amenazar a Edmundo González para poder llevárselo de allí. Detalle no menor fue la penosa exhibición indumentaria de Santos aquel día iba ataviado con una indumentaria más propia de una juerga hippy. Que quiero creer que era una prueba de lo improvisado que fue todo. Porque me gustaría imaginar que un embajador de España que tiene alojado en su residencia al presidente electo y que va a recibir a la vicepresidente de la república (aunque sea Bolivariana) y al presidente del Parlamento, no lo hace con ese atalaje. Pero en el reino de Napoleonchu todo es posible.

En todo caso, hay una lección muy importante que aprender de las andanzas venezolanas de Ramón Santos. Allí ha estado a las órdenes de José Luis Rodríguez Zapatero y claramente no ha satisfecho lo que éste esperaba de él. Ni con su participación en el bochornoso desalojo de Edmundo González. Pero ya sabemos que Roma no paga traidores y por lo que se ve, Sánchez tampoco. Ni cuando la traición a los principios de la democracia se perpetra en beneficio de los intereses del propio Sánchez y su lugarteniente Zapatero. Santos ha sido premiado con la vuelta a casa anticipada para no volver a salir, sospecho.

Así que para allá va Álvaro Albacete, la más fulgurante carrera diplomática que se recuerda. Con el despacho de secretario de tercera, el puesto más bajo del escalafón, se incorporó al gabinete de Moratinos de donde nunca había salido porque ya estaba en él antes de que le aprobaran la oposición. Y a los nueve meses lo nombraron embajador en misión especial para la Comunidad Sefardí. «Embajada» que apenas le duró un mes que fue lo que tardó en colocarse como director de Casa Sefarad en Madrid. Pero eso sí, él ya se consideraba embajador para siempre menos cuando se podía colocar en Viena –también promovido por Moratinos– en una fundación amparada por la ONU, con un sueldo de 18.000 € al mes pagado por los saudíes y libre de impuestos. Y estuvo siete años. Hagan la cuenta de lo que ganó. Y ya comprendo que es pura casualidad, pero la embajada en Caracas, según los baremos que tiene el Ministerio de Asuntos Exteriores es la segunda mejor pagada de todas nuestras embajadas, sólo precedida por la de Moscú. Pura casualidad, insisto.