Víctor Núñez-El Español
La unción de Óscar López como candidato socialista en la Comunidad de Madrid suscita inevitablemente una pregunta:
¿Por qué querría el PSOE inmolarse apostando por un apparatchik anodino, que sólo ha cosechado derrotas en Castilla y León, y que carga con el baldón de ser injertado directamente por Ferraz? A priori, no se explica el empeño por regalarle una nueva mayoría absoluta a una Isabel Díaz Ayuso ducha en jubilar a todos sus rivales.
Es cierto que la designación de un perfil como López, pendenciero y pugnaz, parece más coherente con la línea animosa del PSOE sanchista de lo que lo era el liderazgo más templado y conciliador del «linchado» Juan Lobato. Que la idea de Moncloa es encarnizar el litigio dialéctico con la némesis de Pedro Sánchez lo prueba que las primeras palabras de López tras oficializar su candidatura han sido para adelantar que se tomará como algo «personal» y «divertido» el confrontar con la «trumpista» Ayuso.
Aún así, se antoja una maniobra equivocada colocar al frente de la baronía madrileña a quien, por si fuera poco, está manchado por la sospecha que pesa sobre su número dos, después de que Lobato probase que Moncloa disponía del correo incriminatorio filtrado del novio de Ayuso antes de que apareciese en los medios.
¿Qué sentido tiene que el PSOE aúpe a un candidato connotado negativamente como partidario de la guerra sucia contra Ayuso, permitiendo a la presidenta madrileña reavivar el antagonismo con Sánchez que tan buenos réditos le ha reportado?
La clave reside en entender que la designación de Óscar López no es beneficiosa para el PSOE, sino para Pedro Sánchez. Y si algo define al sanchismo es justamente la alquimia metonímica en virtud de la cual el presidente ha llegado a uncir el bien de su partido (y el de España) al suyo propio.
En definitiva, en un PSOE que ha dimitido de la vocación mayoritaria y ya sólo aspira a armar minorías de bloqueo frente a la suma nacional de las derechas, a Sánchez no le interesa tanto ganar las elecciones autonómicas como asegurarse un control total de todas las federaciones socialistas.
Corrobora esta tendencia el reciente Congreso de Sevilla, donde se ha cuajado una estructura orgánica perfectamente ahormada a la figura de su líder plenipotenciario. Sánchez, que prescribe federalismo para el Estado español, aboga en cambio por el más jacobino de los centralismos para su partido.
De lo contrario no se entiende que, además de a López, Moncloa vaya a imponer a otros tres ministros como favoritos para las secretarías generales de Valencia (Diana Morant), Aragón (Pilar Alegría) y Canarias (Ángel Víctor Torres).
¿De verdad al PSOE no le sale más a cuenta adherirse a candidaturas con arraigo local y tradición entre la militancia regional que enviar paracaidistas desde Madrid? Algunos de los cuales ni siquiera disponen de escaño autonómico para hacer oposición al PP.
En términos más generales, cabe decir que esta ocupación vertical y total de todas las instancias de poder es consustancial al sistema partitocrático español. La prerrogativa de las direcciones de los partidos para elaborar las listas de los candidatos las convierte en las administradoras de las sinecuras territoriales. Lo cual determina un sistema de dependencias que asegura la lealtad a la cúpula.
Pero el colonialismo sanchista posee además unas notas distintivas marcadas por la naturaleza vampírica de su liderazgo.
Es la lógica que quedó atestiguada en el pasado ciclo electoral (con la excepción de Cataluña). La política nacional de alianzas con el separatismo pasaba factura a las marcas autonómicas del PSOE (cuyo voto migraba a las opciones nacionalistas), pero le permitía a Sánchez retener el Gobierno central, que es en el Partido Sanchista el bien superior a proteger.
Recuérdese la lectura que Sánchez hizo de las elecciones autonómicas. Como el 23-J el presidente logró en la mayoría de las regiones más apoyos que los que cosecharon sus barones el 28-M, pudo pretextar, para reemplazarlos, que el descalabro se debió a la flaqueza de los liderazgos autonómicos. (Soslayando que si cayeron, fue precisamente porque la nacionalización de la campaña forzada por Sánchez lastró, por subrogación, a los candidatos regionales del PSOE).
El cálculo es ya que no importa la pérdida de poder territorial si se emerge victorioso del plebiscito general. Sánchez sobrevive a fuerza de sacrificar a sus barones en el altar de la Moncloa.
Pero para que el no muerto pueda seguir alimentándose es preceptivo que los huéspedes se presten a ser desangrados. Y de ahí que lo esencial para la economía electoral del sanchismo sea afianzar lealtades, de modo que la decrecentista estrategia de Ferraz-Moncloa no encuentre contestación. Sevilla nos lo confirmó, llevando a su plenitud la sinergia anímica en el PSOE para que todos los cuadros actúen como un solo hombre.
La sustitución en Madrid del crítico de Ferraz por el escudero de Sánchez confirma que de lo que se trata no es de ganar las elecciones madrileñas, sino de que no haya más Lobatos.