Editorial-El Correo
- El derrocamiento de Al Asad tras once días de ofensiva rebelde altera los equilibrios regionales y agudiza la incertidumbre en Oriente Medio
La fulminante caída del régimen de Bashar Al Asad, con el sátrapa huido de Damasco, cambia Siria y todo Oriente Medio. El irresistible avance de Hayat Tahrir Al Sham y de sus grupos aliados, sin la menor oposición del ejército, ha demostrado que el poder inmisericorde del dictador estaba encastillado sobre un montículo de arena, con sus socios Rusia e Irán velando por sus propios intereses inmediatos. Once días de una ofensiva relámpago opositora han bastado para derrocarle después de trece años de guerra y para derribar el castillo de naipes que hace tiempo dejó de ser baasista por su impopularidad y porque había pasado a ser más deudor que cumplidor de las demandas de Moscú y Teherán. Ahora, el primer interrogante se refiere al régimen que sustituirá al caído, aún con la eventualidad de que muchos de los integrantes de este sean asimilados por el nuevo. Pero no parece descartable que en Siria se erija un islamismo activo de carácter suní. Con la incógnita de que derive o no en yihadismo respecto a Israel, relevando o alternándose puntualmente con los componentes chiíes del Eje de la Resistencia.
La victoria sobre Damasco trastoca muy seriamente el equilibrio anterior de influencias entre esas dos corrientes del islam político. Se trata del único éxito de origen islamista desde la irreversible talibanización de Afganistán. El segundo interrogante se refiere a la posición que tanto las potencias globales como las regionales pasarán a adoptar en lo inmediato. La de los países democráticos depende sustancialmente del régimen que se instaure y del reparto territorial que alcancen los grupos denominados «rebeldes» que se han hecho con un poder todavía difuso bajo una coalición precipitada por acontecimientos a su favor. Turquía entra de lleno en la nueva ecuación en detrimento de Rusia y de Irán. Como entrarán Arabia Saudí y otros países inversores del Golfo. Mientras Vladimir Putin ni siquiera estará convencido de que pueda mantener la base naval de Tartús como enclave de la presencia rusa en el Mediterráneo para operar en África. Y tendrá que pasar tiempo para que Teherán y Hezbolá se acerquen al nuevo Damasco argumentando que Israel es su enemigo común.
En Europa, el cambio de régimen en Siria podría significar la reconversión de los refugiados que desde hace diez años han ido acogiendo los países de la Unión en ciudadanos con derechos efectivos a ambos lados del Mediterráneo.