Miquel Escudero-El Debate
Yteniendo yo el mando y el palo, haré lo que quisiere», le dijo Sancho Panza a Don Quijote. Esta frase lleva mis pensamientos a que la democracia no puede pervivir en la arbitrariedad. Se dirá que esto es elemental, pero este principio se vulnera no pocas veces y precisamente en nombre de la democracia. La cuestión no es, lógicamente, que prevalezca el criterio de la mayoría, sino que se ejerza la arbitrariedad. Entonces el desprecio al derecho y a la limpia argumentación son la moneda corriente. La democracia se vacía de contenido cuando el carácter liberal y ecuánime de la política queda postergado.
Si los ciudadanos de a pie no somos militantes de la democracia liberal, no podemos, en justicia, quejarnos de los desaguisados que cometen nuestros gobernantes. Sucede que la mayoría de nosotros carece de inquietud por las cuestiones sociales o está rebasada por sus preocupaciones laborales y familiares. Este es el problema que hay que enfocar para mejorar nuestra realidad y nuestra participación. ¿Les importa esto a los partidos políticos que tenemos? ¿O, más bien, nos sermonean día tras otro sobre lo malos y odiosos que son sus adversarios?
¿Y más allá de la política se puede vivir sin tener enemigos? Es imposible si los codiciosos o fanáticos te encuentran por medio de su itinerario de poder y mando; tanto da que seas pacífico o benévolo o generoso. Sin embargo, hay un arte de ‘no hacer enemigos’ que consiste en no ahondar de forma gratuita en las discrepancias con alguien. Y que tiende a enfocar con mirada amable la existencia de los demás, reconociéndoles lo mejor que hagan, complaciéndose por ello sin gota de envidia.