- Porque, claro está, la capa siguiente de esta lamentable cebolla es el odio al cristianismo, que en España solo puede calificarse de autoodio, pues de tus fundamentos nunca te librarás. Los urtásunes de turno, como los yolandos y los pablemos, querían asaltar el cielo, ¿recuerdan?
La ausencia de una representación española en Notre Dame responde a motivos diversos que recuerdan las capas de una cebolla. No hay sorpresa final, no hay una clave profunda, los elementos explicativos son todos superficiales, en la categoría de las superficies que lo son de nada. En primer lugar, constatamos que tenemos un Gobierno de horteras. Ellos no lo entenderán porque el hortera ignora por definición su naturaleza. Nadie que se sepa de repente hortera continuará siendo hortera. El hortera es, no está. Una distinción que la lengua española permite frente a otras que se hacen líos con la ontología. No sé por qué tendencia optará el andaluh de Bonilla, lengua que, por lo que sabemos, no es la castellana, según el filólogo zurupeto que encabeza la nueva chorrada identitaria. Me voy de tema. El hortera solo lo es, no se puede estar hortera como si se estuviera embarazada o de vacaciones.
Esta capa es la más extensa de la cebolla por ser la primera. Tiene más valor de lo que parece porque ahorra muchos argumentos técnicos, siendo así que al hortera hay que evitarlo siempre y, siendo hortera el Gobierno, pasa a segundo plano su ilegitimidad de ejercicio. La segunda capa, relacionada estrechamente con la primera como corresponde a envoltorios sucesivos, es la ignorancia. De la ignorancia gubernamental podríamos sacar otra cebolla más pequeña, un cebollino (cebollana en realidad, no crea el pobre Albares que le usurpamos el título), pero no hay tiempo. Quizá valga la pena plantearse un libro sobre las cebollas infinitas de la era de la superficialidad, me lo apunto. La peor ignorancia del Gobierno es la que le impide comprender los significados de una catedral gótica, de esa catedral gótica en concreto, y de la fuerte simbología política de su recuperación. Urtasun puede ser ateo, zoroastrista, jainista, cienciólogo o pastafarista, pero no debería convertir su anticlericalismo (seguramente impostado dado lo irreconciliable del comunismo matacuras y la pijería de Barcelona) en política del Gobierno.
Porque, claro está, la capa siguiente de esta lamentable cebolla es el odio al cristianismo, que en España solo puede calificarse de autoodio, pues de tus fundamentos nunca te librarás. Los urtásunes de turno, como los yolandos y los pablemos, querían asaltar el cielo, ¿recuerdan? No la Moncloa. Su odio es a la civilización judeocristiana, no a la derecha. No importa, puesto que la otra coordenada implacable de nuestro mundo libre acabará con ellos: la grecolatina. También debemos dejar este asunto para otro día. Un ministro español comunista no puede circular entre gente culta —siendo ministro de Cultura, ese peligro se le aleja— sin que sus circunstantes se den discretos codazos a cuenta del genocidio de religiosos perpetrado por el Frente Popular, desgraciada coalición a la que el populacho intxaurrondo llama «la república». Aún hay otra capa para el miedo escénico de los ministros, que se hacen caca delante de Trump. Y otra para el odio al Monarca, que a diferencia de ellos sí habría lucido.