La nuera de Miguel Hernández, entre Sánchez y el ministro de la Memoria

Hablábamos ayer de la última performance del chulo de La Moncloa con el comodín de Franco, al declarar que el año 2025 en el que se cumple medio siglo de la muerte del dictador, vamos a celebrar los 50 años de ‘España en Libertad’. Advertíamos del error de identificar la muerte de Franco con la libertad, que seguramente la expresión sería más razonable al cumplirse los 50 años de las primeras elecciones (15 de junio de 1977) o mejor aún de la aprobación de la Constitución en referéndum (6 de diciembre de 1978). También expresábamos la cábala de que haya tirado por la calle de en medio porque sabe que a esas dos celebraciones (2027 y 2028 respectivamente) no va a llegar.

Pero hubo otras cosas: la nuera de Miguel Hernández, en el registro Lucía Izquierdo, tuvo una actuación que podríamos llamar estelar en el aquelarre sanchista. En su intervención habló de cunetas y desapariciones, aunque a ella le salían el doble que a Garzón: 200.000.

Miguel Hernández fue una de las 20 víctimas del franquismo a las que el Gobierno ha beneficiado con una declaración de reparación. Tal declaración afirma que las condenas son nulas y eso fue muy celebrado por el personal. Hace ya bastante tiempo que la familia del poeta y otras víctimas de la represión intentaban que se anularan las condenas a sus familiares. Yo nunca he entendido esto, salvo que fueran los familiares de Gª Atadell. La condena a muerte de Miguel Hernández, luego conmutada, no era un baldón para el poeta, sino quizá para la justicia franquista. Lo diré con un ejemplo: Uno de mis amigos fue condenado a dos penas de muerte y 65 años de reclusión en un consejo de guerra, el famoso sumarísimo 31/69, también llamado el Proceso de Burgos. Se llama Teo Uriarte Romero y no quiere que se le anule el juicio ni la sentencia. El hombre que a mí me captó para el PCE, se llamaba Cándido Blanco, era amigo de mi padre y fue condenado a muerte creo que en el año 41 (y luego conmutado). El tampoco hubiera querido la anulación de su condena. Ni Mario Onaindía, con quien también hablé de esto.

Estoy seguro de que Miguel Hernández habría deseado que le curaran la tuberculosis que lo mató pero no de que anularan el juicio que lo condenó. Quiero decir que él es uno de mis poetas preferidos y me parece que era una buena persona pese a los desparrames de entusiasmo en los poemas que dedicó a Valentín González, “Hoy te conozco y publico/ tus ímpetus de oleaje,/ tu sencillez de eucalipto,/ tu corazón de combate,/ digno de ser capitán,/ digno de ser comandante”. En fin esos excesos líricos que también arrebataron a Antonio Machado en aquella infame oda a la pistola de Líster. Que al lado del Campesino era un comulgante. Valentín González, aunque luego se arrepintió, era un psicópata que se entretenía con simulacros de fusilamiento. Al reo se le vendaban los ojos y a la voz de ‘fuego’, el pelotón disparaba al aire y el campesino pinchaba con un lápiz al fusilado, que a veces se caía redondo para solaz del eucalipto y su tropa. Cuando se lo contaron a Líster, dijo: “Es un imbécil. Algún día el pinchazo se lo vamos a dar a él”.