Mayte Alcaraz-El Debate
- Sus críticos en el Ministerio de Asuntos Exteriores dicen de él que lo único humilde que tiene es el barrio donde nació
José Manuel Albares Bueno (Madrid, 52 años) será recordado como el ministro de Exteriores que acabó con medio siglo de política exterior española en el Sahara, solo para complacer a Marruecos y servir a los enjuagues de Pedro Sánchez con Mohamed VI. Esa era su plusmarca hasta el pasado martes, cuando cruzó otra línea roja de difícil retorno al culpar a Felipe VI de la ausencia de representación oficial española en la reapertura de Notre Dame. Ese día, los Reyes iniciaban una visita de Estado a Italia y el jefe de la diplomacia española se dedicó, antes de subir al avión, a hablar mal del Rey con la prensa para sacudirse su responsabilidad del desastre de París. Mintió con esa soltura que solo un ministro de Sánchez puede gastar escudándose en que no conocía la invitación que había cursado el Elíseo a Zarzuela y al ministro de Cultura, Ernest Urtasun.
Albares contó a la Prensa que no sabía ni palabra de esa invitación y que era personal e intransferible; como si Macron, como todos los jefes de Estado, no canalizara sus comunicaciones a través de la Embajada y el príncipe de Gales, por ejemplo, no hubiera acudido a orillas del Sena en nombre de su padre, Carlos III. Será difícil que se olvide la bajeza, impropia de un canciller español, de culpar al jefe del Estado de su propia incompetencia. Una traición injustificable, quizá al calor del enfado supino de Su Sanchidad con los Reyes, tras su espantada de Paiporta. Pero en esto, como en otras cuestiones, Albares viene aprendido de casa, el sanchismo, donde ha echado los dientes. En la icónica foto del Falcon con que nos obsequió Moncloa semanas después de la moción de censura de 2018, había dos elementos inolvidables: las gafas de Top Gun del presidente y el flequillo del simpar Albares que, sentado a su lado, le hacía irreconocible; entonces tuvimos una primera imagen del que era su principal asesor en política exterior y al que convirtió en ministro del ramo en 2021, precisamente en la crisis de Gobierno que sacó a Ábalos del Consejo de Ministros.
En la icónica foto del Falcon, había dos elementos inolvidables: las gafas de Top Gun del presidente y el flequillo del simpar Albares que, sentado a su lado, le hacía irreconocible
Pero dos años antes, y tras la salida de José Borrell en noviembre de 2019 camino de Europa, Albares creyó llegado su momento para ocupar el Palacio de Santa Cruz. Sin embargo, Sánchez colocó a Arantxa González Laya ante el enfado supino del aspirante. Duró dos años escasos la ministra Laya, dado que subió la apuesta de una buena progresista trayendo a España en secreto al líder del Frente Polisario y enemigo número uno de Marruecos, Brahim Ghali, para ser tratado de la covid en un hospital de Logroño. Enterado Rabat, retiró a su embajadora y lanzó sobre la valla de Ceuta a miles de inmigrantes, entre ellos decenas de menores, lo que sirvió de triste epitafio para Arantxa y posibilitó el esperado ascenso de Albares, el sherpa del presidente.