Ignacio Camacho-ABC

  • Será divertido ver cómo se las apaña el sanchismo para borrar a Don Juan Carlos del nuevo relato fundacional democrático

En 1979, el PSOE acuñó para su centenario el lema de ‘Cien años de honradez’, al que los comunistas añadieron la vitriólica coletilla «…y cuarenta de vacaciones» para significar el escaso papel del partido de Pablo Iglesias en la lucha clandestina contra el régimen franquista. En efecto, el PCE había sido desde la posguerra el claro líder de la resistencia a costa de sufrir en sus filas una fuerte persecución represiva. Tras la renovación generacional de Suresnes, Felipe González y Alfonso Guerra supieron intuir que el surgimiento de una clase media iba a provocar la necesidad de una izquierda moderada capaz de representarla cuando el inminente final de la dictadura desembocara en el tránsito a la democracia. El diagnóstico resultó acertado y los españoles lo avalaron en detrimento de un comunismo que aún suscitaba demasiada desconfianza. La emoción colectiva por la nueva etapa permitió olvidar muy pronto la incómoda circunstancia de que Franco había muerto en su cama.

Fue Zapatero el que alumbró la estrategia de lo que Joaquín Leguina denominó el antifranquismo retroactivo, elevada a la enésima potencia por un Sánchez que comenzó su andadura de poder desenterrando al dictador del Valle de los Caídos. El laboratorio de propaganda de la Moncloa ha visto ahora en la efeméride de 2025 la oportunidad de ganar retrospectivamente, con una especie de festival de memorialismo, las batallas no libradas en los tiempos duros durante los que otros se jugaban el tipo. El truco consiste en fijar el año del ‘hecho biológico’ como punto cero del calendario democrático, porque el 78 e incluso el 77 –fecha de las primeras elecciones libres– quedaban algo lejanos para conmemorarlos en el actual mandato, cuyo futuro corre riesgo de embarrancar en los juzgados. Uno siente curiosidad por saber cómo van a apañárselas para eliminar del relato al promotor principal del proceso: el Rey Juan Carlos, lagarto, lagarto.

Tampoco va a ser fácil soslayar la evidencia de que los dirigentes de «aquel PSOE» –significativo título de un libro de Zapatero ‘el bueno’, es decir, Virgilio– no están precisamente conformes con la deriva del sanchismo. En este momento no se les ve muy dispuestos a participar en ningún ‘happening’ festivo donde su sucesor se proclame albacea legítimo del legado de concordia cívica e institucional que ha destruido. Si quedaba intacto algún hilo, algún vínculo sentimental o político, se lo han llevado por delante la amnistía a los golpistas catalanes y el blanqueamiento de Bildu. De modo que una reescritura histórica sin Juan Carlos, González y Guerra, los símbolos vivos de aquel período tras la desaparición de Suárez, Fraga y Carrillo, sería un palimpsesto, un ‘fake’, un apócrifo, una impostura, un artificio. Un aquelarre de espíritus a mayor gloria de un narciso nostálgico de protagonismo en una aventura de éxito que no ha vivido.