Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Menor es el conocimiento general sobre el daño que Angela Merkel infligió a su país, y a toda Europa. La hamburguesa sirvió tan fielmente a los intereses rusos que uno está tentado de fantasear con la supervivencia oculta del comunismo en el corazón de la que fue joven militante prosoviética

El Gobierno alemán sí puede negociar con Putin. El húngaro no puede tantearlo, favorecer la comunicación visitando Moscú, Kiev y Washington de una tacada. Alemania ya favoreció a Putin y su cleptocracia de todas las formas imaginables antes de la agresión rusa a Ucrania. Lo clepto alineaba los intereses germanorrusos, o, para ser más justos, los intereses de la trama criminal que gobierna Rusia con los de una casta política incorregible, la alemana. De los verdes —financiados por la URSS desde los años setenta, y que tanto han contaminado ideológicamente a Occidente— a la democracia cristiana, su complicidad con el imperio, en el comunismo o en el neozarismo (neocesarismo), ha sido obscena. Porque la inmoralidad de la coyunda se ha exhibido sin recato. No lo negará nadie que conozca las regalías rusas a un excanciller socialdemócrata. O con edad suficiente para recordar al espía ruso que fue mano derecha de Brandt.

Menor es el conocimiento general sobre el daño que Angela Merkel infligió a su país, y a toda Europa. La hamburguesa sirvió tan fielmente a los intereses rusos que uno está tentado de fantasear con la supervivencia oculta del comunismo en el corazón de la que fue joven militante prosoviética en la RDA. Por muy hamburguesa que fuera, se crió y formó políticamente en el bloque del Este. La respetadísima Merkel, modelo de prudencia, hizo cosas tan mesuradas como colocar a su país en una posición de absoluta dependencia energética. Dependencia de Rusia, claro. También demostró su sentido común al acoger a un millón de solicitantes de asilo de golpe en 2015. «¡Lo lograremos!» —exclamó poniéndose al frente del experimento. Muchos otros llegarían después. A estas alturas es de sobra conocida la (auto)imposición de silencio en los medios de comunicación alemanes, que hurtaron a la opinión pública las noticias sobre las múltiples violaciones cometidas por unos jóvenes recién llegados cuya concepción de la mujer, y cuyo choque con el mundo libre, ha descrito magistralmente Hayaan Hirsi Ali en ‘Presa’. La última locura de Merkel fue otorgar carta de naturaleza a una aberración: la autoridad de la desequilibrada Greta Thumberg en cumbres y encuentros, como una igual. Igual de peligrosas, sí.

Me gustaría decir que no se entiende la razón por la que Alemania puede hacer lo que le plazca, que el resto de Europa aplaudirá. En este caso, negociar con Putin. El problema es que se entiende demasiado bien. El maldito sueño del dominio alemán sobre el continente se ha ido a consumar por la vía pacífica y el control de la política monetaria conjunta. De modo que la coherencia es la incoherencia, en la mejor línea orwelliana. Háganse Von der Leyen y su grupo un cordón sanitario por prorrusos, por traidores al pueblo ucraniano y a sus anhelos. ¿Están cómodos en un mundo que razona y se indigna a voluntad de un dudoso conciliábulo? ¿Están dispuestos a entrar en contradicción siempre que le convenga al conciliábulo, pues es la medida de lo correcto? Yo no.