Rosario Morejón Sabio-El Correo
- ¿Soportará Macron la cohabitación de facto que plantea el nuevo primer ministro?
El control del tiempo es un poder que le gusta ostentar a Emmanuel Macron. Mientras Francia esperaba otro primer ministro, una semana después de la caída de Michel Barnier, el jefe del Estado se volcaba con Ucrania para un nuevo desafío diplomático en Varsovia: construir una solución a la guerra junto a Trump y Tusk. El escenario interno procura menos alicientes al presidente de la República. Una crisis tras otra, aligeradas por los fastos de los Juegos Olímpicos o el renacer de Notre Dame, no amortiguan la descomposición de la política ni la desestabilización del país. Y el inquilino del Elíseo eligió finalmente a su cuarto jefe de Gobierno desde su reelección en 2022: François Bayrou.
Ampliar el centro. A sus 73 años, Bayrou, tres veces candidato a la presidencia, movió bien sus fichas. El patrón de MoDem se mostró continuamente «dispuesto a ayudar, si fuese necesario». No ha cejado hasta verse en Matignon desde que, en febrero de 2017, renunció a presentarse a la jefatura del Estado, cediendo paso al entonces presidenciable Macron. Entreviendo la caída de Barnier, activó su campaña para ajustar cuentas con el exbanquero. El ‘ya toca el alcalde de Pau’ consuma un compañerismo de larga resistencia.
El nuevo jefe del Ejecutivo es una figura pública con medio siglo de elecciones y cargos en su haber. Se define como «tiburón de aguas profundas». Sereno, ¿conseguirá su autoridad natural afirmarse sobre una clase política calcinada por sus cálculos politiqueros y las ambiciones personales? Compartiendo edad con el saliente Barnier, el centrista lamentaba que la «plataforma común» planteada por el primero se haya limitado al centro y a la derecha republicana, excluyendo a la izquierda. Sempiterno promotor de una alianza entre democratacristianos, social-demócratas y liberales de progreso, ampliar la frágil mayoría conservadora es una de sus misiones ahora.
Católico comprometido pero extremadamente escrupuloso con el laicismo, nunca manifiesta su fe y tiene buen cuidado en no emplear términos de connotaciones religiosas. Las malas lenguas dirán que no es «ni la modernidad, ni el impulso reformador ansiado». Altura de miras, experiencia e independencia de espíritu dibujan al elegido como capacitado para recrear un universo político fracturado como jamás ha conocido Francia. Acción, unión, reformismo son las palabras clave del pensamiento de Sangnier, padre espiritual de la democracia cristiana, que Bayrou practica.
Nombrar a un dirigente de uno de los partidos miembro de la ‘macronía’, cinco meses después del fracaso de esta en las europeas y en las legislativas, puede parecer otra provocación para todos los votantes que no olvidan el mensaje al presidente del 7 de julio. Macron rompió la continuidad con el voto emitido: los franceses colocaron en cabeza al Nuevo Frente Popular. Después nombró un primer ministro de un partido ultraminoritario, Los Republicanos. Macron le cortó las alas antes de empezar, privándole de lo esencial de su legitimidad: carecía de los sufragios sancionadores.
La difusa cortinilla entre el Ejecutivo y la presidencia que el Elíseo buscaba mantener se transformó en auténtica muralla. Barnier no resultó un cervatillo, suprimió de inmediato los consejeros compartidos, preparó los proyectos de financiación de la Seguridad Social y de Presupuestos y, para humillación del presidente, cultivaba sus contactos internacionales. En el fondo, Macron no está molesto por la censura a su primer ministro gaullista. En público y en privado el jefe del Estado desautorizaba las medidas presupuestarias del Gabinete que amenazaban su gestión presidencial. Reconocen los cercanos que no ayudó a instalarse a Barnier, porque el político al que supuso maleable, bajo sus modos educados, le había impuesto una verdadera cohabitación.
Las interminables reuniones de Macron en busca de un Gobierno de unidad nacional han resultado infructuosas dada la oposición de ideales; sus ofertas del Ejecutivo a varios socialistas para debilitar el Nuevo Frente Popular y arrancar a los moderados de las garras de Jean-Luc Mélenchon,no han prosperado; neutralizar los calendarios de la extrema derecha y de la extrema izquierda coincidentes en procurar su dimisión ha supuesto excluirlas de cualquier negociación… Encontrar un ‘valiente’ para dominar el enfangamiento de la escena política, susceptible de consenso en la Asamblea y en la presidencia del Estado, no acababa de cuadrar en los gustos de Macron.
El día 5, en un cara a cara con el presidente, el jefe de MoDem solicitó hacerse cargo del Gobierno. El nombramiento tantas veces esperado del pertinaz, inmanejable y libre de palabra Bayrou ha llegado. El contundente defensor de la separación de poderes y del consenso plantea de facto una segunda cohabitación. ¿Podrá soportarlo Macron?