Antonio Elorza-El Correo

  • Ni el análisis histórico ni la prudencia política avalan un retorno al pasado que no debe volver «ni como caricatura», lo advirtió el Rey

En los años que precedieron a la muerte de Franco, entre una represión creciente y el terrorismo de ETA, también en ascenso, mis contactos como historiador con veteranos nacionalistas en el exilio fueron momentos de sosiego. También de tristeza, al constatar los valores de aquella Euskadi enterrada en 1937 y que difícilmente iban a ser recuperados. Resultó particularmente enriquecedora la larga conversación con Alberto Onaindía, que me relató sus andanzas como hombre de paz para concluir la guerra en Euskadi, y también su experiencia como canónigo confesor de Onésimo Redondo en Valladolid. Me sorprendió el sentido del humor de un hombre tan serio como Jesús María de Leizaola, quien se excusó por no darme una información sonriendo: «¡Es que yo soy un jesuitón!».

Lo más impresionante fue la entrevista en Etcheferdia con los ancianos Ramón y Manu de la Sota, con quienes conversé, omitiendo preguntarles nada sobre su pasado. Sí lo hice, y repetidamente, a Eli Gallastegi, en su piso de la calle Saraléguy de San Juan de Luz. El fundador del Yagui era la expresión viva del entusiasmo patriótico y tenía tantas ganas de contarme cosas que le hice notar que yo no era nacionalista. «¡Eres vasco!», me respondió. Discrepaba de mis biógrafos en este diario.

También me atendió cordialmente su hijo Iker, eslabón entre el Yagui y ETA. Le vi años más tarde, justificando en televisión a su sobrina Irantzu, por el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Eran las dos caras de la pasión nacionalista: la entrega a la causa de la independencia vasca y la adopción de la ‘lucha armada’, del terror. En casa de Eli, un altarcillo expresaba el homenaje al Fundador, Sabino Arana, con su máscara mortuoria, legado de Luis Arana Goiri. La lectura del proceso conducente a ETA no ofrecía dudas, con la facción radical de los aberrianos, del Yagui, como enlace entre Sabino y el punto de llegada del terrorismo reinante hasta 2011. Sin que la adecuación pragmática que hoy encarna Bildu suponga una ruptura en esa trayectoria ideológica.

Como sabemos, la línea oficial adoptada para la construcción de la memoria ha sido otra, renunciando a examinar los orígenes doctrinales del terror y centrándose exclusivamente en la atención a las víctimas, como si no hubieran existido terroristas sobrados de motivación. Ha sido una exigencia, planteada sobre todo por la oportunidad de exculpar al nacionalismo democrático, que no practicó el terror, aunque participara a fondo en la exclusión de la fracción ‘españolista’ del país. Sin ella, las víctimas y su entorno no habrían padecido el cerco social, tan eficaz como hoy silenciado. Resulta lógico que esa parte de la memoria sea borrada, como en el reportaje sobre la mítica librería ‘Lagun’.

Balance: sobre las víctimas, disponemos de un conocimiento milimétrico de este y aquel atentado, mientras quedan en la sombra la génesis, desde la ideología del odio sabiniana a las responsabilidades concretas de lo ocurrido. Más una equidistancia falaz. La ponderación resulta imprescindible: no es lo mismo un ciudadano asesinado de un disparo en la nuca que un etarra muerto en un tiroteo. Los GAL fueron terrorismo de Estado, pero el principal culpable de los ‘años de plomo’ fue ETA.

Las víctimas presidieron la sincera conmemoración de su Día por el lehendakari Pradales, celebrando, eso sí, los buenos efectos de la vía elegida, una memoria bloqueada, cuyo mejor ejemplo es el Centro Memorial de Vitoria. Confiemos en que Euskadi escape a la ley de la resurrección de lo irracional que contemplamos en Alemania, Francia o Italia.

El franquismo actuó como detonador sobre un movimiento endógeno. Conviene recordarlo ahora que Sánchez lo presenta como fuente de todos los males, a efectos de desautorizar una alternativa de poder protagonizada por la oposición. Tendremos una memoria obsesivamente impuesta, de raíz estrictamente ideológica, capaz hasta de impedir un análisis en profundidad de lo que fue el franquismo. En los toros, no hay personaje más nefasto que un mal puntillero y ahora, con esa interminable secuencia de actos de exaltación republicana y de satanización primaria del franquismo, puede producirse sin muchas dificultades la legitimación de un juicio de signo adverso, condenatorio sobre todo de las izquierdas por lo de 1934 y por la violencia desplegada en la primavera del 36 y en el curso de la guerra. Paradoja: llegaremos a tapar que el 18 de julio se puso en acción un genocidio.

Pedro Sánchez lo tiene todo claro, porque actúa pensando solo en afianzar su poder frente a la derecha, pero ni el análisis histórico ni la prudencia política, avalan ese retorno al 36. No nos hace falta partir en dos el país, en una guerra imaginaria. Felipe VI acaba de advertirlo: ese pasado no debe volver «ni como caricatura». Frente a esa supuesta cruzada por la libertad, afirmemos la reconciliación nacional que propuso una mujer, comunista vizcaína, en pleno franquismo. Análisis histórico sí, no memoria ideológica.