Jon Juaristi-ABC

  • Cuento de Navidad donde se habla de Blancanieves, madrastras, y príncipes encantados (de haberse conocido)

El narcisismo tiene que ver con los espejos y la muerte. Toma su nombre del mito de Narciso, aquel cachas que, tras asomarse a las aguas de un lago para beber, se enamoró de su reflejo en las mismas y se ahogó al intentar abrazarlo. A ello aluden dos famosos versos de Quevedo: «Las aguas del abismo/ donde me enamoraba de mi mismo». Todos, en algún grado, somos narcisistas. El narcisismo común, no patológico, se conoce también como ‘amor propio’ o ‘instinto de conservación’.

El narcisismo mórbido o grave, por el contrario, deriva de la melancolía incurable, y surge después de la pérdida del más amado objeto del deseo. Cuando este desaparece por muerte, ruptura o alejamiento definitivo, el sujeto se identifica con el objeto perdido, retira su libido del mundo y se abisma en un idilio mortífero consigo mismo, pretendiendo ser a la vez el amante y su amado inmortal.

La madrastra de Blancanieves, caso agudo de narcisismo, se mira continuamente en un espejo mágico que la confirma en su convicción de ser la más guapa del reino, hasta que un día le suelta aquello de que su hijastra ha crecido y le ha quitado el puesto. Ya conocemos el cuento. Pero, ¿qué pasaría si el perverso espejo revelara a la reina que el título de ídem de la Belleza había ido a parar a un fantasma, a una muerta que no acabara de morirse?

Por ejemplo, supongamos que el Sujeto Uno preguntara a su espejo mágico: «Espejito, ¿quién es el más puto amo de España?» Y que el espejo contestara: «Tú eres bastante puto, amo, pero el más Puto Amo de España, el Insuperable, lo ha sido, es y será siempre Francisco Franco Bahamonde». Entonces se liaría parda, porque el Sujeto Uno trataría desesperadamente de identificarse con el muerto superándolo: «¿Que Franco gobernó cuarenta años? Yo gobernaré ochenta y de ahí para adelante. ¿Que Franco celebró los Veinticinco Años de Paz? Yo celebraré los Cincuenta de Libertad. ¿Que Franco construyó miles de pantanos? Yo los volaré todos. ¿Que Franco consiguió traerse a España a Eisenhower? Yo no pararé hasta traer a Trump y obligarle a que me bese esa parte del cuerpo que los indepes me apremian a mover…»

Y, hablando del cuerpo, nada importa que Franco fuera bajito y feo y el Sujeto Uno sea alto y ‘handsome’, porque, como bien observa Antonio Scurati, todo se encarna en el cuerpo del lider: «El pueblo se encarna en mi físico… en mi metro setenta, en mi metro noventa o en mi metro cincuenta» (‘Fascismo y populismo. Mussolini hoy’. Debate, 2024, página 90). En fin, que todo el caos que un narcisismo mórbido de este tipo suele producir en derredor no tiene, por lo general, fácil arreglo. Salvo que alguien logre confinar y sujetar al Sujeto Uno en Ciempozuelos o en Leganés (por cierto, hablando de Leganés, qué m****a de lago y qué m****a de monstruo, como para ahogarse allí).