Ramón Pérez-Maura-El Debate
  • Estamos en manos de una persona con una grave patología: se cree sus propias mentiras. Eso es un trastorno mental como tantos otros. Se construye en su mente un mundo irreal y cree que lo que le pasa por su cabeza es lo cierto. Así es imposible razonar con nadie

Ésta ha sido una semana muy preocupante para nuestra democracia. La sucesión de comparecencias judiciales del entorno presidencial ha sido demoledora. Pero no tanto como la infinita prepotencia de Pedro Sánchez cuando el jueves pretendió convencernos de la inocencia del fiscal general del Estado porque la UCO no encontró nada en su teléfono después de que borrara todos los mensajes de los días clave. Hace falta valor y poca vergüenza por parte del presidente y su subordinado. Y el viernes, Cristina Álvarez, asesora de Moncloa, confesó que el Estado le paga un sueldo para atender las necesidades privadas de Begoña Gómez. Sin el más mínimo pudor y forzada por acudir como testigo obligado a decir verdad.

Para mí, lo más relevante es la declaración de Sánchez reclamando que se pida perdón al fiscal Álvaro García Ortiz, don Alvarone. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Se argumenta con mentiras y trampas y se exige que se reconozca lo dicho como verdad incontestable. ¿De verdad puede ocurrir esto en un Estado de derecho?

Estamos en manos de una persona con una grave patología: se cree sus propias mentiras. Eso es un trastorno mental como tantos otros. Se construye en su mente un mundo irreal y cree que lo que le pasa por su cabeza es lo cierto. Así es imposible razonar con nadie. Y como se cree en posesión de la verdad, también piensa que tiene derecho a imponer sus conclusiones. En el fondo, no le falta lógica. Cuando uno está seguro de estar en posesión de la verdad ¿Cómo no se la va a imponer a los demás? Él cree que esa imposición es por el bien de todos.

Con estas premisas, la deriva de España es cada vez más preocupante. Sánchez ha ido ocupando todos los resortes independientes del poder. A día de hoy solo le queda por conquistar el Poder Judicial —tan criticada como fue la renovación del Consejo General pactada por el PP— y la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil. Esas son las últimas salvaguardas de nuestra democracia y del Estado de derecho. Mas dicen quienes de verdad saben sobre el control que poco a poco ha ido tomando Grande-Marlaska de toda la columna vertebral de la Guardia Civil, que a la independencia de la UCO le queda un cuarto de hora. Las investigaciones que estamos viendo con resultados tan espectaculares están a punto de llegar a su fin. Y cuando eso ocurra, los jueces no tendrán forma de investigar nada. Entiéndaseme bien. No es que el DAO o cualquier otro alto mando de la Guardia Civil vaya a impedir las actuaciones de los jueces. No. Simplemente van a colocar agentes bien adiestrados y de obediencia probada. Y así daremos un paso atrás permitiendo el ocaso de nuestro régimen. Mientras crecen los escándalos, Sánchez se mantiene imperturbable porque sabe que tiene el control casi absoluto. Y lo poco que le queda por controlar está a punto de ponerlo bajo su bota. A él solo le sacan de Moncloa con las manos por delante y está al borde de conseguir que también eso sea imposible. No hay juez que pueda con él.