Fernando Navarro-El Español

«No se cansan de hacer una oposición basada en mentiras y bulos, y en pregonar el fin de mundo, el mismo día en The Economist dice que España es la mejor economía del mundo».

Con esta diatriba en el Congreso, Félix Bolaños quería denunciar el catastrofismo malévolo del Partido Popular, incapaz de hacer una oposición constructiva.

¿Qué hablan ustedes de cátedras, imputaciones, amnistías y cupos? ¿Qué relevancia tienen las acusaciones de destruir la igualdad y el Estado de derecho, conceptos abstractos e incomprensibles, frente a la grosera realidad de la pela? Es la economía, estúpidos.

Luego uno entraba en el artículo y veía que no decía exactamente eso, y que en realidad atribuía el mérito del crecimiento económico a las «reformas realizadas por el anterior gobierno conservador». Rajoy ganaba así una batalla después de muerto en el Arahy.

Este The Economist, por cierto, es el mismo medio que hace un mes fue descalificado por el Gobierno en pleno tras atreverse a decir que Sánchez se aferra al cargo. Es necesario un The Economist en español, llegaron a decir algunos, algo que eliminaría la barrera idiomática al intentar comprarlo.

El caso es que la economía española está creciendo. Pero no lo hace por un incremento en su productividad, en su nivel tecnológico, o su capital humano sino por el aumento de la población y con ello el empleo.

Pero el aumento de la población es fundamentalmente emigrante, y por eso estamos ante un crecimiento a corto plazo y una carga en las cuentas públicas a largo.

La semana pasada el economista Jesús Fernández Villaverde dio una charla en Madrid y aportó datos interesantes.

Vivimos en Estados del bienestar, y eso implica que aceptamos la redistribución de la riqueza (salvo en lo que se refiere al País Vasco y Cataluña). Esta redistribución, según Fernández Villaverde, es básicamente una transferencia que va del 10% con rentas más altas al 70% con rentas más bajas (entre el 71 y el 90 se queda lo comido por lo servido).

Es obvio, entonces, que cada vez que se incorpora un emigrante que pertenece a ese 70% se añade coste al Estado del bienestar. Estudios realizados en Dinamarca lo confirman y demuestran que sólo los aborígenes, y los emigrantes occidentales de alto nivel formativo, son «rentables». Y que los que provienen de África u Oriente Medio cuestan mucho más al Estado de bienestar que lo que aportan vía cotizaciones e impuestos.

El emigrante sin formación es un chute instantáneo de cocaína para las cuentas públicas y por eso es tan atractivo para los políticos: el bajón se lo comerá el que venga después. Y todo esto sin hablar de los problemas culturales.

De hecho, si mantuviéramos el nivel de inmigración necesario para mantener este crecimiento a corto, en unos años los aborígenes españoles seríamos minoría. El año pasado entraron 600.000 emigrantes, y esto representa un 1,3% de la población. Si esto les parece poco, calculen un 1,3% acumulado en 50 años y verán que equivale al 80% de la base de población actual.

Y esto nos lleva el verdadero problema europeo y español, infinitamente más grave que el calentamiento global: el colapso demográfico.

Con una tasa de natalidad de 1,16 España no es un país viable a largo plazo (esto alegrará a los socios de Sánchez hasta que se percaten de que sus regiones lo son aún menos). Y por eso todas las políticas económicas deberían estar dirigidas a incrementar esa tasa, idealmente hasta la de reemplazo.

Sumemos a todo esto una serie de problemas adicionales como el deterioro de la educación en España (el otro día nos enteramos de que un estudiante finés de secundaria tiene más comprensión lectora que un universitario español) y la extensión de una mentalidad infantilizada que odia a las empresas porque no entiende la necesidad de crear riqueza antes de repartirla. En realidad ya se escucha con naturalidad la suicida propuesta de «decrecimiento».

Y, en fin, en un momento en que nos podríamos convertir en productores de energía limpia y asequible nuestro Gobierno insiste, por superstición o algo más oscuro, en cerrar las nucleares.

Y mientras nos quedamos descolgados de la revolución de la Inteligencia Artificial creamos la primera agencia gubernamental para regular la IA…

Nuestros problemas son muy graves, con frecuencia grotescos, pero nos dirigen políticos oportunistas y frívolos preocupados exclusivamente de su agenda política. Para ellos el largo plazo es lo que falta hasta la siguiente rueda de prensa, en la que repetirán obedientemente el argumentario.

Sánchez, Bolaños y Montero intentarán disimular el fango en el que chapotean y repetirán, con Alegría, lo bien que va la economía, pero estarán mintiendo. Y entiendo que es mucho más entretenido hablar de Franco, pero es una gigantesca irresponsabilidad.