José Alejandro Vara-Vozpópuli

  • El Rey reclama diálogo, convivencia, serenidad. Menos ruido, menos bronca. Un cuento de Navidad

Decía John Ford que “el cine es Henry Fonda caminando”. Nuestro año político ha sido el Rey caminando por las calles embarradas de Paiporta. Escuchando a las víctimas, aliviando lágrimas, confortando desgarros. Este 2024 que acaba ha sido el año de la necesaria reaparición del Rey, arrinconado y preterido desde la jefatura de Gobierno con un empeño casi obsesivo. Siete años después de su discurso contra la asonada catalana, don Felipe ha sacado de nuevo lustre a la Corona y ha reforzado el valor de la Institución en unos momentos en los que casi todo está en juego. Tan sólo fue preciso un gesto. Algo tan sencillo como soportar la justa ira e infundir una micra de esperanza ante la desesperación y el desgarro de una población abandonada.

El zarpazo de la Dana abrió y cerró el mensaje de Nochebuena del Rey, de nuevo en el escenario primigenio del Palacio Real, diez años después. La épica de un pueblo que sufre en una España que mira hacia otro lado. Un canto a la solidaridad de los voluntarios que hicieron historia, a la abrumadora humanidad de vecinos, bomberos, cuerpos de seguridad, Fuerzas Armadas, empresarios que movilizaron personal, maquinaria, efectuaron donaciones…y el reclamo a una mayor eficacia de las autoridades, tan lentas e inoperantes. “Hemos comprobado la frustración, la impaciencia, el dolor, las demandas de mayor coordinación de las administraciones”, dijo. Es decir, España es un cachivache que no funciona.

De la importancia del diálogo como única vía para amainar la feroz contienda política, “sin duda legítima, pero en ocasiones atronadora”, que impide escuchar una demanda clamorosa, la de la serenidad”

Cuatro veces se han desplazado los Reyes a la zona. Este domingo fue la última, con la Princesa y la Infanta. Otros no han aparecido por allí más que una y no han vuelto. Desde esas emociones vividas sobre el terreno, desde esas actitudes compartidas, el Rey sacudió de un manotazo la teoría, generalmente instalada, de que la gente deambula en un estado de desesperante sonambulismo, en una actitud abandonada y zombi. “La sociedad española tiene una idea nítida de lo que le conviene y lo que a todos beneficia”, advirtió, un delicado toque de atención a los manipuladores de audiencias, los fabuladores de la opinión, los inventores de cuentos. Pisan más las calles los Reyes que el narciso petulante que dirige el Gobierno. Se acercan más a la gente, atienden sus palabras, reciben sus quejas, estrechan sus brazos. En la Moncloa se ha desplegado una burbuja insonorizada que sólo escucha sus propias trolas.

De eso quería hablar el Rey, de la urgente necesidad de rescatar la convivencia y la concordia en estos momentos de divisones frentistas, de tipejos desalmados que levantan muros, alientan el frentismo, señalan al discrepante, pretenden apagar voces o sepultar conciencias. De la importancia del diálogo como única vía para amainar la feroz contienda política, “sin duda legítima, pero en ocasiones atronadora”, que impide escuchar una demanda clamorosa, la de la serenidad”. Felipe VI no reclama silencio, pero sí exige moderación y templanza en el debate político. «No podemos permitir que la discordia se convierta en un constante ruido de fondo que impide escuchar el auténtico pulso de la ciudadanía». Fue un llamamiento sensato de la Corona frente a un Ejecutivo que alienta la crispación como línea de conducta, la confrontación como actitud, que reabre heridas del pasado, alienta los recuerdos de una dictadura largamente olvidada y que basa toda su gestión en agitar una delirante campaña contra lo que dice bulos para camuflar los problemas judiciales de una señora.

Poco tienen que ver las palabras de fin de año del presidente del Gobierno con las del Jefe del Estado, tan voluntariosas y navideñas, tan animosas y esperanzadoras. Quizás no encajen mucho en un escenario, convulso, gobernado por una pandilla de cuatreros

Más que ‘discordia’, Majestad, lo que sufre España es la furia de un Gobierno rabioso que pretende arrasar con cuanto contradiga sus órdenes, señale sus defectos, denuncie sus excesos. Puso Felipe VI como ejemplo de buen entendimiento la reforma del artículo 49 de la Constitución referido a las personas con discapacidad. ël sabe que aquello fue un paréntesis, un espejismo, un guiño ornamental. Sánchez este lunes, en su exordio de fin de año, proclamó que ‘la oposición política no existe’ (como en Cuba), que el tiempo pondrá en su sitio las cosas ‘de Peinado y todo eso’ (nada de tratar de ‘juez’ al instructor del caso de Begoña) que cree más a ‘su’ Fiscal General del Estado (inaudito destructor de pruebas) que a la Guardia Civil, y que la amnistía política es más importante que la judicial (adiós Estado de Derecho), y por eso se irá a Ginebra a complacer al prófugo Puigdemont y que en el 27 nos vemos.

Poco tienen que ver las palabras de fin de año del presidente del Gobierno con las del Monarca, tan voluntariosas y navideñas, tan animosas y esperanzadoras. Quizás no encajen mucho en un escenario tan convulso como el presente, gobernado por una pandilla de cuatreros y liderado por un caudillo que anhela cambiar la forma del Estado por la puerta de atrás. Pero hay que decirlas.  El sólo hecho de poderlas pronunciar en la más familiar de las noches, desde el imponente Salón de Columnas del Palacio Real, en su condición de Jefe del Estado de una monarquía parlamentaria, supone un motivo de alivio y celebración. No parece que entre los propósitos de Sánchez figure el que tan molesta y ‘retrógrada’ liturgia haya de repetirse cada año.

Felipe VI quizás no camine como Henry Fonda, tanto da. Importa más ahora que actúe con John Wayne. En ello está.