Miquel Escudero-El Correo
Al acabar el año recapacito y me digo que una vida de ensueño sería estar descargado de odiosos prejuicios, en especial los que vienen impuestos por nuestro entorno social. Sería maravilloso que así fuera, sería ideal para vivir con plenitud y armonía. Por supuesto, acompañados siempre de salud, alejados de agobios y con unas condiciones de subsistencia aceptables. Evidentemente es necesario disponer de un mínimo de holgura.
En este modo ideal de estar importa saberse atendidos y escuchados. Para ello hemos de hacernos dignos de ser reconocidos y hablar con respeto, paciencia y consideración, como querríamos que se nos dirigieran todos los demás (sean o no familiares, pero también, y muy en particular, las autoridades). En esta línea de alcanzar confianza y seguridad en quienes somos (con nuestras limitaciones), busquemos desarrollar aptitud y competencia, así como un cariño que integre y atraiga. Estos son fundamentos de la resiliencia y la sinergia, tan citadas y descuidadas a la vez. En todo caso, cabe saber estar solos pensando, con el hábito de razonar y cuestionar. La práctica acumulada activa esta actitud en la que importa aprender a desechar lo irrelevante y lo redundante.
Me acuerdo ahora del ‘sueño americano’, expresión acuñada en 1931 por James Truslow Adams: «el sueño de una tierra en que la vida debería ser mejor y más justa para cualquiera, con oportunidades según su habilidad o mérito». Está muy bien, pero no tiene fronteras. El nacionalista Trump repite que ‘America First’, lo siento por los estadounidenses. Los europeos debemos espabilarnos para realizar el sueño de integrarse con ciudadanos libres e iguales.