Juan Carlos Girauta-El Debate
  • En Cataluña se alzó inesperadamente con el poder un médico exbanquero y choricete, con sus lecturas y sus locuras, y con el extraño poder de un hipnólogo: hizo creer a la mayoría de catalanes que su vida había transcurrido en lucha contra el franquismo y a favor de Cataluña y del catalán

Recordaba el director la adscripción franquista de unas cuantas estirpes entregadas al antifranquismo tardío. Más que tardío, revenido, podrido tras medio siglo, periodo que deja todo irreconocible salvo el amor. Y quizá el desengaño con la humana condición: he recordado un fenómeno que todavía me escandaliza y del que no hace cincuenta años pero sí cuarenta y muchos. El segmento social de los que no se metían en política entonces, al menos en Barcelona, era inmenso, ocupaba la práctica totalidad de la sociedad. En las manifestaciones peligrosas, cuando los grises de Valladolid aparecían en las Ramblas con su pañuelo amarillo al cuello, siempre estábamos las mismas quinientas personas, aproximadamente. Cuando vas todos los días a buscar jaleo acabas reconociendo a todo el mundo. Solo salieron masas a la calle en aquella Barcelona peligrosa con motivo de dos ‘Diades’: una en Paseo de Gracia, otra en Sant Boi.

Las banderas independentistas eran una insignificante anécdota. Los engañados estudiantes actuales no soportarían la visión de películas y fotografías de aquellos tiempos, cuando una o dos ‘estelades’, portadas por gentes del PSAN, un grupillo financiado por Pujol, quedaban ahogadas entre ‘senyeres’ y gritos de «Llibertat, amnistia, Estatut d’autonomia!» Autonomía pedíamos. Un error, sí, como la amnistía, pero independencia ni borrachos. Eso quedaba para cuatro anormales que querían emular a la ETA y les explotaban las bombas en la cara.

A lo que iba. Mi círculo de conocidos era amplio; en cuanto a los mayores, eran básicamente de los que no se metían en política. Se llevaban la mano a la boca con una sonrisa oblicua cuando me veían por la calle con una ‘senyera’. Había franquistas orgullosos. También algunos antifranquistas notables, pero en la misma proporción que la sociedad de los setenta: muy poquitos. Pues bien: ya en democracia gracias a la transición de la ley a la ley, sin ruptura, en Cataluña se alzó inesperadamente con el poder un médico exbanquero y choricete, con sus lecturas y sus locuras, y con el extraño poder de un hipnólogo: hizo creer a la mayoría de catalanes que su vida había transcurrido en lucha contra el franquismo y a favor de Cataluña y del catalán.

Los catalanes más conocidos de la época no se habían enfrentado a Franco ni en sueños, más bien lo contrario: Dalí, Pla. Otros cultivaban una exquisita literatura en catalán sin meterse en camisa de once varas: Foix, Palau i Fabra. Mientras el vulgo se inventaba su pasado (¡y se creía su invento!) en el resto de España los socialistas crecían y crecían. Cálculo que en 1976, cuando el PSOE celebró su Congreso en Madrid siendo aún ilegal, tendrían mil quinientos militantes, puesto que afirmaban tener cuatro mil quinientos. En poco tiempo capitalizaron la muy minoritaria lucha antifranquista, en la que no habían participado, haciéndose con los célebres 202 diputados de 1982. De nuevo, fue asombroso el modo en que el personal, sobre todo el periodístico y cultural, maquilló su pasado. Ese maquillaje, cincuenta años después, es pura mierda.