Miguel Gutiérrez-Garitano-El Corro

  • No pretende dominar el mundo, sino repartírselo con potencias que ya han iniciado guerras de anexión como las peores del siglo pasado

Una antigua maldición china reza: «Ojalá vivas tiempos interesantes». Pues bien, está sucediendo. Nos encaminamos hacia el iceberg de un cambio de era. Las señales son inequívocas, porque la Historia, aunque no se repite, rima. Cuando empiezan los grandes cambios disruptivos, como guerras o epidemias, el ciclo no se detiene hasta que se produce un cambio de paradigma. Así sucedió con la peste bubónica, que terminó con un tercio de la población europea entre los años 1347 y 1352, precipitando un ciclo de conflictos y mesianismos que le dio la puntilla al feudalismo. La conquista europea de América, por su parte, provocó una serie de epidemias entre la población autóctona, lo que dio lugar a un cataclismo demográfico entre los siglos XVI y XVIII, proceso durante el que nació el capitalismo. Ya en el siglo XX, conocemos el estrago que causó la gripe española, en pleno desastre de la Gran Guerra, a la cual sucedería una Segunda Guerra Mundial que puso fin al dominio europeo del mundo que había comenzado en el siglo XV.

Cien años después, hemos sufrido una pandemia y el mundo se precipita hacia el final de un ciclo marcado por el dominio del Imperio de Estados Unidos. Esta potencia recogió la batuta europea tras 1945, repartiéndose con la URSS el papel de policía global. Después, en los estertores del siglo XX, cayó el satán comunista y llegaron los años de la hegemonía americana. Hasta ahora. Porque -estoy convencido de ello- el segundo mandato de Donald Trump será el pistoletazo de salida de un cambio de era que empezó el 11 de septiembre de 2001 con el ataque terrorista al World Trade Center. El pueblo norteamericano se sintió entonces vulnerable e impotente, y reaccionó como suelen hacerlo los imperios heridos: con guerras. Las invasiones de Irak y Afganistán terminaron con ambos países destruidos y en manos indeseadas. Para EE UU supusieron el penúltimo clavo para su ataúd. Y luego llegó Trump, síntoma del pánico de un país con un sistema social que hace aguas y mantenido por un sistema financiero más etéreo que

De ese miedo surgió, como ocurrió con los nazis en la Alemania derrotada y destruida tras la Primera Guerra Mundial, el movimiento MAGA (Make America Great Again) que tuvo su puesta en escena en el primer mandato del magnate (2017-2021). Trump supone de facto el final de EE UU como imperio global. Y una renuncia a ser la policía del mundo. El presidente electo concibe su país como un fuerte o bastión desde el que dominar el entorno, pero nunca el mundo. No pudiendo competir con China, la estrategia de los nuevos republicanos pasa por romperlo y aspirar al menos a ser capitán de su pedazo.

La renuncia de EE UU a mantenerse como policía global convierte a Europa en un botín sin guardián

Trump no pretende dominar el mundo, sino repartírselo con otras potencias como China, India, Rusia, Israel, Arabia o Turquía. Algunas de las cuales ya han empezado guerras de anexión, como no se había visto desde los peores momentos del siglo XX. Tres son los nuevos escenarios del Gran Juego para este nuevo EE UU: Uno, el Ártico, donde el deshielo va a suponer el aprovechamiento de nuevas tierras de cultivo y -sobre todo- la posibilidad de explotar nuevos yacimientos en un mundo cuyos recursos se acaban. Por eso la retórica agresiva hacia Groenlandia y Canadá. Dos, América Latina, escenario tradicional para las razzias colonialistas de América. Panamá, que domina el canal, y Bolivia, en cuyo suelo están las reservas de litio más importantes, tienen motivos para preocuparse. Tres, Europa, que yace indefensa y dependiente del gas estadounidense y de su Ejército, tras la agresión rusa a Ucrania.

Todavía rica, Europa es un botín sin guardián. Un tesoro a disposición del primer oportunista geopolítico que quiera y pueda. Por eso Elon Musk, a través de su red X, se ha lanzado a apoyar, como hacen los agentes de Putin, a todo partido ultra o movimiento rupturista que prometa romper la UE y/o echar de suelo europeo a los inmigrantes y al Islam. Con un solo objetivo: dividir Europa y convertirla en un puñado de inermes estados vasallos de la América trumpista, como ya lograron con Reino Unido tras el Brexit.

Está por ver si Occidente, la OTAN y Europa sobreviven en la era que viene. Estados Unidos ya no será el Imperio que conocimos, sino algo más pequeño, menos democrático y mucho más peligroso. Y, mientras tanto, para los demócratas del viejo Occidente, encerrados en su endeble cabaña, la tempestad arrecia y los lobos aúllan más fuerte que nunca.