Javier Zarzalejos-El Correo

  • El Gobierno habla de «memoria» para justificar este aquelarre necrófilo en torno a la figura de Franco sin precisar exactamente qué es lo que se quiere recordar

Si en España hubiera una revista ‘Time’, con seguridad elegiría como personaje del año a Francisco Franco. Tal es el curioso homenaje que el Gobierno ha programado para conmemorar la muerte hace 50 años del general que se sublevó contra la República, venció en una brutal guerra civil y ocupó la jefatura del Estado que gobernó con poderes dictatoriales durante casi 40 años hasta fallecer en una cama del hospital de La Paz en Madrid.

El Gobierno habla de «memoria» para justificar este aquelarre necrófilo en torno a la figura de Franco sin precisar exactamente qué es lo que se quiere recordar: ¿la capacidad para perdurar de un régimen que la oposición no fue capaz de derrocar?, ¿el riesgo referido por Sánchez de volver a una dictadura que él, un político que declara estar dispuesto a gobernar sin el Parlamento, vendría a conjurar?

La explicación hay que buscarla en la nostalgia de una generación de izquierda desnortada, que ha renunciado a señas de identidad esenciales para un proyecto socialdemócrata y que gracias a ese vacío puede incorporar con naturalidad a nacionalistas, secesionistas, supremacistas, legatarios de ETA y viejos comunistas reconcentrados a una primera persona del plural con aquel «somos más» que Sánchez lanzó en la noche electoral del 23 de julio de 2023.

Sánchez, su Gobierno y ese partido irreconocible para muchos necesitan a Franco para redimirse, para hacer del franquismo, o más bien del antifranquismo, la coartada moral que justifiquen las chapuzas políticas en las que andan metidos. Este socialismo busca en la recuperación del antifranquismo una épica y un valor del que carecen. Ser antifranquista hoy, en la España constitucional y europea del siglo XXI, es un ejercicio grotesco de toreo de salón, protagonizado por una generación que, en su desparrame político, se rebela y desacredita a los que hicieron la Transición, optaron por el consenso frente a la conflagración, la reforma frente a la ruptura y el perdón frente al odio.

Estos valientes retrospectivos se rebelan frente a los que supieron comprender el cambio sociológico que se había producido en España, interiorizaron el entorno internacional en el que una España democrática debía insertarse, y valoraron -y ahí sí hubo valentía-, como base de la recuperación de la democracia y las libertades, el esfuerzo de una imprescindible reconciliación nacional. Por eso, Felipe González se ha convertido en un personaje descatalogado para el PSOE y, por la misma razón, los comunistas de hoy echan pestes de Santiago Carrillo. Ambos, y alguno más, representan todo lo que la izquierda actual desprecia simplemente porque lo ignora. Como ocurre en un organismo, cuando las defensas bajan, atacan los virus y con defensas democráticas tan debilitadas, el virus de la política de exclusión que ha lastrado la historia contemporánea de España se extiende y ataca. Hoy en España el sistema inmunitario de la democracia, sus instituciones y equilibrios, sus frenos y contrapesos, se encuentra peligrosamente debilitado.

Por eso, para esta izquierda, Franco es funcional como coartada. Ser antifranquista hoy, como ser antifascista, amalgama todos los orígenes y derriba todas las barreras morales. Stalin y Churchill eran antifascistas, pero nadie en su sano juicio puede equipararlos ni hacer de Stalin un demócrata. Octavio Paz, que apoyó a la República, se lamentaba de que habían sabido elegir a sus enemigos pero no a sus amigos, Y en parecidos términos, Julián Marías, habló de los injustos vencedores y de los justamente vencidos.

La izquierda se dispone a administrarse una dosis reconfortante de antifranquismo, escamoteando el hecho de que no fue la muerte de Franco lo que trajo las libertades sino que fueron la Transición, una Constitución de consenso y una sociedad española decidida a no repetir tragedias pasadas los elementos de un éxito histórico sin precedentes. Confundir la condición necesaria -la desaparición de Franco- con la condición suficiente, duramente alcanzada en un proceso político lleno de obstáculos no es memoria, es manipulación. Hace 50 años, cuando los españoles conocieron la noticia, todo eran incertidumbres y riesgos, la libertad no era ni mucho menos un horizonte seguro y la democracia era un territorio inexplorado, Al final, si de algo va a servir esta sórdida conmemoración es para felicitarnos por lo afortunados que fuimos de no tener a políticos como los que ahora celebran, cinco décadas después, la muerte del dictador. Con ellos, nada de lo mucho y bueno que vino después hubiera sido posible.