Mikel Buesa-La Razón

  • Las generaciones de la Guerra Civil lo que finalmente dejaron en herencia fue una reconciliación buscada paso a paso, persona a persona, que posibilitó el tránsito hacia una sociedad democrática

El papel lo aguanta todo, desde las más sublimes creaciones del espíritu humano hasta las más crueles de las mentiras, fruto de la tergiversación de los hechos históricos o de la alteración de la cronología, pasando por las invenciones más insólitas que se quieren hacer pasar como hechos irrefutables. Por eso no resulta sorprendente que Pedro Sánchez, acompañado de sus ministros, adláteres y correveidiles de los medios de comunicación, haya emprendido una guerra de papel basada en la resucitación de Franco para ganarle ahora, eso sí, una renovada contienda civil, tal vez incruenta aunque falaz, hecha de tinta y registros digitales, y ambientada en escenarios extravagantes –como el Centro de Arte Reina Sofía, tal vez porque en él se alberga un «Guernica» de Picasso cuyo valor simbólico es indudable–.

Sin embargo, conviene añadir inmediatamente que las generaciones de la Guerra Civil lo que finalmente dejaron en herencia fue una reconciliación buscada paso a paso, persona a persona, que posibilitó el tránsito hacia una sociedad democrática, incluso desde antes de que el dictador se encontrara con la muerte. Sólo unos pocos no quisieron aceptar esa realidad. Jorge Semprún lo vio claro al escribir el guion de «La guerre est finie», la película que dirigió en 1965 Alain Resnais, en una de cuyas secuencias el protagonista, miembro del Partido Comunista, señala la futilidad de la lucha clandestina mientras declara que «España se ha convertido en la buena conciencia lírica para toda la izquierda, un mito para viejos combatientes. España ya no es más que la leyenda de la Guerra Civil».

Semprún tenía razón, aunque ahora sea repudiado por quienes nos gobiernan. Éstos, llevados por sus delirios, son los que en este momento niegan la verdad histórica para establecer unos recuerdos imposibles de los que carecen, entre otras cosas porque nunca se puede vivir la vida de otros a los que, en muchos casos, ni siquiera se ha conocido. Por ello, no sería extraño que algún día encontráramos a Sánchez en Ciempozuelos, vestido con uniforme de gala de capitán general y pose napoleónica, dictando para el Boletín Oficial del Estado la memoria enaltecida de unas victorias a las que nunca llegó en las fantasiosas batallas de su guerra de papel.