Pedro J. Ramírez-El Español

La inaudita levedad del primero de los cien actos programados por Sánchez para conmemorar la muerte de Franco, mediante el falso lema «50 años de España en libertad» y su falta de beligerancia contra la obscena perpetuación de la dictadura de Maduro, son dos síntomas concordantes.

Indican que estamos ante una impostada campaña contra el riesgo de que vuelvan los totalitarismos, por parte de quien busca perpetuarse como sea en un poder cada vez más invasivo y totalizador. Pero a la tramoya se le ve el cartón.

Sólo la falta de convicción en la consistencia real del proyecto o una dejadez impropia de la costosísima maquinaria política de la Moncloa explican que las primeras palabras de Sánchez en el acto del Reina Sofía, después de dar los buenos días y las gracias, fueran un torpedo en la misma línea de flotación de sus fastos conmemorativos:
«¿Es España lo suficientemente libre como para recuperar el Guernica? Esa es la pregunta que se hacía, nada más y nada menos que el periódico The Washington Post en agosto de 1977″.

Alguien de entre el público debería haberse levantado en ese mismo momento: «Señor presidente, con todo respeto, acaba de incurrir usted en lo que en el cine se llama un fallo de raccord«.

Si se le hubiera permitido hablar, todo el castillo de naipes se habría desmoronado en el mismo arranque de la fiesta: «¿Cómo es posible que usted diga que la España en libertad comenzó en noviembre de 1975 y por eso nos convoque a este cincuentenario, y de entrada nos cuente que casi dos años después, cuando ya se había aprobado la Ley de Reforma Política, cuando ya se había legalizado al Partido Comunista, cuando ya se habían celebrado las primeras elecciones democráticas, cuando ya se había puesto en marcha el proceso constitucional, un periódico al que usted mismo otorga la autoridad del «nada más y nada menos», cuestionara si España era lo suficientemente libre para albergar un cuadro?«.

La respuesta es obvia: porque es una mentira podrida —y purulenta— que el año que murió Franco la libertad avanzara un solo milímetro en España. O al menos que los españoles lo notaran.

Al contrario: fue un año execrable de providencialismo casposo -todo un país iluminado por «la lucecita del Pardo»-, asesinatos terroristas y ejecuciones sumarias.

Las únicas movilizaciones del año 1975 fueron las de la Plaza de Oriente y las interminables colas para desfilar ante el féretro

Franco murió en la cama sin que existiera una oposición política a su régimen con un mínimo arraigo social. No había una María Corina ni un Edmundo reclamando su legitimidad. Las únicas movilizaciones del año fueron las de la Plaza de Oriente y las interminables colas para desfilar ante el féretro.

Sólo desde la total ignorancia o con clara pretensión de engañar, se puede afirmar como hizo Sánchez el miércoles que «en 1975, en un momento de gran incertidumbre política, la sociedad española decidió apostar por la democracia y la libertad».
En 1975 la sociedad española no decidió nada. Entre otras cosas, porque no pudo decidir nada, ni siquiera tenía la menor perspectiva legal de hacerlo.

Todo estaba atado y bien atado porque el Rey Juan Carlos había jurado ser fiel a los Principios Fundamentales del Movimiento, y el partido único y el sindicato vertical seguían plenamente implantados en todos los órganos del Estado. «Después de Franco, las instituciones», sentenció el ideólogo del régimen Jesús Fueyo.

Así era, así iba a ser. Y por si fallara algo, el casi monolítico Ejército franquista era el garante de la continuidad. No hubo ni un «Grándola, Vila Morena» portugués, ni una derrota militar como la que hizo caer a los coroneles griegos.

El franquismo prevalecía después de Franco, como el castrismo prevaleció a la muerte de Fidel. Como a Jomeini le sucedió Jamenei. Y ahí siguen.

La Transición comenzó con un golpe de Estado blando, bastante similar al que pretendió dar Puigdemont en 2017

Lo que cambió el rumbo de la historia de España fue que el sector aperturista del régimen conspiró con el Rey contra el sector continuista, engañando a medias al Ejército y consiguiendo en julio de 1976 la sustitución de Arias Navarro por un falangista como Adolfo Suárez. Era uno de los suyos, pero tenía la suficiente audacia y visión de futuro para pilotar el cambio paulatino hacia la democracia.

Yo estaba allí, yo lo viví, yo levanté acta como cronista. La Transición comenzó con un golpe de Estado blando, bastante similar al que pretendió dar Puigdemont en 2017. Esto no se ha dicho hasta ahora.

Lo cierto es que la Ley para la Reforma Política consiguió lo que intentaron sin éxito los separatistas con las «leyes de desconexión»: crear un nuevo marco jurídico que hiciera posible lo previamente prohibido. «De la ley a la ley a través la ley», según la fórmula de Torcuato Fernández Miranda.

La diferencia estriba, claro, en que las siete Leyes Fundamentales, derogadas de facto mediante la que fue definida por Pablo Lucas Verdú como «octava Ley Fundamental del franquismo», fueron impuestas por la dictadura; y la Constitución Española, que el procès trató en vano de dinamitar, contaba con toda la legitimidad de la democracia.

Pocos recuerdan que los dos ponentes clave de esa ley de Reforma Política fueron el ex ministro de Franco, Fernando Suárez -bloqueado en su carrera política por haber firmado las cinco penas de muerte incluidas en el lote de la conmemoración de Sánchez- y Miguel Primo de Rivera, hijo de uno de los asesinados por los milicianos en la cárcel Modelo de Madrid y sobrino del fundador de la Falange, fusilado por la República. La reconciliación de las dos Españas era su noble propósito.

El 17 de noviembre de 1976 las Cortes franquistas se hicieron el harakiri aprobando la norma. Al día siguiente, Diario 16 pudo titular a toda plana: «Adios, dictadura, adiós». Pero no fue hasta el 4 de enero de 1977, cuando después de haber sido refrendada en plebiscito por un 94% del 77% del censo -por primera vez los españoles «decidieron» algo-, el Boletín Oficial del Estado la promulgó.

Técnica, jurídica y políticamente, lo único que podría conmemorar este mes de enero Sánchez son los 48 años del preámbulo del proceso democrático.

Si Sánchez quiere celebrar aquel periodo, estaría obligado a poner el foco en el verdadero héroe del periodo, Adolfo Suárez

Pero al margen de que la cifra no da para nada, estaría obligado a poner el foco en el verdadero héroe del periodo, aquel Adolfo Suárez «que se parecía a Orestes», capaz de superar la matanza de Atocha, los secuestros de los próceres franquistas Oriol y Villaescusa por el Grapo, las insubordinaciones militares y las furias de toda índole para pactar con la incipiente oposición, legalizar al Partido Comunista, convocar las elecciones del 15 de junio del 77 y consensuar -fundamentalmente con el PSOE de Felipe González- la Constitución que entró en vigor el 29 de diciembre del 78.

Faltan pues casi cuatro años para poder celebrar el medio siglo de lo que Sánchez se ha apresurado a bautizar ahora como «España en libertad».

Porque también es falso, como dijo el miércoles, que «todos los países de nuestro entorno han conmemorado el aniversario de sus democracias, usando el mismo hito del inicio del fin de sus dictaduras».

Sólo lo han hecho cuando un proceso de ruptura provocó que lo uno coincidiera con lo otro, como fue el caso de Alemania, Italia, Francia, Portugal o los países de la Europa del Este. Porque ni Hitler, ni Mussolini, ni Petain, ni Marcelo Caetano, ni Ceaucescu o ninguno de sus congéneres murió en el poder en la cama.

Si Sánchez tuviera de verdad en su ADN la lucha contra las dictaduras, empeñaría toda su capacidad política en contribuir activamente a derrocar a Nicolás Maduro

Pero en el pecado ha tenido ya Sánchez su primera penitencia porque era imposible imaginar que su emblemático primer acto del ciclo antifranquista resultara ser un evento tan banal, deslavazado y enclenque.

En lugar de una programación con consistencia intelectual y académica, se nos anunció una escape room itinerante; en lugar de un debate entre figuras mundiales, se nos ofreció un mini-coloquio en el que una periodista del diario gubernamental entrevistaba a una exdirectora del diario gubernamental; en lugar de la combativa ‘Libertad sin ira’ se nos hizo oír una parodia «lánguida y patética» -según el solista de Jarcha- con el mismo registro del castrado Farinelli, pero con la voz «destensada» de un ser humano que responde al nombre de Jimena Amarillo.

Total, como escribió Daniel Ramírez, «franquismo para dummies«, aliñado con obviedades tales como la de que hace cincuenta años se vivía mucho peor que ahora y la contradicción de presentar la discriminación de las mujeres y los homosexuales como una tara específica de la España franquista, cuando el mismo Sánchez ensalza nuestras recientes leyes de igualdad como pioneras en el orden global.

Nadie desde las alturas del poder ha intentado nunca degradar más que Sánchez el marco normativo de la democracia española

Si Sánchez tuviera de verdad en su ADN la lucha contra las dictaduras, no perdería el tiempo en estos vacuos juegos florales y empeñaría toda su capacidad política en contribuir activamente a derrocar a Nicolás Maduro.

Algo incompatible con el turbio viaje de Delcy Rodríguez a Madrid, con el respaldo al papel condescendiente de Zapatero hacia el chavismo, con el nombramiento de un embajador cómodo para el régimen de Caracas o con el incremento de la importación de crudo venezolano.

¿Por qué ningún ministro o dirigente del PSOE asistió esta semana a ninguno de los actos de repudio contra Maduro? Tal vez porque estaban demasiado ocupados preparando el siguiente acto contra Franco o la siguiente ley restringiendo derechos, libertades y tutelas judiciales como las que han venido jalonando la involución bolivariana.

Para vientos catabáticos los que está insuflando Sánchez en nuestra atmósfera política: nadie desde las alturas del poder ha intentado nunca degradar más el marco normativo de la democracia española.

Sánchez ha desatado el vendaval de su ira contra la libertad con que venían actuando los instructores de los sumarios en los que se investiga a su esposa, su hermano, «su» fiscal general y su socio Puigdemont

Por si no fueran suficientes las amenazas y prácticas restrictivas de la libertad de expresión y los compromisos para acabar con la igualdad de los españoles, la proposición de ley del PSOE, pulverizando el ejercicio de la acción popular en las causas penales y obligando a los jueces a inadmitir las denuncias basadas tan sólo en «informaciones periodísticas», cayó este viernes en picado como una cuchilla incendiaria sobre nuestro Estado de Derecho.

Es tremendo constatarlo. Sánchez ha desatado el vendaval de su ira contra la libertad con que venían actuando los instructores de los sumarios en los que se investiga a su esposa, su hermano, «su» fiscal general y su burlado socio Puigdemont.

Y lo ha hecho en la semana en la que Jorge Calabrés y Arturo Criado destapaban en EL ESPAÑOL el contrato amañado por el equipo de Ábalos para favorecer al constructor que les pagaba y la cita amañada por el jefe de gabinete de María Jesús Montero para que la Agencia Tributaria favoreciera a Aldama.

La fobia de Sánchez hacia la prensa no sumisa empieza a ser oceánica. ¿Pero qué sería de la democracia sin «informaciones periodísticas» tan relevantes como estas?

Nunca imaginé en sus primeros cuatro años de gobierno que tuviéramos que escribir cosas como estas sobre el audaz e innovador Pedro Sánchez del Peugeot, la Moción de Censura, la domesticación de Pablo Iglesias, la lucha contra la pandemia y los Fondos Next Generation.

Pero desde que en junio de 2022 le vio las orejas al lobo con la mayoría absoluta de Juanma Moreno en Andalucía y la consolidación de Feijóo como líder del PP, su mutación hacia la figura de un autócrata, encastillado con su menguante guardia pretoriana en la obsesión por seguir en el poder, está siendo imparable.

De entre todos los miembros importantes de la UE, España es el país en el que los sondeos constatan que existe una alternativa más nítida y fuerte de centro-derecha liberal

Es verdad que el auge de la ultraderecha en Europa, unida al triunfo de Trump y al activismo multimillonario de un inquietante personaje de cómic como Elon Musk, no puede dejar de preocuparnos.

Pero precisamente, de entre todos los miembros importantes de la UE, España es el país en el que menos creció la extrema derecha en las elecciones europeas y el país en el que todos los sondeos constatan que existe una alternativa más nítida y fuerte de centro-derecha liberal.

Sánchez dice que seguirá en la Moncloa hasta 2027, completando la que sería su cuarta legislatura, si incluimos la de la moción de censura y la abortada por la repetición electoral de 2019. Pero tampoco oculta que se presentará a las nuevas elecciones para gobernar una quinta legislatura e igualar -de momento- el récord de Felipe González de 13 años en el poder.

En esta hoja de ruta su única amenaza no es Franco sino Feijóo, un líder decente y moderado que está siendo capaz de conciliar una oposición firme con propuestas atractivas en materia de vivienda, inmigración o calidad de la enseñanza. Y sin dar un solo paso atrás en las libertades públicas o las políticas de igualdad.

Es cierto que Feijóo no enfervoriza a las masas porque no tiene madera ni vocación de caudillo. Pero por eso mismo a Sánchez le resulta tan difícil asimilarlo al difunto dictador. De ahí que necesite la carambola de percutir en el PP con la bola de Vox, haciendo creer a los españoles que lo uno traería acarreado lo otro.

Algo doblemente complicado desde que el PP se negó a aceptar las exigencias xenófobas de Vox y prefirió gobernar en solitario en las comunidades en las que no tiene mayoría absoluta.

Como todos los sondeos -menos los del fanático Tezanos- dan al PP entre 25 y 35 escaños más de los que hoy tiene el PSOE, a medida que se acerque la encrucijada electoral le resultará más difícil a Sánchez que los ciudadanos descarten un gobierno en solitario de Feijóo.

Por eso, acuciado también por el hundimiento de Sumar y el ansia de desquite del engañado Puigdemont, lo que el presidente necesita es polarizar todavía más la vida española para estimular que Vox crezca a costa del PP.

De ahí que esta campaña contra Franco sea en realidad una campaña para que vuelva a hablarse de Franco, de forma que quienes se sientan más agraviados por todo cuanto dice y hace Sánchez tengan la tentación de acercarse a quienes puedan reivindicar vagamente aspectos concretos de su legado. A más Vox, menos PP y más Sánchez.

Esa es la fórmula para la perpetuación de Sánchez: obligar a España a elegir entre un totalitarismo de derechas y un totalitarismo de izquierdas. Por eso, tras las normas contra los jueces y la prensa, en su círculo íntimo ya se maneja algo parecido a la nefasta Ley de Defensa de la República.

También habrá que hablar de esa parte de la Historia. Pero, entre tanto, en eso estamos de acuerdo, el riesgo de involución democrática que hay conjurar es el de hoy en día, el de los próximos meses, el de los años inmediatos…

¿Cuál es el riesgo? ¿Y usted nos lo pregunta fijando en nuestra pupila su pupila gris? El riesgo es usted.