- Todos atónitos y Gracita Bolaños sujetándole el cubata a un aprendiz de autócrata fuera de control
Una de las leyendas que se atribuyen a Pío Cabanillas es aquella del famoso baño con Manuel Fraga, ambos desnudos, en una cala recóndita de las rías gallegas. Cuando apareció una excursión de adolescentes pastoreadas por unas monjitas y dispuestas a disfrutar ellas también de un baño en el mismo paraje, los dos políticos tuvieron que huir como Dios los trajo al mundo. Pero mientras Fraga intentaba correr tapándose sus partes nobles, Pío le aconsejaba lo contrario: «Manolo, la cara, tápate la cara». Aunque apócrifa, esta anécdota revela lo personal que resulta el concepto de la vergüenza; para Fraga el problema era su desnudez física, para Pío que se descubriera su identidad pública. En cualquier caso, ambos demostraban tener vergüenza. Si este mismo episodio le ocurriera a Pedro Sánchez, en vez de huir, nuestro presidente se enfrentaría a la excursión de adolescentes con los brazos en jarras y exigiéndoles que se largaran de su cala y le dejaran nadar en paz.
El diccionario define el concepto de vergüenza como la turbación del ánimo por la conciencia de alguna falta cometida, o alguna acción deshonrosa o humillante. Es evidente que Pedro Sánchez ha conseguido inmunizarse frente a la vergüenza y ha hecho de ello su gran fortaleza política. Cuanto más humillante es su situación o más bochornosa la conducta de alguno de los suyos, él más desafiante se muestra. Y como la cosa no para de empeorar, sus reacciones van escalando en el despropósito. Cuando nos conminó a pedir perdón a ese fiscal general del Estado de su propiedad que se dedica a destruir pruebas entramos directamente en una nueva etapa. Todos atónitos y Gracita Bolaños sujetándole el cubata a un aprendiz de autócrata fuera de control.
Lejos de disculparse públicamente ante la sociedad española por el comportamiento indecoroso de su mujer o por la corrupción de sus colaboradores más directos, Sánchez se ha puesto en jarras y se ha sacado de la manga esa reforma de la ley de la acusación popular que es una pura obscenidad conceptual, un exabrupto en el que cada artículo está destinado a cercenar una investigación judicial concreta que afecta o incomoda al presidente. El nivel de desquiciamiento del engendro es de tal calibre que ha conseguido poner de acuerdo en la crítica a todas las asociaciones judiciales, incluida la siempre sectaria Jueces para la Democracia. Toda la trayectoria de Sánchez en el poder no ha sido más que una constante deslegitimación de la justicia y una yincana para sortear las sentencias de los tribunales que no le convienen: primero fueron los indultos para sus socios, luego vino la amnistía inconstitucional y ahora este zafio intento de dar carpetazo a sus escándalos de corrupción.
Sánchez llegó al poder gracias a una moción de censura basada en un viejo asunto de corrupción del Partido Popular y en el que el PSOE ejerció la acusación popular a través de varias asociaciones. Ahora, desde el poder, nos presenta una ley para cegar la acción de la justicia en las causas de corrupción que le afectan personalmente. Ningún político con un mínimo de vergüenza se atrevería a tanto, pero Sánchez cuenta con su descaro y con el equipo de los sincronizados que ahora corean «no es Begoña, es la acusación popular».