Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Las necesidades sociales son, por definición, infinitas, pero el dinero disponible no lo es, así que gestionar mejor los recursos escasos es una obligación
Sorprendentemente, nuestra impagable vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo -¿qué sería de mí sin ella?-, ha tenido una idea brillante. La sorpresa no es que tenga una idea, tiene muchas, casi todos los días tiene dos o tres, sino que sea brillante. Bueno, en realidad tampoco estoy seguro de que sea brillante, pero al menos nos da la posibilidad de abrir a su alrededor un debate de lo más interesante. Me refiero a su propuesta de no utilizar el rendimiento académico, como criterio, a la hora de decidir la prórroga de las becas de estudio. En realidad, el interés de la idea reside en que podríamos ampliar un poco el ángulo de enfoque y preguntarnos si, a la hora de conceder ayudas sociales de cualquier tipo hay que considerar solo su necesidad -ella determina el grado de la necesidad en base al nivel de renta disponible por el beneficiario, que parece un dato bastante objetivo- o también hay que considerar los méritos de los solicitantes. Es decir, para pedir y obtener una ayuda, ¿basta con necesitarla o también hay que merecerla? Le pongo un par de ejemplos. Tenemos derecho a cobrar el paro si carecemos de un trabajo pero, ¿qué pasa si rechazamos de manera sistemática, una y otra vez, ofertas de trabajo que encajan en nuestro perfil profesional? ¿Lo podríamos perder? ¿Se puede cobrar el subsidio solo por el hecho de que carecemos de un trabajo o estamos obligados a esforzarnos en obtener uno y debemos aceptar cualquier oferta, siempre que no sea vejatoria o humillante?
Vayamos con los estudiantes que ha sido el detonante de su idea. Los datos del SIIU dicen que, de manera muy mayoritaria y general, la duración real de un grado universitario es superior a su duración formal. Los datos cambian (bastante) en función del tipo de estudios que consideremos y (menos) del carácter público o privado de cada universidad. Según ellos, tan solo el 41,4% de los estudiantes universitarios termina sus estudios dentro de su duración formal prevista (es la tasa de idoneidad) y el 54,8% los finaliza empleando un año más (tasa de graduación). Creo que la pregunta es oportuna. ¿A qué está obligada la sociedad, a pagar el tiempo estipulado o a subvencionar todo el tiempo utilizado? ¿Hay límites a la solidaridad? Por supuesto que pueden concurrir razones que expliquen y justifiquen estas ‘prórrogas’, como enfermedades padecidas u obligaciones familiares asumidas. Pero, ¿y si no las hay?
Gestionar mejor los recursos escasos es una obligación cuyo cumplimiento nos permitirá alcanzar a más necesidades
La señora Díaz opina que eso da igual, que basta con tener necesidades económicas para tener derecho a recibir las ayudas sociales, aunque, en realidad eso pueda suponer que, en la práctica, subvencionemos un máster de mus, o de tute, impartido en el bar de un centro educativo superior. Le advierto que, si bien la calidad de las enseñanzas impartidas en el bar llegasen a superar a la de las aulas, cuando digo superior me refiero al centro, no al bar.
Como cabía esperar, yo no estoy de acuerdo con la propuesta de la señora vicepresidenta. A cambio, utilizaría el dinero que ‘gastamos’ en pagar el extra de tiempo empleado por los estudiantes que no estudian, en ‘invertir’ en más y mejores becas para los que sí estudian. Igual que dedicaría el dinero que ‘gastamos’ en el paro de los que no quieren trabajar en mejorar el paro de quienes luchan por salir de él. Me parece más justo, más eficiente y mas solidario.
Las pasadas Navidades asistí a la presentación del ejercicio 2024 del sistema de becas ‘Padre Arrupe’ en la Universidad de Deusto. La verdad es que resultó emocionante oír las historias de esfuerzo y superación de los becarios que intervinieron. Para ellos y para todos aquellos que se comprometen y se esfuerzan, cualquier ayuda es poca y todas las ayudas son eficaces.
Las necesidades sociales son, por definición, infinitas, pero el dinero disponible no lo es, así que gestionar mejor los recursos escasos es una obligación cuyo cumplimiento nos permitirá alcanzar a más necesidades.