Óscar Monsalvo-Vozpópuli

Portavoces del Gobierno con programa de radio o de tv son continuamente celebrados como defensores de lo público y de la independencia

Cualquiera diría que el futurista Musk, esta especie de Tony Stark encarnado también con sus particulares demonios, es la mayor amenaza a la democracia, a Europa y a la verdad, convertidas hoy en la santísima trinidad de la superchería política. Cualquiera lo diría, literalmente. Cualquiera lo podría decir porque es el nuevo toque de corneta de nuestra prensa oficial. Musk se ha convertido en el enemigo público nº 1 de los valores occidentales y europeos, que ya son irremediablemente líquidos y sirven sólo para justificar una burocracia europeísta cuya única misión es ponerse en valor. “Musk, peligro” no es la repetitiva y ridícula expresión de turno propia del comunicador de Podemos o del experto de La Sexta. Es lo que se encuentra, de repente, en casi cualquier medio.

La principal diferencia entre Musk y otros multimillonarios, entre Musk y los niños-consenso, entre Musk y nosotros, es que a Musk se le dice que no puede hacerlo. Porque lo que Musk dice -y lo que Musk es- no se ajusta a lo que los dueños de las plataformas añejas -periódicos, política, Europa- conciben para el mundo

Musk es un fenómeno extraño, que no es lo mismo que un personaje extraño. Hace lo mismo que Bill Gates o George Soros. Tienen dinero, tienen influencia, deciden usar ambos para influir en el devenir del mundo. Entre otras razones, porque es también su mundo, como lo es nuestro. Hace lo mismo que Greta Thunberg o que ese niño colombiano a los que organizaciones internacionales siempre tan respetables exhiben por platós y por foros institucionales para que promocionen lo que ellos venden, pero “con la inocencia de un niño”. Hace lo mismo, sólo que con un par de diferencias: lo hace solo, y cuando lo hace despierta una palabra categórica, semejante a aquel Penitenciagite de El nombre de la rosa. “¡Injerencias!”, abuchean escandalizados. La principal diferencia entre Musk y otros multimillonarios, entre Musk y los niños-consenso, entre Musk y nosotros, es que a Musk se le dice que no puede hacerlo. Porque lo que Musk dice -y lo que Musk es- no se ajusta a lo que los dueños de las plataformas añejas -periódicos, política, Europa- conciben para el mundo.

Musk no opina, no financia, no ayuda, no propone, no apoya, no reflexiona; Musk interfiere. Obstaculiza. Desestabiliza. Ha superado incluso a Trump como referente de la nueva ultraderecha ultrarreaccionaria ultrapopulista. “Elon Musk está impulsando un complot contra las democracias liberales europeas”, apuntaba -en X- un corresponsal nacional que trabaja en Bruselas. “Elon Musk está liderando un complot contra las democracias europeas”, señalaba el mismo día un politólogo en la misma red social. Mismo día, misma red social, casi las mismas palabras. Pero seguramente en el matiz de ese “liderando” frente al primer “impulsando” encontramos la inconmensurable riqueza, los infinitos matices de nuestro pensamiento libre, grande, uno. El politólogo daba incluso un paso más allá en el cierre de su tuit: “Europa debe reaccionar prohibiendo X cuanto antes”. Con dos cojones. Sutilísimos, liberalísimos, pluralísimos y europeísimos cojones.

Durante 24 horas se produjeron multitud de mensajes similares. En X. Siguen todos ahí. El peligroso Musk permite que se puedan seguir leyendo. Los salvadores politólogos, sociólogos, estadistas, corresponsales, comunicadores, analistas, expertos, filántropos y demás agentes de la santísima trinidad quieren que Musk desaparezca. O al menos, que calle. You Musk not.

Es una manera eufemística de presentar un supuesto desequilibrio mental. Aquel cliché gastado de “lo personal es político” se convierte así en “lo político es patológico”. Pero sólo en casos como el de Musk

La cadena argumental de los adalides de la verdad, la democracia y el estilo de vida europeo es la misma que en otras ocasiones. Primero se expone la conclusión, después se construyen las premisas. Estos días los argumentos pretenden mostrar los “verdaderos motivos” del empresario tecnológico. Se han buscado múltiples motivaciones detrás del humanísimo deseo de Musk por influir en la política internacional. La económica, la ideológica -qué escándalo- e incluso la personal. Esta última es la más interesante, porque es una manera eufemística de presentar un supuesto desequilibrio mental. Aquel cliché gastado de “lo personal es político” se convierte así en “lo político es patológico”. Pero sólo en casos como el de Musk.

Es curioso que nunca se acepte la posibilidad de que la motivación de Musk sea mejorar su país o incluso el mundo. Es curioso porque se ha aceptado para perfiles mucho más siniestros que el del propio Musk. Piratas que alientan las mafias de la inmigración han sido convertidos en héroes internacionales con biopic premiado. Políticos con agendas clarísimas que jamás se han sometido a unas elecciones, vendidos a países o corporaciones internacionales, son presentados como héroes de Europa y de la democracia. Portavoces del Gobierno con programa de radio o de tv son continuamente celebrados como defensores de lo público y de la independencia. En fin: todos los dictadores de izquierdas que aún hoy cuentan con la excusa de que sí, a lo mejor encarcelaron, ejecutaron y purgaron masivamente, pero “su intención era buena”.

Contra Musk se ha despertado una especie de editorial único internacional por el que la prensa catalana debería sentir una especie de orgullo de vanguardia. Precisamente contra Musk porque, más allá de sus “injerencias políticas en Europa”, lo que resulta amenazante es su posición como alternativa no al estado actual del mundo, sino al relato actual sobre algunos de los males intocables del mundo. ¿Y por qué se denuncia la amenaza de Musk mientras se relativizan los ataques consumados de perfiles más peligrosos, más perjudiciales y más constantes en sus intentos por mutilar la verdad? Pues porque estos otros perfiles no amenazan la actual posición del periodismo oficial, de la academia cómoda o de la política endiosada. Todos ellos pueden vivir muy bien mientras la economía, las instituciones nacionales y el mundo se van cociendo a fuego lento.