Gabriel Albiac-El Debate
  • Lo más abracadabrante aquí no es que un sujeto como Sánchez haya buscado engañar a todo el mundo. Lo abracadabrante es que revelara la clave de ese engaño, ante un entrevistador bisoño y en la estúpida tele

Somos, los hombres, prisioneros de nuestras palabras: de esas que tantas veces emitimos sin medir su peso. Y soñamos estar ejerciendo señorial arbitrio, allá donde esas palabras nuestras solo expresan el rencor impotente de nuestras frustraciones. Es la regla del animal humano. Como lo es de su textura moral, el trazado prolijo de estrategias que le permitan ocultarse a sí mismo esa ficción de libertad que es su mayor esclavitud. En un político, además de eso, ceder a la fascinación de los propios embustes es ir horadando el muro tras cuya solidez se protege su mando.

De un modo que sería pasmoso para un mandatario político tan sólo adulto, Pedro Sánchez explicitó las claves de su dominio en un arrebato por completo innecesario. Trataba de dejar mudo ante las cámaras a un bisoño entrevistador, que acababa de aludir a cierta actuación reciente de la fiscalía. El presidente lo interrumpe con un gesto, perfectamente innecesario, de esa hilarante soberbia que rebosa el narcisista: «Es que la Fiscalía…, ¿de quién depende…?» Pausa enfática. El presidente reitera «¿…de quién depende…?» Sonrisa de triunfo del Jefe. En el tono menor de quien se juega su puesto de trabajo, el entrevistador condesciende en voz muy baja: «… Sí, sí, …del gobierno…» Y el gesto del Supremo exhibe deleite. Tanto, como para no darse cuenta de que acaba de atraparse en su propia trampa: «¡Pues ya está!» O sea, el mérito de lo que «mi» fiscal general haga es mío. Quede claro. Y claro, queda que el demérito también. O el delito, si llegará a haberlo.

Pasados pocos años, un juez instructor ratifica el aserto presidencial: todo mérito, todo demérito, toda responsabilidad, en suma, de cuanto el fiscal general García Ortiz ha venido haciendo en su actividad presuntamente delictiva, pasaba por Moncloa. Tanto como para que el juez Hurtado vea en el circuito «Fiscalía-Moncloa-Fiscalía» indicio verosímil de revelación de secreto. De un secreto que la Fiscalía habría hecho llegar hasta la Presidencia del gobierno, para que la Presidencia del gobierno le dictase directivas de actuación. ¿Y quién manda en la Presidencia del gobierno…? Pues ya está. Nadie se engañe, si a alguien protege el turbio borrado de pruebas en su teléfono móvil, no es al fiscal general, cuyas directrices pueden seguir siendo rastreadas a través de los móviles de sus subordinados. Tan sólo el móvil del presidente del gobierno es irrastreable. Salvo para Mohamed VI.

Lo más abracadabrante aquí no es que un sujeto como Sánchez haya buscado engañar a todo el mundo. Lo abracadabrante es que revelara la clave de ese engaño, ante un entrevistador bisoño y en la estúpida tele. Yo releo a un maestro del siglo XVII. Intemporal, como todo lo sabio:

«También el ebrio cree decir por libre decisión de su alma lo que, ya sobrio, quisiera haber callado, y asimismo el que delira, la charlatana, el niño y otros muchos de esta laya creen hablar por libre decisión del alma, siendo así que no pueden reprimir el impulso que les hace hablar. De modo que la experiencia misma, no menos claramente que la razón, enseña que los hombres creen ser libres solo a causa de que son conscientes de sus acciones, e ignorantes de las causas que las determinan».

Pero, la verdad, no veo al hermano más ebrio de vanidad de David Azagra perder su tiempo leyendo al tan sutil Baruch de Spinoza.