- Lloro de risa —y esto sí que es serio— cuando oigo a cuatro paletos largando en la radio que hay que parar a Musk. Ignorarán que se ha rendido hasta Zuckerberg. Tras relatar la censura y las presiones sufridas, ha mandado a pastar a las verificadoras
No es fácil ponerse serio con López tildando de alcohólico a Rodríguez, o con la actuación del hermanísimo, que parecía un antiguo sketch de José Mota. Uno de aquellos donde encarnaba al caradura extremo, indiferente a la impresión que causaba a la hora de forzar sus objetivos inaceptables. El ministro Torrebruno durmiendo embajadores tampoco pone fácil la seriedad. Ni la cara de mitin multitudinario de Montero llegando a un pueblo con cuatro militantes. Parece imposible dejar el cachondeo. ¡Es que te sale Patxi Nadie, con su etiqueta de Anís del Mono por título académico, y te coloca lecciones de derecho procesal penal comparado! Uno es consciente de la gravedad del momento. Uno comprende la necesidad de ponerla negro sobre blanco con precisión de relojero. Pero uno se viene abajo. Uno no puede contener el descojone. Y si uno lo intenta, le sale un grito desquiciado, y uno se desata, y a ver quién lo devuelve al estado anímico preciso para hacer constar —a ver si lo logro— lo que sigue. Allá va.
La libertad de expresión es fundacional en una democracia liberal, en un Estado democrático de derecho. No solo es conditio sine qua non para calificar de democrático un sistema: es el corazón mismo del sistema. Sin libertad de expresión no solo desaparece un rasgo importante del mundo libre; desaparece cualquier posibilidad de seguir perteneciendo al mundo libre. Pues bien, profundamente frustrada por el precipitado fin de la era woke (giro que percibe cualquiera con un mínimo de sensibilidad sociológica, histórica, política, tecnológica de la información, y hasta publicitaria), la izquierda occidental —llámese socialdemócrata, llámese socialista, laborista o demócrata (solo en EE. UU.)— intenta dar el paso definitivo de ruptura con la tradición y la práctica democráticas. Agarran la libertad de expresión por el cuello para retorcérselo como pequeños psicópatas matando animalillos. Pero de este animalillo depende todo. Si te cargas a este animalillo, se acabó.
Así pues, diríase que además de estar frustrados se han vuelto idiotas o locos. El arrogante Breton, excomisario europeo, suelta que las elecciones rumanas se han vulnerado porque el órgano al que pertenecía así lo ha querido. Ello encaja con los tiempos si repasas el repentino cambio de posición del TC de allá. Breton había quedado destetado por decisión de la rigurosa alemana que le presidía, y fue a causa de una carta en la que el chulito amenazaba a Elon Musk. Nada menos. Un tipo que respondió a Disney, y a varias multinacionales más, cuando anunciaron que retiraban la publicidad de X, con una expresión que no puedo traer a esta columna por decoro. La repitió tres veces en televisión. Hoy todas las compañías insultadas han abandonado el wokismo y regresado a X. Lloro de risa —y esto sí que es serio— cuando oigo a cuatro paletos largando en la radio que hay que parar a Musk. Ignorarán que se ha rendido hasta Zuckerberg. Tras relatar la censura y las presiones sufridas, ha mandado a pastar a las verificadoras.