Ignacio Marco-Gardoqui-El Debate

El lehendakari Pradales estuvo el lunes en Vitoria visitando la fábrica de Michelin cuya producción supone nada menos que el 2% del PIB vasco. De entrada es un detalle que una de sus primeras visitas, tras pocos meses en el cargo, haya tenido ese destino, lo que supone una muestra de sensibilidad industrial que es muy necesaria en nuestros días. Aprovechó la visita para lanzar un mensaje muy acertado. Pidió diálogo -eso siempre está bien- «para crear entornos de estabilidad que faciliten la llegada de nuevas inversiones».

La cita es oportuna. El sector auxiliar del automóvil atraviesa una coyuntura difícil en Europa por culpa de las tensiones competitivas de los fabricantes y de las dificultades que atraviesa el tránsito al vehículo eléctrico. Y visto desde Euskadi lo es aún más, al ver el comportamiento tan decepcionante de la inversión interna y tan lamentable de la extranjera. Fue muy claro al reconocer que una parte del trabajo le corresponde a la Administración, que debe apoyar al tejido empresarial e industrial. Solo falta que lo haga, lo cual no le resultará sencillo. Aquí hay muchos que ven el apoyo a las empresas como algo injusto, incluso contraproducente, un mal uso del dinero público. Lo cual no obsta para que inmediatamente después, reclamen más empleos de calidad que son, precisamente, los que ofrece la industria.

Por su parte, el responsable de la planta fue claro. Coincidió con Pradales en pedir ‘paz social’ para afrontar el futuro. Un futuro complicado como demuestra que la matriz de Michelin haya cerrado ocho fábricas en los últimos dos años. Dijo también que la planta vasca ocupa, con casi un 10%, uno de los lugares de cabeza en absentismo de todas sus instalaciones en el mundo, lo cual «compromete nuestra competitividad como empresa y como país, daña nuestra imagen y pone en riesgo la confianza de Michelin en nuestras plantas». Un mensaje que no necesita traducción, del que es muy consciente el lehendakari y que debería hacernos reflexionar a todos. Cuesta entenderlo, pero ganar más y trabajar menos es una aspiración legítima de todo trabajador, que solo es viable y se hace posible si se le añade valor al trabajo realizado. Ese es el orden. Primero merecerlo y luego exigirlo. Un duro equilibrio en el que nos jugamos el futuro. En realidad nos lo jugamos todo.