Editorial-El Español

El gobierno qatarí ha confirmado este miércoles en Doha, donde se han desarrollado las conversaciones diplomáticas en las últimas semanas, el alto el fuego acordado por Israel y Hamás para la Franja de Gaza.

Aunque tanto el gobierno de Netanyahu como los terroristas palestinos han tratado respectivamente de venderlo como una victoria sobre su enemigo, es evidente que el acuerdo no satisface plenamente las pretensiones de cada una de las partes. Pero se trata sin duda de una excelente noticia para la población civil de ambos territorios.

Para los israelíes, porque la cuestión del regreso de los rehenes (los 94 -34 de los cuales muertos- que permanecen en Gaza) ha mantenido costernados a las familias y a la población judía desde el atroz ataque de Hamás del 7 de octubre.

Para los palestinos, porque los quince meses de cruento conflicto ha dejado más de 46.000 muertos, además de las 1.200 vidas israelíes sesgadas por la milicia el 7-O.

La tregua, que entrará en vigor este domingo, puede interpretarse como un triunfo de la Administración Biden en la última semana de su presidencia, tras meses tratando sin éxito de convencer a Israel para que detuviese la ofensiva en la Franja. De ahí que resulte irónico que Donald Trump se haya adueñado del logro, atribuyéndolo al mensaje de paz lanzado al mundo gracias a su «histórica victoria en noviembre»

Es forzoso reconocer la influencia debida al presidente electo de EEUU, que presionó a Netanyahu para que aceptase un acuerdo que supone transgredir su veto a aceptar la autoridad de Hamás, y para que se sobrepusiera al empuje intransigente de los sectores ultras israelíes.

Pero no se puede restar mérito a las sucesivas rondas de negociaciones impulsadas por Biden, que con la ayuda de mediadores como Catar y Egipto se ha obstinado por lograr un alto el fuego pese a los varios intentos frustrados. Ni tampoco al alto el fuego precedente, el de Israel y Hezbolá para el Líbano en noviembre, que cerró otro de los frentes de la guerra en Oriente Medio.

Además, el acuerdo se asemeja mucho al plan de paz en tres partes propuesto por Biden el pasado mayo, con una primera fase de seis semanas consistente en la liberación de rehenes a cambio de la libertad de presos palestinos y la entrada de ayuda humanitaria.

El cese de las hostilidades brindará una inestimable contribución para el alivio de una de las crisis humanitarias más severas de los últimos tiempos. Pero no basta por sí solo para garantizar la paz en la región.

Porque queda por delimitar la zona de amortiguación a la que ha accedido a retirarse progresivamente Israel, que no aceptará un arreglo susceptible de amenazar su seguridad. Y, sobre todo, se mantiene la incógnita de la tercera fase del acuerdo, a la postre la más determinante: la reconstrucción de la Franja y la concreción de un statu quo posbélico estable.