Supongo que no hago spoiler –la película se estrenó hace ochenta y seis años- si les cuento que el temible Mago de Oz era, en realidad, un hombrecillo oculto detrás de una cortina.
El perrillo de Judy Garland la descorría y revelaba a un tipo que producía unos imponentes efectos visuales y auditivos manejando una serie de palancas. No miréis detrás de la cortina, leñe, gritaba el supuesto mago al ver desvelada su insignificancia y peligrar su poder.
Sobre esta misma idea unas décadas más tarde John Boorman hizo una película de ciencia ficción: Sean Connery deambulaba en pañales y con bigote mejicano (a mí qué me cuentan, pregunten a Boorman) por un mundo futuro sometido al misterioso dios Zardoz (¿lo pillan?), que también resultaba ser un trampantojo para deslumbrar y mantener controlados a sus súbditos.
Hasta entonces, como la mayoría de los ciudadanos, tenía una especie de respeto reverencial. Pensaba que la política era un mundo complicado cuya comprensión requería un conocimiento especial. Y por eso los políticos, los verdaderos conocedores, hacían cosas que con frecuencia nos parecían incomprensibles. Ellos sabrán, que son los que entienden.
En realidad este planteamiento era en parte cierto (la política es un oficio complicado que requiere conocimientos, virtudes y habilidades especiales) y en parte falso: con frecuencia los políticos carecen de esos tres requisitos. A cambio, como el mago de Oz, disponen de un aparato mediático que produce relámpagos y truenos, y consigue sustituir la realidad por un «relato».
Esta es la tarea de los responsables de comunicación, gurús y spin–doctors: mantener al político de Hoz detrás de la cortina. Es muy ventajoso para ellos porque si la política es magia, no hay lugar para la rendición de cuentas.
Es más, si la política es magia, no es necesario tratarla racionalmente: podemos verla como un vistoso espectáculo, un entretenimiento en el que los ciudadanos (con sus derechos y obligaciones) pasan a ser hooligans que apoyan unos colores. O más bien combatientes sin esfuerzo en una fantasía épica del bien contra el mal, es decir, la derecha.
Que la política se mantenga en la magia, alejada de las reglas que rigen el mundo real, explica que la España de Hoz esté gobernada por un evidente mentiroso al que los votantes no comprarían un coche usado en el mundo real.
En Hoz están dispuestos a comprarle una chatarra sin ruedas, porque es un país mágico. Y en Hoz no pasa nada porque gobierne apoyado en los que quieren disolver España, porque una cosa es Hoz y otra España.
Y tampoco debemos alarmarnos si el presidente de Hoz se dedica a desmontar las instituciones democráticas y a sembrar la discordia, porque todo es magia y lo solucionará con un conjuro como ¡Abracadabra!, ¡Franco!, o ¡Bulo!
Por eso, hay que descorrer la cortina y contemplar la realidad, aunque al principio sea traumático entender que nos gobiernan farsantes que nos toman el pelo. Por eso cuando salga Patxi López a defender una proposición de ley para rescatar de la Justicia a la mujer y al hermano de Sánchez, no lo vean como un imponente hechicero de la política sino como lo que es, un hombrecillo desmantelando el Estado de derecho para mantener su sueldo.
Si los votantes continúan deslumbrados por el embeleco, la apariencia y los relatos de los spin-doctors, los políticos seguirán aprovechando para incluir en su agenda política, no las cuestiones más acuciantes para la sociedad, sino las más ventajosas para ellos.
Y al final todo Hoz se desmoronará, y el paisaje de España será desolador.