Andrés Montero-El Correo

Expresidente de la Sociedad Española de Psicología de la violencia

  • Si vislumbra perpetuarse como una dinastía en la Casa Blanca, el mejor colocado sería su hijo mayor, que ya ha visitado Groenlandia. ¿Es una locura?

En vísperas de que Donald Trump estrene su segundo mandato como presidente de EE UU, el gallinero del mundo exuda la inquietud propia ante el zorro que le acecha. Líderes de hasta cuatro países europeos han alertado sobre las injerencias del propietario de X, ahora también funcionario de la Casa Blanca, Elon Musk. Trump ha escrito precisamente en la plataforma digital de Musk que siente al pueblo de Groenlandia muy MAGA (el nombre de su tribu) para «protegerlo y cuidarlo de un muy depravado mundo exterior». También ha advertido de que recuperará el control del canal de Panamá y, como guinda del roscón, se ha referido al dimisionario primer ministro de Canadá como gobernador de lo que le gustaría que fuera otro Estado de la Gran América, con cuyo nombre, América, rebautizaría el actual Golfo de México.

Lo peor de pretender descifrar al Trump del segundo mandato es hacerlo a partir de sus acciones en el presente y no de sus intenciones hacia el futuro. El mantra que se repite es que este sembrador del caos es impredecible. Y tal vez fuera acertado adoptar ese enfoque en su primera acometida presidencial, pero ahora los condicionantes de Trump están bien claros. Tanto por edad como por imperativo legal, no le queda más que un mandato. Cuatro años. En ese tiempo, lo que sí podemos esperar es que Trump, que no se caracteriza precisamente por ausencia de ego, siente las bases de un legado. De modo que, para estar preparados ante Trump, habría que leer entre las líneas de sus aparentes sinsentidos y extravagancias, preguntándonos no cómo será Estados Unidos con el segundo Trump, sino qué tiene imaginado Trump para después de Trump.

Es más que evidente que Trump piensa en Trump para suceder a Trump. Está menos claro el cómo. Puede antojarse ridículo, pero durante la campaña a las últimas presidenciales estadounidenses, en la habitual parafernalia trumpista de «hacer a América grande de nuevo» (MAGA) se incrustó el mensaje «Barron Trump 2044». Un anhelo, por dislocado que parezca, del segundo Trump es allanar el camino para que su hijo de dieciocho años sea presidente en un mundo que seguramente ya no lo conocerá ni el más avisado. Ahí, hacia el futuro, está maquinando ahora Trump.

De nuevo otro hijo, esta vez el primogénito y vicepresidente ejecutivo de las empresas familiares, Donald Trump Jr, es quien ya ha visitado Groenlandia para simbolizar las supuestas aspiraciones expansionistas de Trump senior. En la mentalidad de un presidente en busca de un legado, la escena se define menos por las ínfulas territoriales que por el protagonismo de un, éste sí, sucesor viable para el padre a corto plazo. Si Trump vislumbra perpetuarse como una dinastía en la Casa Blanca, el mejor colocado sería su hijo mayor. ¿Es una locura? Lo mismo se pensaba antes de que el padre ganara dos veces las presidenciales: que era imposible.

Todavía más irrealizable sería un eventual plan para que Trump se salte la limitación constitucional de dos mandatos presidenciales en EE UU. Franklin Roosevelt cumplió cuatro en un período de crisis existencial para el mundo, el crack de la bolsa y la segunda Gran Guerra. Aquella experiencia de poder ininterrumpido propició al legislativo estadounidense la introducción, en los años cincuenta, de la vigesimosegunda enmienda constitucional, la que confina la presidencia a un máximo de ocho años. ¿Puede invocar Trump una amenaza existencial a EE UU (China) para forzar su carta magna?

Una consecuencia de las últimas elecciones estadounidenses es que el Partido Republicano, abducido por Trump, tiene el control de la Cámara de Representantes y del Senado. Por estrecho margen, impropio para instar una reforma constitucional, pero suficiente como para suscitar un debate de fondo. Durante su primera presidencia, intervino con descaro en remodelar el mapa judicial estadounidense, nombrando a tres jueces del Supremo y a más de doscientos jueces federales, operación que le rendirán tributos en las causas judiciales que el mandatario tiene abiertas pero que también podría influir en un hipotético batiburrillo constitucional. Esta insensatez, sobre el papel, de un hipotético tercer mandato es en cambio muy coherente con los postulados de la denominada ilustración oscura o neorreación, la ideología nutriente en los tecnolibertarios hipermillonarios de Silicon Valley que apoyan a Trump, Elon Musk entre ellos, que propugnan una «superación» de la democracia, por ineficaz, para hacer a ‘América grande de nuevo’, transicionándola hacia una autocracia con poderes imperiales. ¿A que esto ya suena más al Trump que inspiró la insurrección que condujo al asalto al Capitolio en 2021 tras perder las presidenciales frente a Biden?