Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
El autogolpe necesita respuesta a un nivel superior: un plante generalizado de la sociedad democrática
Muchas democracias han caído por exceso de confianza en la solidez de las instituciones y la literalidad de las leyes, pero estas ceden y pueden ser retorcidas como la goma por un gobierno golpista. La fórmula del autogolpe dentro de la ley, convenientemente manipulada, es más corriente de lo que se cree, y estamos sufriendo uno. No se puede parar solo con manifiestos, comunicados, preguntas parlamentarias y cosas por el estilo, que por supuesto no sobran, pero rebotan en las instituciones colonizadas como una pelota contra el frontón. No, el autogolpe necesita respuesta a un nivel superior: un plante generalizado de la sociedad democrática con una estrategia de no colaboración (por ejemplo, la de los jueces que rechazan aplicar la inconstitucional Ley de Amnistía).
El autogolpe de Luis Napoleón Bonaparte
La historia está cobrando de nuevo gran importancia política a causa de la constante manipulación de la que es objeto para justificar el autogolpe de la coalición Frankenstein, que la ha convertido en pasto ideológico y templo de la posverdad a su servicio. Y para profundizar en el caso podemos reparar en la de Francia entre la doble revolución de 1848, que expulsó al último monarca francés, Luis Felipe de Orleans, e instauró la Segunda República, y la pacífica instauración del Segundo Imperio de Luis Napoleón Bonaparte.
El extraño fracaso de la revolución aparentemente triunfal, motivó tres análisis clásicos muy diferentes: el de Karl Marx con El 18 Brumario de Luis Bonaparte, el de Alexis de Tocqueville con El antiguo régimen y la revolución, y uno menos conocido pero capital de Maurice Joly, un oscuro escritor y político francés sin suerte, titulado Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Es de rabiosa actualidad para España, y no solo.
La de 1848 fue la última de la serie de revoluciones liberales iniciada en Estados Unidos en 1776, y la primera intentona de revolución socialista: por eso fue una revolución doble llena de paradojas. El objetivo era librarse de la monarquía plutocrática de Luis Felipe, último rey constitucional de Francia, y restaurar la república por segunda vez. Cómo debía ser ésta fue motivo de profundos desacuerdos entre liberales moderados, republicanos radicales y el emergente archipiélago revolucionario de anarquistas, socialistas utópicos y comunistas incipientes. Intentaron una revolución socialista sin la menor posibilidad una vez que la Guardia Nacional decidió apoyar a los liberales, aunque provocó más de diez mil muertes en las luchas por las calles de París, magníficamente rememoradas por Tocqueville en Recuerdos de la Revolución de 1848 (también fue la primera de la que hay fotografías, otra novedad histórica).
Finalmente se aprobó una Constitución presidencialista que convenía a los bonapartistas, muy populares en Francia. Presentaron a la presidencia al sobrino de Napoleón I, Luis Napoleón Bonaparte: fue el primer presidente de la república elegido por sufragio popular. Dotado de gran instinto populista, Napoleón II vació las instituciones republicanas de competencias, las colonizó con clientes y partidarios, y se apoyó en el plebiscito popular para aprobar sus políticas autoritarias. El autogolpe culminó en la instauración del Segundo Imperio en 1851, en el que iba a fungir de Emperador por la Gracia de Dios y la Voluntad de la Nación, síntesis ecléctica de antiguo y nuevo régimen.
Para los bonapartistas fue una edad de plata de Francia, pero una vergüenza para los republicanos. El Imperio liberal, ratificado por un nuevo plebiscito popular en 1870, terminó abruptamente con la derrota en la guerra contra Prusia y, muy a la parisina, en la revolución de la Comuna. Pero lo que nos interesa es la facilidad con la que Luis Bonaparte dio su autogolpe de Estado para cambiar el régimen desde la presidencia de la república, sin violar en apariencia la letra de las leyes y con el beneplácito de más de media Francia.
Joly descubre la importancia de la manipulación de la sociedad de masas, de las instituciones y las leyes, sin alterarlas en su literalidad
El análisis de Joly conlleva una historia asombrosa. Escrito en 1864, el libro fue prohibido y secuestrado por la policía bonapartista. Tras fracasar en sus aspiraciones en la III República, Joly se suicidó en 1878 y fue olvidado de inmediato, como su libro. Años después un ejemplar llegó a manos de la policía rusa, que lo plagió descaradamente en el libero antisemita Protocolo de los Sabios de Sion, donde la policía secreta del zar atribuía a un fantasmal gobierno mundial secreto judío un plan para apoderarse del mundo que calcaba la estrategia que Joly atribuyó al segundo Bonaparte.
Esta historia dentro de la historia la desvela François Revel en el prólogo a la primera edición del libro en 1996, nada menos. Hasta que se redescubrió el libro, nadie conocía la argumentación del desconocido Joly. A diferencia del análisis sobre 1848 de Marx, centrado en la lucha social y que incluye la célebre máxima de que la historia solo se repite como comedia, y del de Tocqueville sobre las paradojas de la política en la democracia, Joly descubre la importancia de la manipulación de la sociedad de masas, de las instituciones y las leyes, sin alterarlas en su literalidad.
El procedimiento también explica la mecánica interna del autogolpe de Mussolini que transformó la monarquía liberal italiana en el régimen fascista, el de Hitler para acabar con Weimar e instaurar el III Reich, y la maniobra de Stalin para enmascarar su régimen genocida con la Constitución de 1936, la más democrática de la época y sarcásticamente inútil.
«No destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquiciará su mecanismo»
Para instaurar una dictadura a partir de la democracia, dice Joly por boca de Maquiavelo, hay que proceder así: “Una vez jefe de gobierno, todos mis edictos, todas mis ordenanzas tenderían constantemente al mismo fin, aniquilar las fuerzas colectivas e individuales, desarrollar en forma desmesurada la preponderancia del Estado, convertir al soberano en protector, promotor y remunerador (…) Por lo tanto, no destruiré directamente las instituciones, sino que les aplicaré, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquiciará su mecanismo. De este modo iré golpeando por turno la organización judicial, el sufragio, la prensa, la libertad individual, la enseñanza. Sobre las leyes primitivas haré promulgar una nueva legislación que, sin derogar expresamente la antigua, primero la disfrazará, para luego, muy pronto, borrarla por completo.”
¿No va como anillo al dedo a los seis años de Sánchez y a los que pueden quedar por delante? Ya ven, queridos lectores: todo está inventado. La historia está nuestra disposición para interpretar el presente y dar con el curso de acción necesario para preservar del autogolpe la democracia menguante.