Ignacio Camacho-ABC
- La derecha no puede asumir la idea de derribar al sanchismo traicionando de entrada sus principios morales y políticos
Ni cuestión de confianza ni moción de censura; esta legislatura sólo decaerá antes de tiempo si Sánchez decide buscar en las urnas una absolución popular de sus problemas judiciales. La derecha política y sociológica debería dejar de ilusionarse fantaseando con soluciones de otra clase. Primero porque son muy improbables, pero después y sobre todo porque ninguna alternativa decente puede o debe pasar por un personaje que ha huido de la Justicia tras intentar romper el Estado y sublevarse contra las reglas constitucionales. El rechazo a la deriva autocrática de este Gobierno no justifica la tentación de repetir sus procedimientos, a los que la propia oposición se ha cansado de formular merecidos reproches éticos. Y aun en el caso remoto de que se impusiera una dudosa razón pragmática, resulta ingenuo pensar que Puigdemont se prestaría sin cobrar un precio que el PP no puede asumir sin riesgo de disipar de entrada todo su crédito.
Sucede por añadidura que la presión del prófugo sobre el Ejecutivo es puramente táctica. Su empeño en forzar una votación de confianza obedece a la exclusiva voluntad de volver a vender su apoyo en una subasta. Se ha dado cuenta –tarde– de que el pacto de investidura acabó en el mismo momento en que la amnistía fue aprobada, y aún ha tenido suerte de que al menos en ese punto el presidente cumpliera su palabra. Ahora pretende reclamar nuevos pagos haciendo creer que el futuro del mandato sigue estando en sus manos. Pero el poder de tumbar leyes o proyectos presupuestarios ya no basta para tumbar a un gobernante acostumbrado a aferrarse al cargo a base de saltarse todos los convencionalismos democráticos. Y la bala de la censura, la última que le queda, implica echarse en brazos de unos partidos que repugnan a su electorado, además de la posibilidad verosímil de quedarse colgado si perdiese en unas nuevas elecciones la baza esencial del desempate parlamentario.
Así las cosas, carece de sentido que la derecha liberal, y no digamos la autoritaria, consideren la mera idea de derribar al sanchismo con una maniobra que entraña una traición a sus principios morales y políticos. Aunque muchos de sus votantes la aceptarían con la nariz tapada, ésa no es manera de iniciar un rumbo distinto, por no mencionar la hipótesis de que un giro de última hora de Junts desembocase en un –otro, más bien– estrepitoso ridículo. En política, tomar atajos y forzar las cosas suele traer malas consecuencias. La alternativa a este descalzaperros de corrupción y arbitrariedad hay que construirla desde la honestidad y la limpieza. Si Sánchez cayese porque los tribunales lo cercan o porque sus aliados lo asfixian con su propia cuerda estaríamos ante un reparador, soberbio acontecimiento de justicia poética. Pero sería un error de proporciones catastróficas ceder al impulso impaciente –y tal vez vano– de pagarle con su misma moneda.