Gregorio Morán-Vozpópuli
Hay que tratar de silenciar a los alarmistas porque favorecen las creencias sobre los peligros que te amenazan
Todo es muy racional, pero resulta incomprensible. Vivimos sobre un volcán pero tenemos que hacernos a la idea de que es absolutamente normal. Hay que tratar de silenciar a los alarmistas porque favorecen las creencias sobre los peligros que te amenazan. Conseguir la credencial de buen ciudadano amante del progreso exige que no te escandalices de nada de lo que te rodea, porque todo tiene sus razones. Lo que te falta es que puedas comprenderlas, por lo tanto es un problema tuyo. Careces de perspicacia. A mí me ocurre.
El Ayuntamiento de Barcelona ha multado a un puñado de alarmistas que tocaban pitos en los vagones del metro donde detectaban la presencia de carteristas multireincidentes. Claro, molestaban a los viajeros. Al fin y al cabo cuando te roban sólo te afecta a ti y siendo consecuentes con el razonamiento no cabe hacer ruido que interrumpa la tranquilidad del pasaje.
Un ejemplo banal, ahora bien puede usted ponerse estupendo y picar más alto. ¿Hay algo más consecuente que iniciar una investigación sobre el novio -¡qué cursilada de palabra!- de una presidenta de una Comunidad enemiga si resulta que han tenido la osadía de observar cómo la mujer del Puto Amo decide un buen día convertirse en Intelectual Tecnológica con mando en plaza académica? Nada más lógico si además pillan a tu singular hermano, que le da por eso de la música, transformado nadie acierta a saber cómo en poco menos que un Leonard Bernstein, solicitado en su faceta de maestro operístico, director de orquesta, compositor y gran funcionario del ramo. Los milagros pueden razonarse desde la perspectiva del creyente, lo difícil es hacerlos comprensibles.
Creo que esa es una adecuada introducción a la “emergencia nacional” de la vivienda. La declaración es oficial, lo que quiere decir que está basada en la razón. Lo incomprensible es todo lo demás. Soy lego en la materia y he vivido siempre de alquiler, lo que se traduce en pasivo sufridor de cada variante estadística de los mercados y he de regirme por los ejemplos que más me han afectado. Son paradigmas de comportamiento en los que aprendes cosas que tu limitada inteligencia no alcanza a valorar. En 1971 estaba montado en un Seat 850 que me llevaba a una reunión de militantes. Conducía un modesto empleado publicitario que comentaba que íbamos a su nueva casa. San José de Valderas, en los aledaños de Madrid, bloques muy altos plantados en la paramera. “La acabo de comprar”. No precisó en qué condiciones pero imaginé que sería con hipoteca a 30 o 40 años. Fue la primera vez que tuve conciencia de que las transformaciones profundas, menos aún una revolución, no las vería. La otra experiencia me pilló “maduro”, valga la expresión porque viene al caso. El líder por antonomasia del “asalto a los cielos”, Pablo Iglesias, en pleno zafarrancho por hacerse un hueco acaudillando nuevas generaciones de transformadores, decidió comprarse un chalet con vistas bien acondicionado, y a tal efecto firmó la hipoteca -¿a 30 o 40 años?- con una entidad financiera cómplice. No son metáforas, son evidencias.
Quizá la senda estaba marcada desde muy atrás para sorprender a nadie. O propietarios o nada. Un destino muy español; sólo hace falta echar una mirada al cine. Nuestro neorrealismo de posguerra, estrangulado por la censura, está marcado por la búsqueda de una vivienda en propiedad. Aquí no existió la Viena de tradición socialdemócrata, ni la Italia del milagro cristiano-comunista; un piso de verdad exige ser propio, aunque se lo dejes a deber al banco. “Surcos” (1951) y “El inquilino” (1957) las rodó un falangista comprometido, José Antonio Nieves Conde (las masacró la censura); “El Pisito” (1959), del tándem Marco Ferreri-Rafa Azcona, tras otro crimen censorial, sobrevive como un buen filme. Marca nuestro destino y no es previsible que cambie.
Se necesitan 500.000 viviendas para equilibrar la oferta y la demanda. Es un volcán en erupción al que ahora se acercan los bomberos del PP y del PSOE con propuestas que siempre estuvieron, aseguran, en sus programas pero que no han salido adelante porque las ha boicoteado el enemigo -que debía de ser el de Gila: “¿Es el enemigo?… Que se ponga”. Han declarado la emergencia que esconde una falacia. Nadie está en condiciones de poner en marcha una empresa de tal envergadura. Se necesitan años; con la boca pequeña afirman que el plan empezará a partir de 2026-2030. ¿Y mientras tanto? Que se apañen. Pocas veces una rebelión estuvo tan justificada como ésta. España es el país con menos construcción de vivienda social de la Unión Europea, donde la media es de 9% y “el gobierno más progresista” alcanzó el 2,5.
No hay nada más complaciente que orinar sobre el mercado y vivir bien instalado en él. La alcaldía de Barcelona, iniciativa de Ada Colau, impuso que el 30% de la vivienda que se construyera en la ciudad debía ser “social”. Gran propuesta. Contrajo la edificación y está en mínimos la vivienda social, no digamos ya de alquiler. Lo maléfico de las decisiones políticas es que siempre encuentras un culpable que alivie tu responsabilidad, porque una decisión política buena en su opinión no necesita que pueda aplicarse o que castigue a quienes más la sufren, es buena porque nosotros, buenos en esencia, la proponemos. No tiene nada que ver con la supuesta altura moral, es sencillamente el humo de la tribu. Por desprecio a ese humo y a esa tribu los desdeñados se desplazarán hacia lo que no conocen. ¿A dónde va a ir que joda más a todos?
La emergencia nacional de la vivienda amenaza con estallar y llevarse por delante esa compleja trama de los tres poderes abajo firmantes de cualquier proyecto urbanístico: el local, el autonómico y el gubernamental. En un país donde la incompetencia y la impunidad tienen asiento preferente el tejido político es tan opaco que vive para sí mismo. Fíjense que nadie se desternilla de un ministro bocazas y faltón como fue José Luis Ábalos, exportavoz de la Última Palabra y metido hasta las cachas en tantos lodazales, cuando afirma sufrir “una cacería política”. El mejor cazador sin escopeta; disparó ya a todo lo que se movía.
Se acabaron las revistas de humor; en la Transición llegó a haber cuatro. No merecemos un incombustible y libérrimo “Charlie Hebdo”. En ese contexto cabe entender el apotegma del Gran Líder: “España tiene credenciales para hacerse escuchar…(dado) el éxito de nuestro modelo económico y social”. Reírse debería estar penado; habrá que poner en antecedentes al fiscal general García-Ortiz.