Olatz Barriuso-El Correo
- Los veteranos líderes nacionalistas se enfrentan en la pugna definitiva por el liderazgo institucional. La partida por los votos y las alianzas se disputa en Euskadi y en Madrid
Andoni Ortuzar y Arnaldo Otegi tienen algunas cosas en común, además de las iniciales de su nombre. Por ejemplo, la longevidad de sus mandatos al frente de los principales partidos del país: el jeltzale acabará su periplo como timonel del EBB a los casi 67 años (si es que no se postula para un quinto, algo no descartable del todo por la flexibilidad para el levantamiento de incompatibilidades en el PNV y por precedentes como los de Arzalluz o Egibar) y el referente ineludible de la izquierda abertzale desde los tiempos duros de ETA concluirá el suyo con 70 cumplidos.
Dos dirigentes que para entonces habrán alcanzado con creces la edad legal de jubilación, algo no del todo exótico si miramos al traspaso de poderes entre Biden y Trump. Lo que resulta más llamativo es que, al margen de la relación franca y de confianza que ambos mantienen -sus reuniones discretas son frecuentes, se ven como mínimo una vez al mes-, la competencia entre ellos es feroz. Ha sido habitual que cada vez que Ortuzar sentía la presión de los medios para que desvelase su futuro, un escrutinio del que vuelve a quejarse en la carta a los alderdikides en la que comunica su decisión de quedarse, el PNV recordase cómo Otegi se perpetúa igualmente en el poder interno sin que «nadie», a juicio de Sabin Etxea, alce la voz.
El pulso es soterrado pero con un objetivo claro, el poder institucional en Euskadi, con un primer escalón «estratégico» para la izquierda abertzale, los ayuntamientos, y también en 2027 las diputaciones, como antesala de las autonómicas de 2018. Cada uno libra esa pelea con sus armas: los jeltzales buscando los puntos débiles del rival; los soberanistas con su estrategia beatífica para hacerse pasar por lo que hasta hace poco era el PNV, ‘el partido’, con vocación atrapalotodo, hechuras de gobierno y capacidad de pacto. De ahí su estrategia de mano tendida, por ejemplo, para apoyar los Presupuestos de PNV y PSE en Bizkaia y Álava y, con total probabilidad, también los del Gabinete de Maider Etxebarria en Vitoria.
En esa pelea, Otegi cuenta con una ventaja crucial, además de la inercia descendente que empuja a los de Ortuzar en las últimas citas electorales. Y es el hecho de que el propio PNV les haya dado carta de naturaleza como competidor de igual a igual -pese a la ausencia de una autocrítica real sobre su pasado de justificación de la violencia- y haya contribuido a integrarles plenamente, en Euskadi y en Madrid, en las antípodas de un Sánchez que empuja cada vez que puede al PP al rincón de pensar con «la derecha y la ultraderecha». «El PNV no pactaría con Vox porque quiere cargarse el sistema; Bildu es ya parte de él», declaraba Ortuzar allá por 2018, cuando Sánchez acababa de llegar a Moncloa gracias a la moción de censura pero Otegi no se había coronado todavía como socio preferente capaz de disputar al PNV el monopolio de la influencia en Madrid.
Los logros en Madrid y el acuerdo sobre el nuevo estatus serán claves en el pulso entre ambos líderes
Ese es, sin duda, uno de los frentes donde Ortuzar y Otegi se disputarán los votos y las alianzas, los dos territorios a conquistar en esta ‘guerra’. Al presidente del EBB (y al que sonaba como relevo, Aitor Esteban) se les reprocha en el partido que se volcaran la pasada legislatura en Madrid, descuidando la acción política en Euskadi, sin resultados tangibles de su alianza con Sánchez. «Bildu nos comió la tostada y eso fue dañino», lamentan. El PNV ha aprendido la lección ya en la presente legislatura y, además de evitar plegarse por completo a la mayoría sanchista (ahí está su alineamiento con el PP en la cuestión venezolana y en la suspensión del gravamen a las energéticas), ha logrado que Sánchez les devuelva parte del protagonismo perdido. No es casual, y explica bien la coyuntura, que Ortuzar citara en su misiva el logro de dos «anhelos» que son consecuencia directa de su alianza con Moncloa: la oficialidad de la selección de pelota y la entrega del palacete que acogió al Gobierno vasco en el exilio en París.
A caballo entre Madrid y Euskadi, el nuevo estatus exigirá también a ambos jugar sus cartas con maestría. Ortuzar justifica su decisión de seguir, entre otras razones, con el señuelo de un acuerdo inminente que él se habría encargado de negociar personalmente. Los jeltzales, conscientes de que necesitan al PSE en ese pacto para no hacer saltar por los aires su alianza, vienen rebajando las expectativas al reconocimiento nacional de Euskadi, asumible para los socialistas. ¿Subirá Otegi la apuesta o preferirá, como parece, integrarse en una entente alejada del maximalismo de etapas recientes? En esa estrategia se juega mucho más que la reforma del Estatuto, se ventila la capacidad para seducir al PSE como aliado posible y dar la vuelta al juego de alianzas que vertebra Euskadi desde hace varios lustros.