Chapu Apaolaza-ABC

  • Los héroes nos hacen mejores con su ejemplo y peores en la medida en que nos comparamos con ellos, pero es nuestro deber hacerlo

Van a cumplirse treinta años desde que ETA asesinara a Gregorio Ordóñez en San Sebastián. Él sabía que lo podían matar y, entre ceder o morir, decidió morir. Gregorio o la vida. Sobre esa elección se construyó una nación ética y emocional que hoy parece invadida por las zarzas. La figura de Goyo mirando de frente a la muerte pone en cuestión todo lo que vino después. Estuve en La Cepa y en la calle 31 de agosto los paseantes no recordaban que allí habían matado a Gregorio Ordóñez, pero hasta las guiris de Iowa conocían la receta de la tarta de queso de La Viña, –«la puedes hacer en tu casa»–.

Después de morir, con los años fueron ocultando a Ordóñez o dejando de mostrarlo, que es la forma más cobarde de ocultación. Sucedió porque aún hoy representa un listón moral inalcanzable, insoportable por muchos de los que vinieron después y a los que, al trasluz de su gesta, se les iba viendo un desasosegante cartón. La historia de alguien que no pasó por el aro a costa de no ver crecer a su hijo recién nacido ni a volver a escuchar la voz de Ana destapa tantas cosas. Los que no transigen incluso sabiendo que van a perder la vida avergüenzan a los que claudican por no perder el poder, el puesto de trabajo, el favor del líder o del lector, la novia, los amigos, si me apuras, en este país en el que parece que ya todo da igual, que décadas de terrorismo fueron un lío entre bandos como todas las guerras, un enrocamiento, ya sabes. Como si se nos hubiera ido un poco la olla a todos. Y no.

Yo no sé si valió la pena lo de Ordóñez y los demás muertos. Habría que preguntarles a ellos, y ellos no están. Lo hicieron, y punto aunque haya días en que los que parece que sucedió para nada. Los héroes nos hacen mejores con su ejemplo y peores en la medida en que nos comparamos con ellos, pero es nuestro deber hacerlo. Por eso no vale inventar nuevos esquemas éticos basados en no sé qué dinámicas que siempre rematan en la justificación del ejercicio de escurrir el bulto. De sobrevivir. En realidad, las nuevas disyuntivas siguen siendo las de siempre, y el hombre se enfrenta al mismo dilema desde la luz de los tiempos. Mirar para otro lado, transigir con la maldad para salvarse, justificar lo injustificable, disfrazar la traición de superación de no sé qué escenarios y el resto de las encarnaciones actuales de la cobardía son exactamente las mismas que las de antes. Sobre similares estructuras de lo abyecto se hizo posible el horror hace treinta años en aquella Donosti de charcos de sangre, sirimiri y plumíferos en la que, según mi memoria, siempre estaba lloviendo. Hoy la recuerdo y en la congoja de la distancia me planteo que, si algún día me dieran a elegir entre Gregorio o la vida, ojalá tuviera el valor de elegir a Gregorio.