- La trampa sanchista es insistir en el peligro de la derecha y la ultraderecha, cuyas creencias democráticas no pueden poderse en duda, pero no se escucha denunciar que Sánchez está aliado con el comunismo, que fue condenado por el Parlamento Europeo ya en 2019
Ese compendio de la sabiduría popular que es el Refranero recoge un refrán con muchos siglos detrás —daba ya título a una obra de Tirso de Molina— que me viene al pelo para acompañar estas líneas: «Del enemigo, el consejo». Figura en la recopilación de Martínez Kleiser, primera edición 1953. Casi un siglo antes, en 1877, lo había empleado Leopoldo Alas, «Clarín», para presentar un curioso romance publicado en El Solfeo y dedicado a un fiscal de Imprenta que le acosaba. El autor de La Regenta vertía en estos versos de circunstancias la mala baba, irónica, tan temida entre sus alumnos. Mirando alrededor, la oposición debería hacer de este refrán uno de sus lemas y acaso fundamento de sus estrategias.
Es aceptado comúnmente que la izquierda, y en ella singularmente el PSOE, hoy sanchismo, es hábil en el manejo de la propaganda, de una desinformación apañada a sus intereses. Aspira a convertir en verdad de general aceptación la reiteración de la mentira. El maestro del manejo fue Joseph Goebbels. Con este personaje guarda biográficamente Sánchez una diferencia y una coincidencia, sin entrar en ideologías. La diferencia: Goebbels fue doctor por Heidelberg sin plagiar su tesis y se le consideró «el estudiante más sobresaliente de su clase». La coincidencia: según Longerich, su biógrafo, padecía «un trastorno narcisista de la personalidad que le hacía buscar adictivamente el reconocimiento y el elogio». Como Sánchez.
No deseo que, siguiendo el consejo del enemigo, la oposición mienta, pero debería responder a todos los desmanes del Gobierno y sus socios y desenmascarar sus mentiras. Y no lo hace con convicción y firmeza suficientes. El buen rollo y, en general, el buenismo, no es estrategia válida para sus votantes ni para los dudosos. Se exige firmeza y no medias tintas. Si se habla con votantes de la oposición mayoritaria, se escuchará que no pocos la consideran blanda, acomodaticia, y que en algunos asuntos de importancia se deja llevar por supuestos estímulos que el ciudadano cada vez valora menos.
Un ejemplo de bulto: creer que la UE va a resolver nuestros problemas políticos e incluso jurídicos. Con la inútil —no para sus intereses— doña Úrsula a la cabeza, no debemos esperarlo. Aunque Feijóo se desgañite en Bruselas para poco servirá. Ahí está Teresa Ribera en su poderosa vicepresidencia, pese al infructuoso empeño del PP. Ni la UE ni el PPE nos atendieron. ¿Qué nos suma estar en esa coalición de socialistas y populares? Exigimos, como conocedores de la inacción de Ribera en la dana y, antes, su patética incompetencia para evitarla, que no se integrase en el Gobierno de la UE, un premio a Sánchez que no aceptó cambiarla por otro socialista. Una demostración de fuerza que no se evitó. Las carcajadas debieron escucharse en toda Europa y singularmente en Moncloa. ¿Y si el PP hubiese amenazado con abandonar el grupo europeo? ¿Somos tan irrelevantes? Otro refrán: «Mejor solos que mal acompañados».
El ciudadano vota en España por emociones, y la utilización de esas emociones conforma la estrategia sanchista. Propicia una mediocridad que le favorece. Promueve la falta de formación, que utiliza a su favor. Aumenta, y cada vez más, una realidad subsidiada que llega a sectores de votantes menos avezados. Avanza en el control de instituciones y medios de comunicación. Y empresas: véase Telefónica. Carece de moral política. Y, en definitiva, no se plantea que exista alternativa. A esa estrategia debe responder la oposición con firmeza y convicción. Creyéndose cada nuevo paso. No lo parece. Con tahúres es imposible ganar. Hay que cambiar de mesa de juego y alzar una estrategia no prevista por los adversarios. Y sorprenderles. ¿Existe esa posibilidad? Parece que ni se busca.
En beneficio de España no solo debería alzarse la voz ante las tropelías gubernamentales, sino asumir una estrategia de acción. Desenmascarar sus contradicciones. Cuando se acusa a la mujer de Feijóo de contar con una casa en zona no edificable, ¿se ha denunciado que esa situación, comprobada, se da en una ministra? Cuando se reitera lo del ático del novio de Ayuso, ¿se han hecho públicas las propiedades urbanas de algunos miembros del Gobierno? ¿Conocemos de dónde les llega el poder y con qué formación a algunos capitostes del sanchismo? Un electricista con escasa trayectoria laboral —con mi respeto a ese oficio— se convierte en la voz de España en un asunto delicado, y la ciudadanía en blanco. ¿Sabemos cuántos ministros habitan casas oficiales sin un euro de gasto, comparándolos con el número de ministros que disfrutaban esa situación en gobiernos anteriores? Y sin citar asuntos graves.
El Gobierno más enfangado por la corrupción reitera irse de rositas. Y no basta denunciarlo una vez. El sanchismo reitera sus mensajes partidistas machaconamente hasta, fuera de la normalidad legal, en las comparecencias tras las reuniones del Consejo de Ministros. ¿Se denuncia en Bruselas? La oposición parece encantada esperando a que la fruta caiga del árbol. Es lo que desean Sánchez y los suyos. Pero puede no caer. La trampa sanchista es insistir en el peligro de la derecha y la ultraderecha, cuyas creencias democráticas no pueden poderse en duda, pero no se escucha denunciar que Sánchez está aliado con el comunismo, que fue condenado por el Parlamento Europeo ya en 2019. ¿La oposición lo lleva a la UE?
Un colofón curioso. Nadie parece sorprendido de que el ministro Torres, que olvidó que conocía y trataba a Aldama, sea el encargado de la llamada memoria democrática. Un desmemoriado de algo tan cercano es el custodio del supuesto recuerdo de la España de hace medio siglo. ¡Olé sus dídimos!