Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Cuando otros billonarios deciden erradicar la censura de sus redes: ¡Oligarquía! ¡Injerencia! Zuckerberg era de los buenos cuando censuraba. El anterior propietario de Twitter también porque cerró la cuenta de Trump mientras seguía abierta la de Jamenei

El ridículo no, por favor. El ridículo nunca. Eso no lo llevamos bien los españoles; y los españoles de Cataluña, menos. Lo dejó dicho Tarradellas: en materia política, cualquier cosa menos el ridículo. En realidad se puede extender a todos los ámbitos. Da tanta grima el ridículo que ni siquiera al enemigo lo quiero ver hacerlo. Derrotarlo, sí, que para eso estamos. Pero en el ridículo se derrota él mismo. Por eso ha resultado dolorosa la experiencia en la sesión plenaria de Estrasburgo debatiendo sobre Trump y sobre Musk, pues de ellos se hablaba casi en exclusiva. Debería reeditarse ‘La obsesión antiamericana’, de Jean-François Revel.

Trump ganó a Kamala Harris, a Oprah, a Hollywood, a los viejos medios de comunicación, al ‘wokismo’ en todas sus vertientes, a la izquierda entera, a la derechita socialdemócrata europea, a los narcos, a las agencias antisemitas de la ONU, a la UNRWA, a la OMS y al cocinero José Andrés. A todo el progrerío y ‘wokerío’ ha ganado Trump. ¿Cuál ha sido la reacción de los vencidos en el Parlamento Europeo? La reacción de los vencidos ha sido repetir como loretes la falsedad de que Musk hizo un saludo nazi… y exigir medidas para que las falsedades no puedan circular. ¿Cómo te quedas?

La desinformación, las mentiras propagandísticas, sutiles o burdas, contaminan desde su origen los medios de comunicación convencionales. Ni la izquierda, ni su adlátere de la derechita socialdemócrata, han piado (nunca mejor dicho) sobre las redes sociales mientras estaban sometidas a censura. Porque eso se llama censura, no le busquen eufemismos. Prohibir que aparezca cualquier información sobre los vídeos de Hunter Biden fue censura. Censura cochina que influyó necesariamente en los resultados de las elecciones estadounidenses de 2020. Cuando Mark Zuckerberg reconoce que ha ejercido sistemáticamente la censura por presión del poder, pasa ipso facto de amigo a enemigo de la izquierda y su adlátere. Cuando fluye dinero de billonarios afines interfiriendo en los medios, la educación, las políticas migratorias (George Soros, Bill Gates), estamos ante filántropos. Cuando otros billonarios deciden erradicar la censura de sus redes: ¡Oligarquía! ¡Injerencia! Zuckerberg era de los buenos cuando censuraba. El anterior propietario de Twitter también porque cerró la cuenta de Trump mientras seguía abierta la de Jamenei.

La libertad los ha reventado. La muerte de las verificadoras los ha destrozado. Pero lo que los triturará es el descrédito de las causas woke, de su cultura de la muerte, su catastrofismo climático, su autodeterminación de género y su multiculturalismo de machete. Reaccionan amenazando a Trump y a Musk, el más poderoso y el más rico del mundo, respectivamente. En ese ridículo han incurrido, uno tras otro, los defensores de la censura en Estrasburgo mientras llamaban fascistas, nazis y peligrosos enemigos de la democracia a los grupos que no forman parte del «consenso europeo». Ya saben, lo de Von der Leyen: cóctel de verdes, comunistas, socialistas, populares y unos que tienen el valor de llamarse liberales mientras luchan denodada e inútilmente contra la libertad.